Todavía
no me lo creo. He tardado unos minutos en empezar a escribir este artículo,
porque todavía no salgo de mi asombro. James Gandolfini ha fallecido a los 51
años de edad, según confirma HBO, víctima de un posible infarto en Italia. Un actor que
me ha acompañado prácticamente desde que era pequeño, desde que le vi por
primera vez en “Amor a quemarropa” y “Velocidad Terminal” y ya desde entonces
no pude desprenderme de su rostro y fuerte presencia ante la cámara.
Hijo de padre italiano
y madre estadounidense criada en Nápoles, Gandolfini nació en Nueva Jersey en
el seno de una familia humilde que inculcó un amor profundo hacia sus raíces
italianas. Tras diversos empleos, y mientras actuaba en Broadway, comenzó a
hacer sus pinitos en cine a las órdenes de Sidney Lumet (“Una extraña entre
nosotros”) o Tony Scott (“El último boy scout”, “Amor a quemarropa”), y desde
entonces se convirtió en un secundario recurrente en Hollywood. Volvió a
trabajar con Lumet (“La noche cae sobre Manhattan”) y Scott (“Marea Roja”), y
probó con Barry Sonnenfeld (“Cómo conquistar Hollywood”), Álex de la Iglesia (“Perdita
Durango”), los hermanos Coen (“El hombre que nunca estuvo allí”), Gore
Verbinski (“The Mexican”), Joel Schumacher (“Asesinato en 8mm.”), William
Friedkin (“Doce hombres sin piedad: Veredicto final”), Clint Eastwood (“Medianoche
en el jardín del bien y del mal”) o Gregory Hoblit (“Fallen”).
Sin embargo, fue en
1999 cuando le llegó la fama con su papel de Tony Soprano en la aclamada “Los
Soprano”, que le valió un premio del American Film Institute, un Globo de Oro,
tres Emmy, varios galardones de los SGA y tres menciones en los premios de la
crítica televisiva, entre otros. Y, pese a este éxito, no se prodigó todo lo
que me hubiera gustado en la gran pantalla, por lo que el Oscar siempre se le
resistió. Pero aún así pudimos verle en “The Mexican”, “El hombre que nunca
estuvo allí”, “Asalto al tren Pelham 123”, de nuevo a las órdenes de Scott, “Donde
viven los monstruos” o recientemente en “Zero Dark Thirty” o “Mátalos
suavemente”.
Y llegados a este
punto, sigo sin creerme que haya muerto este actorazo que se ganó las simpatías
del público y la crítica a pesar de su imponente físico, que le valió encarnar
a no pocos personajes despreciables. Con tan sólo 51 años se nos ha ido un
grande, que deja apenas medio centenar de títulos en su haber, pero todos ellos
memorables. Descanse en paz, maestro.
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