viernes, 13 de enero de 2012

LA CRÍTICA: El topo

Espías como nosotros

Conozco la obra de John Le Carré, pero no he leído aún ningún trabajo suyo. No he visto siquiera la miniserie original de “Tinker Tailor Soldier Spy” del 79. Soy fan de los filmes de espías, pero no esperaba en absoluto el tono con que Tomas Alfredson ha abordado “El topo”. Por eso mismo, por pillarme desprevenido en todos los aspectos, es posible que me haya quedado fuera de juego tras un primer visionado. No obstante, con esta película me ha ocurrido lo mismo que con otras como “La delgada línea roja”, “El caballero oscuro” u “Origen”: sabía que estaba ante una gran película, pero no había sabido apreciarlo.

Es por eso que he esperado a un segundo visionado para poder hacer una crítica justa, y tras él puedo confirmar que lo de esa obra maestra vampírica titulada “Déjame entrar” no fue casualidad. Alfredson vuelve a servirnos un relato frío y denso donde priman los personajes sobre la acción –la identidad del topo es un secreto a voces, pero es indiferente, como la identidad de Karla-, que no es más que una mera excusa para desarrollar unos roles solitarios y aislados condenados a entenderse eternamente los unos a los otros, mientras para el resto no son más que impenetrables seres sin aparente humanidad.



El cineasta sueco demuestra que su discurso no entiende de géneros. Si en aquella los gélidos páramos autóctonos servían de escenario para una historia de amor presentada no con menos gelidez, con paciencia, sin excesivos alardes artísticos, en esta ocasión es la Guerra Fría la que funciona de marco perfecto para un relato de traiciones, mentiras, infidelidad y, sobre todo, seres humanos tras una apariencia de hombres surgidos del frío.



Porque esos hombres del Circus –una especie de MI6 británico literario- que se pegan puñaladas traperas con rostro imperturbable esconden en el fondo auténticos seres humanos. Lo de “El topo” es pasión contenida tras una máscara de falso despego. En cada fotograma se siente dicha pasión, a través de lágrimas de sangre, en una trama en la que nadie es lo que parece ser. Ayudan a esto unos actores perfectamente dirigidos, desde un Gary Oldman que hace de su contención expresiva la mayor de las expresividades interpretativas, hasta unos secundarios que hacen lo propio con los semblantes de unos inmejorables Ciarán Hinds, Mark Strong, Toby Jones, John Hurt o Colin Firth, este último en un papel bastante secundario, aunque decisivo, que choca tras su Oscar del año pasado. Y, además, unos Benedict Cumberbatch y Tom Hardy que ponen el contrapunto más sentimental, obvio si tenemos en cuenta que no forman parte de esa generación de espías nacidos de la guerra entre los que se mueve un traidor, a una propuesta deliberadamente fría en su forma pero a punto de explotar sensibilidad en su interior. Juntos conforman uno de los mejores repartos masculinos vistos en años.



La banda sonora, la dirección artística, el vestuario,… todos estos elementos resultan soberbios no sólo para enmarcar temporalmente la historia, sino para retratar un ambiente repleto de hombres anclados en un pasado tan presente como distante. Una atmósfera viciada por la desconfianza y los fantasmas de la guerra, cuando corrían otros tiempos para su profesión. Un muy buen rompecabezas cuyas piezas puede costar seguir en algunos momentos. En ese sentido, aconsejo a los que la vean que no pierdan ni un solo segundo, pues en sus pequeños detalles están las claves para recomponer un puzzle en el que faltan algunas piezas por colocar –la relación entre Strong y Firth, la omnipresente esposa de Oldman- y que elevan al infinito el hermetismo de un cineasta al que habrá que seguir la pista. Para los que se queden por el camino, recomiendo verla por segunda vez. Merece la pena.

A favor: la desbordante pasión que encierran sus gélidos fotogramas
En contra: el rompecabezas puede ser algo difícil de armar, y algunos se perderán por el camino

Valoración: ****

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