Espías como nosotros
Conozco la obra de John
Le Carré, pero no he leído aún ningún trabajo suyo. No he visto siquiera la miniserie
original de “Tinker Tailor Soldier Spy” del 79. Soy fan de los filmes de
espías, pero no esperaba en absoluto el tono con que Tomas Alfredson ha
abordado “El topo”. Por eso mismo, por pillarme desprevenido en todos los
aspectos, es posible que me haya quedado fuera de juego tras un primer
visionado. No obstante, con esta película me ha ocurrido lo mismo que con otras
como “La delgada línea roja”, “El caballero oscuro” u “Origen”: sabía que
estaba ante una gran película, pero no había sabido apreciarlo.
Es por eso que he
esperado a un segundo visionado para poder hacer una crítica justa, y tras él
puedo confirmar que lo de esa obra maestra vampírica titulada “Déjame entrar”
no fue casualidad. Alfredson vuelve a servirnos un relato frío y denso donde priman
los personajes sobre la acción –la identidad del topo es un secreto a voces,
pero es indiferente, como la identidad de Karla-, que no es más que una mera
excusa para desarrollar unos roles solitarios y aislados condenados a
entenderse eternamente los unos a los otros, mientras para el resto no son más
que impenetrables seres sin aparente humanidad.
El cineasta sueco
demuestra que su discurso no entiende de géneros. Si en aquella los gélidos
páramos autóctonos servían de escenario para una historia de amor presentada no
con menos gelidez, con paciencia, sin excesivos alardes artísticos, en esta
ocasión es la Guerra Fría la que funciona de marco perfecto para un relato de
traiciones, mentiras, infidelidad y, sobre todo, seres humanos tras una
apariencia de hombres surgidos del frío.
Porque esos hombres del
Circus –una especie de MI6 británico literario- que se pegan puñaladas traperas
con rostro imperturbable esconden en el fondo auténticos seres humanos. Lo de “El
topo” es pasión contenida tras una máscara de falso despego. En cada fotograma
se siente dicha pasión, a través de lágrimas de sangre, en una trama en la que
nadie es lo que parece ser. Ayudan a esto unos actores perfectamente dirigidos,
desde un Gary Oldman que hace de su contención expresiva la mayor de las
expresividades interpretativas, hasta unos secundarios que hacen lo propio con
los semblantes de unos inmejorables Ciarán Hinds, Mark Strong, Toby Jones, John
Hurt o Colin Firth, este último en un papel bastante secundario, aunque
decisivo, que choca tras su Oscar del año pasado. Y, además, unos Benedict
Cumberbatch y Tom Hardy que ponen el contrapunto más sentimental, obvio si
tenemos en cuenta que no forman parte de esa generación de espías nacidos de la
guerra entre los que se mueve un traidor, a una propuesta deliberadamente fría
en su forma pero a punto de explotar sensibilidad en su interior. Juntos
conforman uno de los mejores repartos masculinos vistos en años.
La banda sonora, la
dirección artística, el vestuario,… todos estos elementos resultan soberbios no
sólo para enmarcar temporalmente la historia, sino para retratar un ambiente
repleto de hombres anclados en un pasado tan presente como distante. Una
atmósfera viciada por la desconfianza y los fantasmas de la guerra, cuando corrían
otros tiempos para su profesión. Un muy buen rompecabezas cuyas piezas puede
costar seguir en algunos momentos. En ese sentido, aconsejo a los que la vean
que no pierdan ni un solo segundo, pues en sus pequeños detalles están las
claves para recomponer un puzzle en el que faltan algunas piezas por colocar –la
relación entre Strong y Firth, la omnipresente esposa de Oldman- y que elevan
al infinito el hermetismo de un cineasta al que habrá que seguir la pista. Para
los que se queden por el camino, recomiendo verla por segunda vez. Merece la
pena.
A favor: la desbordante pasión que encierran sus gélidos fotogramas
En contra: el rompecabezas puede ser algo difícil de armar, y algunos se perderán por el camino
Valoración: ****
No hay comentarios:
Publicar un comentario