Genio y locura
Ya en sus últimos años
de vida, el polémico Oscar Levant afirmaba que existía una delgada línea
divisoria entre el genio y la locura, y que él mismo la había logrado borrar.
Esta frase supuso la coronación verbal de una vida repleta de excesos,
depresiones y de idas y venidas del psiquiátrico, que acabó en el ostracismo
personal del neurótico favorito de América de la década de los 50.
“La sombra del actor”
–bravo una vez más por la traducción al español del título original, “The
Humbling”- hace hincapié en esa frase de Levant a través de la figura de un
actor en crisis al que le ha pasado lo peor que le puede pasar a alguien de su
profesión. Como al bailarín al que le empiezan a fallar sus propias piernas,
Simon Axler ha perdido su propio talento para la interpretación. Olvida frases,
confunde obras entre sí, y la senilidad y las lagunas de memoria han comenzado
a sus casi 70 años de edad.
La película cruza
constantemente esa fina línea que separa el genio de la locura, confundiendo
realidad y ficción a su paso. Y llegados a este punto, más alguna escena en
común, lo peor que le ha podido pasar a este film es que llegase a las salas
una propuesta muy superior en todos los sentidos como “Birdman”. Sólo en la
fábrica de sueños se producen este tipo de coincidencias, y es inevitable
acordarse de la reciente ganadora del Oscar al contemplar esta cinta, si bien
la primera diseccionaba con mordacidad el mundo del espectáculo y en la que nos
ocupa seguimos más de cerca si cabe el deterioro en la vida personal y
profesional de su protagonista.
Lamentablemente, Barry
Levinson no es Iñárritu, ni sus guiones y aspiraciones son comparables. Porque
el humor negro del que hace gala “La sombra del actor” funciona en ocasiones, y
no resultan igual de dinámicas en ritmo. Lo que resulta es una obra tan
irregular como la carrera de su propio director, hábil cirujano del show
business americano en algunas ocasiones –“La cortina de humo”-, y en otras no
tanto –“El hombre del año”-.
Aún así, estamos ante
una propuesta interesante, aunque más que por lo que cuenta, que también
resulta de interés cuando no falla el ritmo de la narración, es interesante por
quién nos lo cuenta. Y es que si algo sostiene a esta película es Al Pacino,
soberbio en su recreación de ese anciano al borde de la demencia y convertido
en un arrugado y distorsionado reflejo de lo que un día fue. A su alrededor, un
carrusel de secundarios que dan el tipo, desde los recuperados Charles Grodin,
Dianne Wiest, Kyra Sedgwick o Dan Hedaya hasta la destacable Greta Gerwig.
Ninguno de ellos consigue hacer sombra a la gran estrella de la obra. Esta
película sirve para que Pacino se luzca, y sólo espero que no acabe sus días
como el Rey Lear, y que aún le queden muchas funciones para maravillarnos con
su presencia.
A
favor: Al Pacino, y no le hace falta nada más
En
contra: el recuerdo de “Birdman”, y su irregularidad como
film
Calificación **
Se deja ver
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