sábado, 30 de mayo de 2009

La película del mes

Cada final de mes les traigo el análisis de algún film que viera en mi infancia, que me impactara o me decepcionara sobremanera, con el objetivo de ver cómo el tiempo pone a cada cosa en su lugar

Drácula, de Bram Stoker ****1/2


Hace poco revisité el clásico de Tod Browning “Drácula”, protagonizada por Béla Lugosi. Ya en ella, Browning comprendía el poder de seducción del vampiro, que quedaba patente en la trabajada mirada de Lugosi, convenientemente iluminada para parecer entre amenazadora y sugerente, casi seductora. En contra de lo que pueda pensarse, el “Drácula” de Browning no es tan poco fiel como el ostentoso de Francis Ford Coppola. El de Browning es esclavo de su tiempo, no pudiéndose mostrar relevantes detalles como el río de ratas, el lobo en el cual el conde se transformaba o la adicción de Lucy a los bebés. Por lo demás, respeta bastante algunas constantes de la filosofía stokeriana, hasta el punto de que el conductor del carruaje es interpretado por el mismo Lugosi, como atestiguaba la novela.

Y en contra también de lo que suele pensarse, la versión de Ford Coppola no es la más fiel a la novela de Bram Stoker, o como mucho es tan fiel como la de Browning e incluso el “Nosferatu” de Mornau. El título usa la coletilla “de Bram Stoker” como herramienta publicitaria, pero poco más. Ya en sus minutos iniciales notamos esa falta de fidelidad a la obra original. Coppola relaciona la novela de Stoker con la historia real de Vlad Tepes, el Empalador, figura que el folklore popular ha relacionado con el personaje del relato. Pero nada más lejos de la realidad, pues éste podría basarse igualmente en otro personaje histórico, Erzsébet (Isabel, Elizabeth) Báthory, la “Condesa Sangrienta” de Transilvania, que asesinaba a chicas jóvenes para bañarse en su sangre, convencida de que así conseguiría la eterna juventud. En realidad, Stoker tomó como referencias las leyendas de vampiros que circulaban por Europa en el siglo XIX, entre ellas la de Vlad Tepes, pero de la vida de éste no existe ninguna referencia más en toda la obra.

“Drácula de Bram Stoker” comienza con la imponente banda sonora del polaco Wojciech Kilar sonando sobre el logo de la Columbia, para a continuación mostrarnos una historia de amor que en la novela original brillaba por su ausencia. Coppola nos cuenta la historia de “el Empalador”, un sanguinario soldado valaco que disfrutaba empalando a sus víctimas –las atravesaba bien por el abdomen o por cualquier orificio del cuerpo con una estaca no afilada, colocada ésta verticalmente y clavada en el suelo para agudizar la agonía y el dolor-, y que mostraba gran destreza en batalla. Esta técnica y el resto de la batalla contra los turcos es mostrada en una escena inicial ante un fondo rojizo que confiere a la misma un aspecto de obra teatral, algo que se repetirá a lo largo de la película. Sin embargo, Coppola humaniza al personaje y nos muestra una historia de amor rota por los rumores inciertos de que el conde ha muerto en batalla, lo cual lleva a su prometida Elisabeta (curiosamente, Erzsébet significa Elizabeth) al suicidio. Cuando el conde llega al templo en que reposa su amada, reniega de Dios y bebe su sangre, convirtiéndose por siempre en un maldito, un condenado, que necesitará de la sangre de otros para sobrevivir y viajar en ataúdes llenos de su tierra natal.

Esta vertiente romántica, acentuada por la búsqueda de la reencarnación de su amor en la joven Mina, interpretadas ambas por Winona Ryder, no existía en la novela, y fue una aportación propia de Coppola, quien hasta entonces tenía pensada una adaptación mucho más filosófica y fiel a la obra, lo cual la hacía poco atractiva para el público. Así lo notaron los actores, reunidos antes del rodaje para la lectura de la novela, que les llevó dos días completos. No obstante, prácticamente todo lo que viene a continuación, eliminando la faceta amorosa, es bastante fiel a lo que Stoker narrara en sus páginas. Tanto es así que se cuenta en forma de cartas, como en la obra original. Coppola respeta a los personajes, los pasajes de la historia, incluso el desenlace, introduciendo eso sí de nuevo ese ambiente romántico y erótico que impregna toda la cinta.

Contó para llevar a buen puerto este proyecto con un reparto de lujo, o al menos de lujo pasados los años, pues algunos no eran tan conocidos entonces. A la mencionada Winona Ryder, actriz aún emergente, se unieron el siempre inexpresivo Keanu Reeves como el prometido de Mina, el sobreactuado Anthony Hopkins como Van Helsing –también interpreta al monje del templo en que Vlad reniega de la sangre de Cristo-, una sugerente Sadie Frost como Lucy –su rol es ligeramente distinto al presentado por Stoker: el de Coppola era mucho más lascivo, gustaba de seducir a cuantos hombres se cruzaran por su camino-, el histriónico pero genial músico Tom Waits como Renfield, y otros secundarios como Richard E. Grant, Cary Elwes o una aún desconocida Monica Bellucci como una de las concubinas del diablo.

Pero de todos los actores destaca el que precisamente interpreta al protagonista. Sabemos de sobra que Gary Oldman es un actor monumental, pero lo que realiza en “Drácula de Bram Stoker” es para quitarse el sombrero. Consigue hacer suyo el personaje en todas sus facetas, ya sea como anciano recluido en su torre, como seductor criollo o como sádico guerrero al principio del film. Consiguió clavar el acento rumano y bajó varios tonos de timbre de voz para dar a su conde anciano un aspecto amenazador y lúgubre, solo apreciable en la versión original –en la versión española, muy bien doblada, eso sí, se recurrió a dos dobladores-. Buena parte del alma intrínseca de la película reside dentro de sus gestos exagerados pero necesarios, de su manera de hablar. Y una curiosidad: Oldman también interpreta al chófer del carruaje como Lugosi hiciera entonces.

Por supuesto, el despliegue técnico de esta película es portentoso, y así se vio reconocido con tres Oscar en 1993: diseño de vestuario, maquillaje y sonido. Optaba a uno más, el de dirección artística –en este apartado, el interior del castillo del conde recuerda vagamente al propuesto por Browning-, pero merecía muchas más nominaciones, entre ellas la de mejor actor para Oldman, mejor banda sonora para Kilar y mejor canción original para el inolvidable tema “Love song for a vampire” de Annie Lennox. Y no conviene olvidar la fotografía y el montaje, de los cuales “Drácula de Bram Stoker” se beneficia de lleno. Porque Coppola juega durante dos horas con el mismo cine, acelerando la imagen, dotando en determinadas ocasiones al film de un look visual propio de los albores del cine, usando las casi olvidadas transparencias en las cartas o superponiendo unos diabólicos ojos sobre el cielo, jugando mucho con el rojo –está presente no solo en la sangre, sino en los vestidos, el fondo de las secuencias teatrales como la batalla inicial, en el cielo, en los ojos del conde, etc- y proponiendo un juego de luces y sombras que convierten a la fotografía en un prodigio al servicio de la historia –no olvidar esa sombra del conde que siempre llega tarde a su dueño-.

Son precisamente todos estos recursos estilísticos y narrativos los que hacen que el Drácula de Ford Coppola sea distinto a los demás, artísticamente más llamativo. Es como si su director intentara explorar los albores del cine, acercarse a los trabajos de Murnau y Browning, aspecto que le hace guardar más relación con ellos que con Stoker. Ahora bien, su película es también presa de su tiempo, y lo que Browning no pudo mostrar, Coppola se recrea al retratarlo, tanto en el diseño del lobo como en el río de ratas y el intento de sacrificio de un bebé por parte de Lucy.

Sin embargo, son justamente sus excesos narrativos los que me crearon durante mi adolescencia una mezcla entre rechazo y atracción. Porque el Drácula de Coppola es atractivo, seduce en cada plano en el que juega con el mismo séptimo arte, pero a la vez esos excesos me provocaron un distanciamiento que aún me dura. Es un trabajo ominoso a nivel artístico, pero me agota y me crea un serio sentimiento de contradicción, una difícil relación amor/odio, como los intentos de un cineasta por demostrar lo bueno que es.

La crítica recibió entre aplausos la propuesta, y el público reaccionó en consecuencia, pues la película recaudó más de 200 millones en todo el mundo, suponiendo el respaldo que necesitaba Coppola tras el fracaso de otra gran producción, “El Padrino: Parte III”. Dos años después se embarcó en la producción de “Frankenstein”, que también llevó como subtítulo “de Mary Shelley”. Dirigida en esta ocasión por Kenneth Branagh, la visión fue nuevamente romántica, pero los excesos formales de Branagh no fueron bien recibidos por la crítica, que la calificaron de excesiva en todos los aspectos, curiosamente el aspecto que le elogiaron a Coppola.

Pese al ya mencionado sentimiento contrario que me ocasiona, no puedo dejar de maravillarme por una de las mejores adaptaciones que de la novela de Stoker se han hecho. Quizás no tan fiel como presume, pero igualmente bella y seductora.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Prison Break: La huida llega a su fin

¿Qué lleva a un ingeniero de estructuras a abandonar toda su carrera y su acomodada vida para robar un banco? Michael Scofield –Wentworth Miller, un recién llegado a la pequeña pantalla que de la noche a la mañana se hizo de oro- lo tenía claro: ser detenido e ingresar en la penitenciaría Fox River, prisión en la que se encontraba recluido su hermano, Lincoln Burrows –Dominic Purcell, un habitual de la tele en series como “House” o de protagonista de la cancelada “John Doe”-, a la espera de su ejecución en la silla eléctrica. El plan de Scofield consistía en utilizar su extrema inteligencia y sus conocimientos en edificación para organizar una de las fugas más sesudas y mejor hiladas de la historia.

Éste era el argumento del que partía “Prison Break” hace ya cuatro años. Creada por Paul T. Scheuring, guionista, productor y director, “Prison Break” partió de una de las bazas con las que juegan actualmente las series de televisión: contar con un director de cine en su episodio piloto. Si “House” tuvo a Bryan Singer, “Perdidos” a J.J. Abrams o la maltratada “Jericho” a Jon Turteltaub, “Prison Break” contó con la dirección de Brett Ratner, director irregular de las entregas de “Hora Punta”, la tercera parte de “X-Men” y “El Dragón Rojo”, entre otras.

Cuando en el piloto Scofield muestra a su hermano su cuerpo completamente tatuado con el plan de fuga comprendimos que aquella serie iba a marcar un hito. Y así fue. “Prison Break” supuso un boom mediático en una época en la que la ficción televisiva ganaba terreno a la cinematográfica. Puede que no tuviera el nivel de realización de otras compañeras de parrilla, pero su trama contenía el suficiente atractivo como para mantener al espectador clavado en su asiento y a la espera ansioso del siguiente capítulo.

Finalmente, en el episodio número 22 de la serie, Scofield consigue su objetivo, no sin antes arrastrar a seis presos más aparte de su hermano. Nacían así los Ocho de Fox River, ampliamente buscados por el FBI en la segunda temporada. Porque la fuga de Scofield y los suyos no acababa tras la marcha de Fox River. El ex ingeniero tuvo que agudizar el ingenio para eludir a las autoridades, y en especial a un némesis de mente tan brillante como la suya, el agente Alexander Mahone, interpretado por un gran secundario del cine, William Fichtner, recién salido de otra serie injustamente cancelada, “Invasión”, y que volvió a dar muestras de maestría en su recreación de hombre obligado por las circunstancias a realizar su trabajo. La serie contó además con otros conocidos secundarios como Robin Tunney, Michael Rapaport y Peter Stormare.

Los guionistas de “Prison Break” cometieron el error de alargar la serie más de lo debido. Jamás debió pasar de la segunda temporada, pero un giro final llevó a Michael a Sona, una cárcel panameña donde transcurriría la tercera temporada. Considerada por la mayoría como una temporada de relleno, el objetivo allí era el mismo de siempre: escapar de prisión. Afortunadamente, la huelga de guionistas obligó a acortar la temporada y dejarla en 13 episodios, por lo que Sona no duraría demasiado en la trama.

Y llegamos a la cuarta y definitiva temporada, emitida actualmente por FOX y laSexta en España, las cuales han parado misteriosamente de emitirla hasta Septiembre. Los creadores parecieron tomar conciencia de la situación a tiempo y decidieron acabarla en dicha temporada, que finalizó el pasado 16 de Mayo en EEUU. Elevó el nivel que la serie había perdido por culpa de la errónea tercera temporada, pero la audiencia estaba perdida. Tanto que el desenlace de la serie, en el cual Scofield consigue al fin la libertad para él y todos aquellos a los que ha arrastrado desde su huida, que son muchos, fue seguido solamente por 3.3 millones de espectadores, una cifra muy baja para una serie que comenzó en lo alto, por encima de los 9 millones. El desenlace fue justo con la misma historia, incluyendo un flashforward cuatro años después que mostraba cómo Scofield había muerto aparentemente por causas naturales, pero recordado por todos aquellos a los que ayudó en vida, y con la agradable sensación del trabajo bien hecho.

Quería dejarme para el final lo que para mí ha sido lo mejor de la serie, aparte de ser fiel a la máxima de “aquí cualquiera puede morir, nadie es imprescindible para la historia”. Se trata de Theodore Bagwell, alias T-Bag, interpretado magistralmente por Robert Knepper, el cual ha conseguido hacerse famoso gracias a este papel. El actor construyó un ser despreciable, rastrero, buscavidas, un pedófilo asesino que quedó en la memoria de todo el que viera la serie alguna vez, con ese particular compendio de gestos y manera de hablar con acento sureño que él convirtió en característicos, y al cual logró incluso humanizar. “Prison Break” no podría haber sobrevivido hasta el final sin T-Bag, del mismo modo que no habría sido posible sin Scofield a la cabeza.

Serie con grandes dosis de adrenalina, que la equiparan al ritmo sin descanso de la gran “24”, “Prison Break” ha acabado un poco tarde pero de una manera justa, consecuente y lógica con su propia historia. Un tanto precipitadamente, sí, pero de una manera bien calculada, como lo habría hecho el mismísimo protagonista. Adiós, Scofield, te echaremos de menos.

domingo, 24 de mayo de 2009

LA CRÍTICA

Good **1/2

En una secuencia de “Good”, quien firma esta crítica no pudo evitar centrar su atención en la adaptación a la pantalla de la obra fetiche para el régimen nacionalsocialista de su protagonista, John Halder. Una pincelada anecdótica de uno de los muchos rodajes propagandistas que se realizaban en la época y que buscaban promover las virtudes de la raza aria.

Poco tiene de propagandista la película de Vicente Amorim, a pesar de su sólido trasfondo moral y ético. “Good” es la historia del hombre bueno por excelencia, una marioneta del régimen fascista que, al igual que el “Mephisto” de István Szabó, vive ajeno a las consecuencias que su trabajo puede acarrear mientras va escalando inocentemente escalafones dentro del partido. Un santurrón con el inconfundible rostro del versátil Viggo Mortensen que, a pesar de promulgar ideas anti partidistas –tiene incluso un amigo judío- observa ciegamente cómo su escrito es tomado en serio y sirve como referencia publicitaria para ensalzar un sistema político que se le antoja aparentemente ajeno, absorbido como está por sus propios problemas personales.

La citada secuencia del rodaje dentro de la película no es más que uno de los pocos momentos potentes y autosuficientes que posee el film de Amorim. Otras recogen los tópicos del cine sobre el nazismo concentrados en un plano secuencia –el desenlace, por el que desfilan ejecuciones, maltratos en campos de exterminio y las ya imprescindibles chimeneas mientras Viggo Mortensen, aún ajeno al mal que le rodea, busca a su amigo-, mientras algunas poseen una presencia en pantalla demasiado débil como para permanecer en la memoria. Tan solo otra secuencia, la del intento de suicidio de la madre del protagonista, papel interpretado por una espléndida, aunque no del todo aprovechada, Gemma Jones, consigue sobrecoger lo suficiente como para resultar memorable.

Los veinte minutos finales de “Good”, y en especial el epílogo en el campo de concentración, elevan ligeramente lo que Amorim no fue capaz de lograr los 70 minutos anteriores. Su película peca de un guión con poca fuerza, con diálogos no muy conseguidos, y en general un libreto muy descuidado, a pesar de estar basada en una obra de importante peso de C.P. Taylor. A eso hay que unir una realización con altibajos, que relega a un segundo plano la correcta ambientación y las interpretaciones de unos actores justos y comedidos en sus respectivos roles. El discurso moral del film queda tristemente ensombrecido por toda esa serie de impedimentos que prohíben a “Good” ser la película que pretende ser y no puede, y que evitan que acabe de despegar hasta llegado el tramo final, cuando ya es demasiado tarde.
A favor: el plano secuencia final
En contra: un guión un tanto descuidado

miércoles, 20 de mayo de 2009

Trailer de "Maridos de sangre"

¿Que qué es "Maridos de sangre"? Debería empezar por el principio. "Maridos de sangre" es la última ocurrencia/genialidad/locura de Manuel Ortega Lasaga, uno de esos cortometrajistas -el único por ahora y el más relevante, para entendernos- cuyo trabajo sigo de cerca. ¿De qué va? Pues a simple vista me ha recordado a "Bienvenido Mr. Marshall" -por retratar a uno de esos pueblos perdidos de la geografía española en que todos opinan- a todo color y sin Pepe Isbert, claro está, pero en su lugar una frase que ya me ha dejado K.O.: "Yo pensaba que usted se había muerto". Una boda de conveniencia y de hecho entre dos hombres en una pequeña aldea castellana. El estreno es este mismo viernes en Santander, aunque conociendo a Manu lo colgará en todos sitios para disfrute de todos -y más le vale-. Por ahora les dejo el trailer, para que vayan abriendo boca. Como ya le dije, los infraurbanistas aunque se pasen al campo siguen siendo infraurbanistas.

lunes, 18 de mayo de 2009

"Marisa", la mujer camaleón de Nacho Vigalondo

Los que se hayan dado una vuelta en más de una ocasión por este blog se habrá percatado de que realizo un especial seguimiento a la obra del singular Nacho Vigalondo. El corto que hoy se les presenta forma parte de un proyecto estrenado en Internet dentro del marco Jameson Notofilmfest. "Marisa" trata acerca de una mujer que cambia en función del lugar y el momento en que se encuentre. Y con cambiar no me refiero solamente de personalidad. Protagonizan, entre otros, Macarena Gómez y la ex actriz porno Celia Blanco. A mí me ha dejado sin palabras.

sábado, 16 de mayo de 2009

LA CRÍTICA

Ángeles y demonios ***
(Angels & demons)

Este mismo año llegó a nuestras carteleras una suerte de cine político e histórico con aires de thriller, un montaje y una puesta en escena ágiles y un actor, Frank Langella, recuperado del olvido y puesto ante la platea como un Nixon muy alejado de las dicciones y manías de Anthony Hopkins. Cuando “El desafío: Frost contra Nixon” se estrenó, a mucha gente le extrañó que semejante criatura hubiera sido parida por uno de los realizadores más odiados, y a la vez respetados por sus colegas de profesión, de la meca del cine. Quien esto escribe tampoco podía hacerse a la idea de que el ex niño prodigio Ron Howard, autor de sonoras herejías como “Una mente maravillosa” –para colmo de males se llevó el Oscar por ella-, estuviera detrás de las cámaras de un proyecto de tan alta calidad. No voy a cambiar mi manera de pensar acerca del “niño mimado de Hollywood”, pero debo reconocer que en sus dos últimas películas corre, como mínimo, sangre de artesano con mayúsculas.

Mucho parecen haber aprendido Howard y su equipo de los errores cometidos en la infame “El código Da Vinci”. Para empezar, debe tenerse en cuenta que parten de un material bastante más jugoso que el de la novela más famosa de Dan Brown. “Ángeles y Demonios” supone mejor novela que “El código Da Vinci”, básicamente porque ser mejor que ésta es extremadamente fácil. Sin embargo, una de las bazas a favor de su adaptación cinematográfica es el guión. Akiva Goldsman, sobrevalorado donde los haya, se ve ayudado en el libreto por un gran guionista, David Koepp, y eso se deja notar en el conjunto. “Ángeles y demonios” va directa al grano, no se molesta en presentar a sus personajes, encarnado su protagonista en esta ocasión por un Tom Hanks con un peinado más convincente y que sí parece tomarse en serio su trabajo, y la acción se desarrolla prácticamente desde el primer minuto de metraje. No faltan, aunque en menor medida, los rollos didácticos que lastraran seriamente a la primera película y la hicieran lenta, pesada y, en definitiva, un bodrio. Goldsman e insisto, Koepp, condensan la información más relevante de la novela en poco más de dos horas de duración, e incluso se atreven, cosa que se agradece, a no ser del todo fieles y no tomarse al pie de la letra el libro que tienen entre manos. Así, con un guión que no busca saturar el filme de todo el contenido disuelto en la novela, la película resulta muy fácil de seguir y no se ve sobrecargada por su propia información.

Quitando a Hans Zimmer, cuya banda sonora resultaba lo mejor de la primera entrega, y que aquí vuelve a convencer, quien realmente se lleva el gato al agua en esta frenética superproducción es el mismísimo Ron Howard. El realizador consigue un thriller bastante sólido y ante todo entretenidísimo, cuyo desenlace puede resultar previsible pero no por ello emocionante, regalándonos incluso una devastadora secuencia con el cielo iluminado digna del mejor de los artesanos. En “El código Da Vinci”, para situarnos, la tensión no existía por la manía de Howard de explicar en imágenes lo que ya sabíamos y antes de tiempo, como si fuéramos tontos. El cineasta, tras más de 20 años de trabajo a sus espaldas, parece haber comprendido por fin el arte de hacer cine. No es que “Ángeles y demonios” vaya a pasar a la posteridad de la historia del celuloide, pero sí que pasará al panteón particular de un director al que el reconocimiento le llegó demasiado temprano, cuando aún no había dado dos filmes tan estimulantes como sus dos últimos trabajos. Ahora sí mereces el apelativo de artesano, Ron. Esperemos que lo confirmes en el futuro.

A favor: es claramente superior a "El código Da Vinci"
En contra: algún exceso didáctico

martes, 12 de mayo de 2009

LA CRÍTICA

Star Trek ****

La resistencia es fútil

En el episodio número 14 de la quinta temporada de “Perdidos”, durante la ya famosa cabecera de la serie, la nave Enterprise atravesó las letras y surcó la pantalla. J.J. Abrams, ante todo, es un habilidoso estratega, un maestro del marketing. Consiguió con su campaña de marketing viral por la red convertir a una película estilo “Godzilla” –eso sí, con mucha más sustancia- titulada “Monstruoso (Cloverfield)” en un fenómeno que reventó taquillas. Con “Star Trek” la campaña publicitaria emprendida por Abrams ha sido de nuevo eficiente, pero ya la historia es otra: el producto creado por Gene Roddenberry tiene ya tanto peso en el imaginario colectivo que se promociona a sí misma. El director solo le ha dado el impulso que necesitaba para volver a despertar el interés del público por ella.

Consciente del delicado producto que tiene entre manos, Abrams ha vuelto a los orígenes de la serie. Pero lejos de realizar un trabajo profundo y trágico en forma y contenido, moda que siguen colegas como Christopher Nolan, ha preferido dar al público un espectáculo de dos horas no exento de un cariño especial hacia la mitología trekkie, adaptada a los tiempos que corren, y desarrollando de forma soberbia la relación de amistad de amor/odio entre Spock y Kirk. Así, “Star Trek” resulta rabiosa, impactante, juvenil –que no infantil- y fresca, algo que ya reclamaba una saga que en sus últimas entregas había dado serios síntomas de autoparodia y agotamiento –descontando la para mí entretenida y bien resuelta “Star Trek: Primer contacto”-.

Si su primer trabajo tras las cámaras, M:i:III, gozaba de ciertas reminiscencias a “Alias”, los fans de “Perdidos” encontraremos en las triquiñuelas temporales usadas por Abrams, Alex Kurtzman y Roberto Orci –creadores a su vez de otra joya televisiva reciente, “Fringe”- una referencia clara a una de las mejores series de lo que llevamos de siglo. Aunque, a diferencia de la ya de culto serie, en esta ocasión los trucos temporales ya no obedecen al “lo que pasó, pasó”, sino a la existencia de realidades alternativas. Una jugada maestra con el espacio-tiempo que permite recuperar a Leonard Nimoy como Spock, al que le da la réplica juvenil Zachary Quinto, tan cómodo en su papel como el del imprescindible Sylar de “Héroes”.

Lo peor de “Star Trek” es que es tan salvajemente buena, tan endiabladamente entretenida e inteligente que crea adicción, como la misma “Perdidos”. Sin ser precisamente un trekkie, aunque sí lo es Orci, el realizador respeta al máximo el universo de Roddenberry y lo hace propio, da sus toques personales ya visibles en sus trabajos televisivos y demuestra que ha hecho los deberes, como ya hiciera en su primera película. Todo para dar dos horas trepidantes de un agujero negro inmenso que arrastra al espectador al borde de ese mismo entretenimiento y seriedad simultáneos que ya consiguiera Irvin Kershner en “El imperio contraataca”, la mejor entrega dentro del universo “Star Wars”.

No soy un trekkie, lo confieso. Al igual que la serie “Héroes”, vi “Star Trek” pero no puedo decir que me convirtiera en adicto a sus tópicos. Nunca acabó de fascinarme como sí lo hicieran “Expediente X” o “Twin Peaks”, por ejemplo. Pero no importa. Abrams ha sabido contentar a los fanáticos a la vez que ha sido capaz de captar a nuevos adeptos. El poder de su “Star Trek” es tal que se hace adictivo. Como dirían los Borg, “La resistencia es fútil”.

A favor: la nostálgica aparición de Leonard Nimoy
En contra: que se hace corta, a pesar de durar dos horas

miércoles, 6 de mayo de 2009

Maestros del Horror: John Carpenter (II)

Pro-Life *1/2

John Carpenter es, posiblemente, el que mayor alegría y mayor decepción ha aportado a la serie “Masters of Horror”. La buena acogida que tuvo en diversos festivales el fabuloso episodio de la primera temporada, “Cigarette Burns”, se vio ensombrecida por culpa de su fallido trabajo para la segunda, titulado “Pro-Life”.

“Pro-Life” falla en tantos niveles que en el momento de su visionado me fue imposible realizar un compendio de todos ellos. En realidad, no me fue posible entender por qué no me gustó, a pesar del peso que tiene Carpenter en mi memoria cinéfaga. Y tardé en comprender que más allá de las limitaciones del formato televisivo –esto no fue un problema en “Cigarette Burns”, así que no se explica por qué Carpenter se dejó ir tanto con el capítulo que nos ocupa-, “Pro-Life” es ante todo un mediometraje aburrido, soso y que no aporta nada una vez lo has visto. Es más, ni siquiera entretiene.

Carpenter es un maestro a la hora de abordar el Apocalipsis desde varios puntos de vista. “En la boca del miedo” y Cigarette Burns” abordaban el fin de la humanidad a través del arte, en especial en el primer caso, donde Carpenter se mojaba al plasmar en imágenes el Apocalipsis en su desenlace. En otros trabajos, como “1997: Rescate en Nueva York” y su secuela o “¡Están vivos!”, el fin del ser humano como tal era inminente, o como mucho era reciente. No obstante, parece ser que el tema del derecho a la vida, el aborto y sus implicaciones morales le viene grande al director. ¿Tenemos derecho a negar una futura vida? En definitiva, ¿obramos como dioses decidiendo sobre la vida de los demás, o es un acto demoníaco que debemos paliar? Temas tan trascendentales como este –ojo, el declive de la moralidad humana que describe Carpenter en cada película está tan vigente como el aborto- parecen que pillan fuera de juego al director.

Lo que emana “Pro-Life” por todos sus poros es una dejadez impropia de su realizador. Carpenter no ha sabido mantener el interés durante los escasos 60 minutos que dura su propuesta. El espectador no acaba de interesarse por la trama; parece dirigida a las carreras, con candentes errores de continuidad –el cristal de la puerta que se rompe para poder entrar a la clínica abortista aparece íntegro al siguiente plano-; la banda sonora ya no transmite nada; Ron Perlman parece que no está al 100% en su papel… Incluso el maquillaje del bebé es una mala copia de la cabeza-araña de “La cosa”. Solo se salva, quizás, el trabajo de Nicotero&Berger para crear al demonio, y aún así no se le ve a la luz.

Para cuando llega la explicación final, que se hace previsible, “Pro-Life” no consigue transmitir su mensaje, sea cual sea este. Lo que queda es un insulso capítulo nada propio de Carpenter, quien incluso se permite la libertad para alargar la entrada de la familia a la clínica –esto ralentiza todavía más la película- haciendo un homenaje a “Asalto a la comisaría del distrito 13”, un director que creíamos recuperado tras su genial aportación a la serie en la primera temporada, pero que en esta ocasión parece desgastado por el tiempo. Sólo esperemos que no sea así. Siempre nos quedarán los créditos iniciales, precedidos por el habitual JOHN CARPENTER’S.

Descarga

Como en el caso de “Cigarette Burns”, les facilito enlaces para la descarga de “Pro-Life”

http://www.megaupload.com/?d=KNYTX1JH
Los archivos, como en el caso de "Cigarette Burns" están comprimidos con WinRar. Si alguien tiene dudas acerca de cómo descargar o extraer los episodios una vez descargado que lo consulte.

lunes, 4 de mayo de 2009

Maestros del Horror: John Carpenter (I)

Retomo mi análisis de la serie “Masters of Horror (MOH)” y esos maestros que la integran. El que nos ocupa ahora es el considerado por muchos, entre los cuales me incluyo, como uno de los mejores cineastas de cine fantástico y de terror –me cuesta clasificar su obra como terrorífica, a pesar de contar con títulos tan relevantes como “La noche de Halloween” en su filmografía- vivos. John Carpenter se ha labrado una fama de artesano y artista con mayúsculas, en especial en Europa, donde es considerado un autor. Puede que su mejor época ya haya pasado, pero en su carrera ha deambulado por todos los géneros dentro del cine de terror, siempre con un estilo rabiosamente personal. Suyo es el que es para mí el mejor episodio de toda la primera temporada de la serie, muy por encima de las sobrevaloradas propuestas de John McNaughton o Joe Dante, en especial del primero. Dado que su aportación a la serie se podría calificar de pequeña obra maestra, he decidido escindir la crítica en dos partes: una dedicada a la primera temporada y otra a la segunda.

La fin absolue du monde

Antes de diseccionar la compleja obra de Carpenter sentemos cátedra. No podremos entender plenamente su intención si no les hablo primero de “La fin absolue du monde”, la película que activa los mecanismos del miedo en la cinta de Carpenter.

Se trata posiblemente de la película más misteriosa de la historia del cine. Un extraño aura de secretismo y superchería rodea a este film desde hace décadas, hasta tal punto de poner en duda su propia existencia. No existen imágenes del mismo, ni carteles –la imagen que pueden ver acompañando a este texto está sacada del episodio Carpenter-. Su equipoestá extinto, falleció hace tiempo, y no existen copias conocidas. Y su director, Hans Backovic, se dice que se voló la tapa de los sesos obsesionado por el material que había creado. Otros, en cambio, hablan de él como desaparecido. Sea como fuere, no existen reseñas suyas por ningún lado, ni una triste biografía básica.

La leyenda comenzó en el aún primerizo Festival de Sitges -dónde si no, con lo aficionados que son sus organizadores a generar leyendas urbanas- en el año 1971, durante el cual se proyectó la única copia conocida del film de Backovic. Durante la misma los espectadores comenzaron a manifestar una conducta extremadamente violencia. Algunos hablaron incluso de canibalismo en la sala, y de un fuerte olor a sangre proveniente de la sala de proyección. Varios heridos y muertos durante el visionado del film, que culminó con el incendio de la sala, en lo que parece ser el único hecho confirmado de la velada. La historia oficial indica que el incendio provocó la histeria colectiva y la consecuente cadena de acontecimientos. No se puede afirmar si la película fue la causante del incendio –se acusó a Backovic de utilizar material inflamable a propósito- o del brote desenfrenado de violencia.

Tal era el caos organizado en la sala que los que sobrevivieron hablan de actos horrendos tales como el canibalismo. El humo y la confusión hicieron presa del pánico al público. No obstante, todos los que pudieron vislumbrar entre tanta supuesta carnicería retazos de la obra de Backovic coincidían en que se trataba de una película absolutamente bizarra, en la cual entre otras calamidades, se podía ver una sucesión de actos violentos e injustificados de niños contra ángeles, a los cuales mutilaban hasta arrancarles las alas. Una snuff movie con todas las de la ley, de la cual se llegó a especular que usaron ángeles de verdad. En definitiva, una oda a la maldad como medio de lograr el arte cinematográfico y que deja patente el poder subversivo del séptimo arte, de su potencial uso como arma de doble filo.

De la película ya no se sabe nada, y de su director, para el cual fue su último trabajo, menos. Su esposa, Katia Backovic, sólo afirmó que esa película había causado dolor y destrucción. Algunos hablaron incluso de un pacto de Backovic con el diablo. La leyenda se ha visto alimentada con el paso de los años, pero los intentos de encontrar “La fin absolue du monde” han resultado, que sepamos, frustrados. Se rumorea que Backovic intentó sacar la única copia existente, la que se exhibió en Sitges, pero el gobierno la destruyó. No obstante, dicen que circulan copias por el mundo, pero no se ha confirmado su existencia. Algunas sectas satánicas reconocen haber buscado una copia sin éxito y varios coleccionistas de cine pagarían lo que fuera a quien les consiguiera un trozo visionable del film.

¿Existe realmente esta película? Y de ser así, ¿estarían ustedes dispuestos a verla? Dicen que verla es desear el suicidio. Yo, presa del morbo, tras haber visto el film de Carpenter y leer sobre la peli, me muero de ganas por verla…


Cigarette Burns *****

“Una película es magia, y en las manos oportunas, un arma”. Con estas palabras introduce la historia Kirby Sweetman (Norman Reedus), un cinéfago que regenta un cine de serie B en el que, entre otros, podemos ver que proyectan “Profondo Rosso” del maestro Dario Argento, la cual momentos después cortará a conveniencia el ayudante de Sweetman. Éste, a su vez, alterna su trabajo en el cine como investigador privado, buscando esas rarezas del celuloide que los cinéfagos coleccionistas le encargan encontrar. Con un truculento pasado y una importante deuda pendiente, Sweetman acepta desesperado el encargo más difícil de su vida: encontrar la película maldita de Backovic, “La fin absolue du monde”. El ricachón Bellinger (el enigmático Udo Kier) le encarga una difícil tarea, no sin antes dar pruebas concretas de la existencia de la película. Bellinger tiene encadenado a uno de los ángeles que formaban parte del reparto original, mutilado hasta las alas y encadenado como una pieza más de coleccionista. Convencido, Sweetman comenzará a buscar la cinta, y por su camino se topará con un fanático aficionado a las snuff movies y con esas inconfundibles marcas de cigarrillo que dan título original al episodio –sí, no entiendo en qué pensaban los traductores españoles para darle el título de “El fin del mundo en 35mm.- y que señalan el cambio de bobina. Poco a poco, y a medida que ve las marcas, el protagonista irá sintiendo el terrible magnetismo del film de Backovic y sufrirá sus fatales consecuencias.


Esta trama de obsesión y de los efectos fatales del cine como arma de destrucción moral acerca el episodio de Carpenter a uno de sus mejores trabajos, “En la boca del miedo”. Al igual que Sam Neill, el personaje de Norman Reedus buscará al autor de la obra original y se irá adentrando en las fauces del horror, para al final comprender la importancia del arte en el ser humano –en aquel caso era una novela, ahora se trata de una película-, su poder de trascendencia, si bien en la cinta de 1995 los efectos eran mucho más apocalípticos. Carpenter habla así del cine dentro del cine, de su influencia positiva o negativa en nosotros, de su capacidad para hacer el mal en un discurso metalingüístico que trasciende incluso las imágenes. Porque “Cigarette Burns” no es solo la crónica de una obsesión y sus consecuencias, sino que el mismo trabajo de Carpenter se vuelve adictivo según avanza la trama. Es curioso que a pesar de tratarse de un producto limitado al ser televisivo, el director es capaz de aprovechar al máximo el tiempo del que dispone y realiza una obra intensa, adictiva, de esas que impiden despegar los ojos de la pantalla. Un ejemplo de esto es el uso de la elipsis. Con la excusa de las marcas de cigarrillo, el realizador omite un pasaje que sabemos que ha sido sangriento, aquel en el que Sweetman acaba con sus captores. Tras la mencionada marca, Norman Reedus ya está suelto y solo vemos la carnicería que se ha formado a su alrededor en el almacén. Una prueba de la inteligencia de Carpenter para economizar metraje, algo de lo que posiblemente adolezcan otros trabajos anteriores, de un exceso de metraje que convierte en lento su avance.

A este poder de adicción contribuye su desenlace, 10 minutos finales en los que Carpenter tontea con Cronenberg y “la nueva carne”, como cuando Bellinger realiza su particular y visceral película. Un torrente de imágenes y sensaciones inunda la pantalla y al espectador en uno de los mejores tramos finales que un servidor recuerda desde hace tiempo. El cineasta no comete el error de mostrarnos una proyección de “La fin absolue du monde”, sino que hace algo mejor: ofrece fragmentos proyectados en pantalla grande de la misma, tal y como lo habrían visto los espectadores originales en Sitges por culpa del pánico, una decisión que sin duda deja con más ganas si cabe de ver la obra de Backovic.

Solo una cosa puede reprochársele a este episodio, y son los flashbacks con la mujer del protagonista, un tanto cursis. Por lo demás, asistimos al renacimiento de un maestro del horror –no estrenaba desde “Fantasmas de Marte”-, con unos créditos iniciales precedidos por su característico JOHN CARPENTER’S, una banda sonora solvente compuesta por su propio hijo y un trabajo encomiable de Gregory Picotero y Howard Berger en el apartado de maquillaje. En especial cabe destacar el ángel, un prodigio del maquillaje imposible borrar de las retinas tras ver el capítulo. Toda una joya de la pequeña pantalla imprescindible para cualquier amante del género, del cine en general y de su director en particular, muy superior incluso a muchas películas de terror que se estrenan estos días.

Descarga

No voy a proporcionar enlaces para “La fin absolue du monde”. Como han podido ver, está descatalogada, parece incluso una invención. Les animo a buscarla, y si descubren algo, les ruego me avisen. Pero lo que sí les proporciono es el enlace desde megaupload para descargar el episodio de Carpenter. Espero que lo disfruten y les obsesione tanto como a mí.

Varios enlaces:
http://www.megaupload.com/es/?d=LN95ADY1
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