Un encargo de calidad
Debo
reconocer que tenía serias dudas acerca de este proyecto, si bien el tráiler
presentado hace meses conseguía disiparlas en parte. Porque todo en esta
primera entrega de “Millennium” olía a encargo para David Fincher. Pero el
realizador ha demostrado una vez más que sabe huir perfectamente de los
encasillamientos y los prejuicios iniciales, y su adaptación de la novela de
Stieg Larsson respira nueva vida y sello propio en cada fotograma.
Sirva de precedente el
hecho de que no conozco el material de partida, el cual dicen que no daría para
rellenar dos horas y media de metraje en una película, algo que se desprendía
de la adaptación sueca original, la cual sí he visto. El trabajo de Niels Arden
Oplev no pasaba de ser un telefilm alargado y estrenado en cines, una cinta tan
gélida e impersonal como los parajes de esa Suecia desprovista de humanidad,
tan lastrada por la larga sombra del nazismo que ha dado cuna a auténticos
monstruos, a esos hombres que no amaban a las mujeres.
Teniendo en cuenta que
estamos, según dicen, ante una adaptación mucho más fiel de la novela original,
aún así en su trama y en algunos momentos ambas propuestas se hermanan.
Hermanarse, que no resultar idénticas y mucho menos ser copia la una de la otra,
o incluso remake, como muchos aseguran. Lo increíblemente llamativo de la
versión de Fincher es cómo el universo de Larsson –hablo de la historia y el
escenario- encaja coherentemente con la filosofía del cineasta. La película,
mucho más dinámica y clara que su predecesora gracias al ritmo que el director
sabe imprimir a sus trabajos y al milimétrico guión del gran Steve Zaillian,
está a medio camino entre la paranoia enfermiza de “Zodiac” y el
tenebrismo de “Se7en”, un in crescendo constante no exento de una violencia incómoda
pero justificada, que convierte el blanco de la nieve en negro petróleo, en
oscuridad reinante.
Mención aparta merece
la pareja protagonista, muy distinta en su tratamiento que la original sueca.
Daniel Craig y Rooney Mara poseen una química salvaje en pantalla, aunque tarden en unir fuerzas, y su acelerada
y quizá demasiado repentina relación sólo es comprensible desde la perspectiva
de la agresividad que requiere una dosis de afecto y cariño para apaciguarse.
Ambos están convincentes y soberbios, especialmente ella, muy a la altura de
Noomi Rapace. Eso sí, su Lisbeth Salander resulta mucho más humana que la de
esta, mucho más cercana al público, y su pasado no necesita ser revelado
explícitamente.
Por supuesto,
técnicamente ambas se encuentran a años luz. La fotografía de Jeff Cronenweth
ilumina tan bien los espacios abiertos como esos interiores sombríos de la
iconografía fincheriana, y la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross
ayudan a impregnar al conjunto de esa sensación de tensión en continua
evolución que requiere la película. Juntos se marcan una monumental versión del
“Inmigrant Song” de Led Zeppelin que bañan los créditos iniciales más
sensacionales que mis ojos han podido ver en los últimos años, un presagio de
lo que sería la saga 007 en manos de Fincher. Lo que viene después quizá no
posea la fuerza de esos créditos, y el tramo final se alarga en exceso cuando
el enigma ya se ha desvelado media hora antes, y puede que estemos ante el
trabajo menos potente de su director. Pero ni por asomo es una mala película.
En manos de David Fincher, un encargo es una apuesta segura de calidad.
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