miércoles, 25 de enero de 2012

LA CRÍTICA: Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres

Un encargo de calidad
Debo reconocer que tenía serias dudas acerca de este proyecto, si bien el tráiler presentado hace meses conseguía disiparlas en parte. Porque todo en esta primera entrega de “Millennium” olía a encargo para David Fincher. Pero el realizador ha demostrado una vez más que sabe huir perfectamente de los encasillamientos y los prejuicios iniciales, y su adaptación de la novela de Stieg Larsson respira nueva vida y sello propio en cada fotograma.

Sirva de precedente el hecho de que no conozco el material de partida, el cual dicen que no daría para rellenar dos horas y media de metraje en una película, algo que se desprendía de la adaptación sueca original, la cual sí he visto. El trabajo de Niels Arden Oplev no pasaba de ser un telefilm alargado y estrenado en cines, una cinta tan gélida e impersonal como los parajes de esa Suecia desprovista de humanidad, tan lastrada por la larga sombra del nazismo que ha dado cuna a auténticos monstruos, a esos hombres que no amaban a las mujeres.


Teniendo en cuenta que estamos, según dicen, ante una adaptación mucho más fiel de la novela original, aún así en su trama y en algunos momentos ambas propuestas se hermanan. Hermanarse, que no resultar idénticas y mucho menos ser copia la una de la otra, o incluso remake, como muchos aseguran. Lo increíblemente llamativo de la versión de Fincher es cómo el universo de Larsson –hablo de la historia y el escenario- encaja coherentemente con la filosofía del cineasta. La película, mucho más dinámica y clara que su predecesora gracias al ritmo que el director sabe imprimir a sus trabajos y al milimétrico guión del gran Steve Zaillian, está a medio camino entre la paranoia enfermiza de “Zodiac” y el tenebrismo de “Se7en”, un in crescendo constante no exento de una violencia incómoda pero justificada, que convierte el blanco de la nieve en negro petróleo, en oscuridad reinante.


Mención aparta merece la pareja protagonista, muy distinta en su tratamiento que la original sueca. Daniel Craig y Rooney Mara poseen una química salvaje en pantalla, aunque tarden en unir fuerzas, y su acelerada y quizá demasiado repentina relación sólo es comprensible desde la perspectiva de la agresividad que requiere una dosis de afecto y cariño para apaciguarse. Ambos están convincentes y soberbios, especialmente ella, muy a la altura de Noomi Rapace. Eso sí, su Lisbeth Salander resulta mucho más humana que la de esta, mucho más cercana al público, y su pasado no necesita ser revelado explícitamente.


Por supuesto, técnicamente ambas se encuentran a años luz. La fotografía de Jeff Cronenweth ilumina tan bien los espacios abiertos como esos interiores sombríos de la iconografía fincheriana, y la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross ayudan a impregnar al conjunto de esa sensación de tensión en continua evolución que requiere la película. Juntos se marcan una monumental versión del “Inmigrant Song” de Led Zeppelin que bañan los créditos iniciales más sensacionales que mis ojos han podido ver en los últimos años, un presagio de lo que sería la saga 007 en manos de Fincher. Lo que viene después quizá no posea la fuerza de esos créditos, y el tramo final se alarga en exceso cuando el enigma ya se ha desvelado media hora antes, y puede que estemos ante el trabajo menos potente de su director. Pero ni por asomo es una mala película. En manos de David Fincher, un encargo es una apuesta segura de calidad.


A favor: los créditos iniciales, y la química salvaje de su pareja protagonista
En contra: el tramo final pierde algo de fuelle

Valoración: ****

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