Hijos del dolor
“Otra vez la Guerra
Civil”. Es quizá la frase más pronunciada por el público español después de “Es
una españolada” o “En las pelis españolas sólo hay desnudos”. Frases tópicas
que obedecen a una imagen preconcebida de nuestra cinematografía y,
desgraciadamente, demasiado extendida en nuestro país. Pero la primera
expresión encuentra su justificación si contamos la de veces que el cine
español ha abordado el conflicto fratricida con mayor o menor fortuna, si bien
no está muy lejos de la de veces que el cine extranjero ha flirteado con la II
Guerra Mundial. Yo no estoy de acuerdo con la afirmación, creo que la Guerra
Civil ofrece el contexto histórico perfecto en el que desarrollar historias
originales. Dependerá siempre de lo bien que se aproveche el marco histórico, y
si no que le pregunten a Guillermo del Toro y las excelentes “El espinazo del
diablo” y “El laberinto del fauno”.
“Insensibles” es el
perfecto ejemplo de que un recurso cinematográfico patrio tan trillado puede
servir de caldo de cultivo para tejer una historia. Dicha historia aprovecha la
Guerra Civil como excusa argumental con la que explorar las consecuencias de un
conflicto armado, de una guerra entre hermanos que acabó creando auténticos
hijos del dolor. No estamos, eso sí, ante una película de terror, como pudiera
desprenderse de su cartel y su campaña de promoción. Es más bien un descenso al
abismo de la memoria histórica que habla sobre cómo nos afecta a nosotros y a
nuestra descendencia, y de cómo de todo esto puede surgir un legado que invite
a la esperanza, un drama generacional bien tejido como tal que nos invita a
reflexionar acerca de cómo, a día de hoy, la sombra de aquel periodo histórico
continúa siendo alargada.
Juan Carlos Medina
filma la que es su ópera prima con asombroso pulso, si bien se le resiste el
uso de los efectos especiales, y oscilando continuamente entre pasado y
presente no con toda la ligereza que la propuesta necesitaba. Porque su
historia es potente, interesante aunque pueda hacerse previsible, es cruel y
contundente, parece un cruce entre un dossier de Íker Jiménez de aquella España
remota y una temporada de “American Horror Story”, pero no acaba de acertar en
cómo la cuenta. Y, pese a que sus continuos saltos temporales, que pueden
romper el ritmo en que avanza la trama, y la sensación de que podría haberse
escogido un esquema narrativo más intrigante y seductor, el realizador salva el
escollo ofreciendo en conjunto un debut potente, estimable y posiblemente el
precursor de una carrera a la que seguir con detenimiento. Para su público afín,
por supuesto.
A
favor: lo que cuenta y el buen uso del contexto histórico
en que se desarrolla
En
contra: cómo lo cuenta.
Calificación: ***
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