En “El juego de la
imitación”, Alan Turing sentaba las bases de lo que debía cumplir un organismo
cibernético inteligente. Un humano a un extremo. Una máquina y otro humano al
otro. El humano debe determinar quién es el humano y quién la máquina. Si se
equivoca, el organismo puede ser catalogado como inteligente. El autor ya
esgrimía entonces lo que hoy en día conocemos como computadoras, y a largo
plazo, lo que en el futuro posiblemente veamos como algo cotidiano, la
inteligencia artificial conviviendo con la humana.
En una escena de “The
Imitation Game” –de nuevo un minuto de silencio por los traductores de los
títulos en España-, Turing se sienta al otro extremo de una mesa y habla a su
entrevistador de su experimento mental. Sólo una mente computacional como la
del criptógrafo inglés podía ser capaz de vencer a otra máquina, en este caso
una que ayudara a los ingleses a ganar la guerra contra los escurridizos
alemanes. Retraído, poco experto en relaciones sociales, lógico y matemático.
Justo como ese Christopher destinado a vencer a la máquina Enigma y ganar así
la guerra contra los alemanes, un organismo formado por cables de cobre y
bobinas que había nacido como recuerdo de una persona de vital importancia en
la vida del científico. De nuevo, humanos y máquinas confundiéndose entre sí.
Y no podía ser
interpretado por otro actor que no fuera Benedict Cumberbatch, un intérprete
que ha hecho de su rostro de replicante su mejor baza para la actuación. No hay
más que ver la serie “Sherlock”. Él es lo mejor de “The Imitation Game”, una
producción típicamente británica que trata de relatar el triunfo sobre Enigma
de un genio meticuloso y obsesivo. Y a su vez da viajes hacia el futuro, una
vez acabada la guerra, y hacia el pasado, cuando era un niño. Y simultáneamente
trata de tocar muchos más palos como la homosexualidad en la reprimida Inglaterra
de mediados de siglo, la dualidad hombre-máquina o la personalidad y parte de
la biografía de su personaje protagonista.
Lo intenta, porque la
película de Morten Tyldum no consigue destacar en ninguna de sus vertientes
narrativas. No pasa de la corrección ni siquiera en su realización, su guión,
su banda sonora, su fotografía… o en sus interpretaciones. Porque que
Cumberbatch se erija como lo mejor de la función no significa que esté
sobresaliente. Todo el reparto está correcto, como el film en sí, incluido él. No
hay escenas para el recuerdo, no hay momentos grandiosos ni mágicos. Es como si
una máquina se hubiera hecho cargo de la dirección y haya eliminado cualquier
atisbo de emoción, tanto hacia el público como a la hora de filmarla. Un juego
interesante fruto de un cerebro computacional, pero que no pasa de ahí, de ser
interesante y funcional. Me pregunto si pasaría el Test de Turing.
A
favor: Benedict Cumberbatch
En
contra: no pasa de ser un film correcto en todos los
aspectos
Calificación ***
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