Los fantasmas de Galípoli
20 de diciembre de
1915. Los otomanos y los alemanes ven cómo las tropas enemigas, formadas
fundamentalmente por franceses y británicos, abandonan la península de Galípoli
tras varios intentos de invasión frustrados, dando comienzo al fin de una
batalla que en menos de un año se cobró la vida de más de medio millón de
personas entre uno y otro bando. Cuatro años después, los hijos de Joshua
Connor no han vuelto a casa de la contienda. Ya sea con vida o no, el zahorí
partirá en busca de sus tres hijos como promesa a su esposa.
Russell Crowe, que se
reserva también el papel principal, afronta su debut en la dirección con aires
clásicos, y de hecho podría considerarse que tiene ecos del cine de David Lean.
Pero además, “El maestro del agua” viene a ser un cruce entre “Salvar al
soldado Ryan”, “Largo domingo de noviazgo” y, sobre todo, el “Gallipoli” de
Peter Weir. Porque esta ambiciosa ópera prima recuerda mucho a los trabajos
tras la cámara del formidable director de origen australiano.
Pero mientras que el responsable de obras tan míticas como “El año que
vivimos misteriosamente”, “La costa de los mosquitos” o “Master & Commander”
consigue sacar partido a cualquier historia épica con su elegante puesta en
escena y su vibrante dirección a todos los niveles, Crowe tira de ingenuidad y
extrema bondad y se muestra torpe y atropellado. El protagonista de “Gladiator”
no sabe cómo utilizar la música, abusa de ella, así como de la distorsión de la
imagen, los zooms, la cámara lenta o los flashbacks,
estos últimos mal insertados en la narración y repetidos tantas veces que
rompen la linealidad del relato. Por ejemplo, muestra
imágenes de la guerra una y otra vez como si su personaje en el film hubiera
estado en el campo de batalla, o instantes del futuro que acaban volviéndola
previsible y restan emoción al conjunto.
Y más allá de la
dirección, donde también hace aguas es en la historia. El film trata de tocar
tantos palos en la narración, vagando entre el melodrama romántico o el cine
bélico y con una presentación tan forzada, que finalmente no le saca la punta a
ninguno de ellos. La trama no
termina de arrancar en ningún momento ni emocionar. Le falta pasión, empuje, y
le sobra más de un pasaje que ha sido metido con calzador.
Ahora bien, está lejos de ser una mala película. “El maestro del agua”
se ve con comodidad y aunque se haga pesada en ciertos tramos –la historia de
amor forzada, por ejemplo, rompe el ritmo y no acaba de cuajar-, no llega a
aburrir del todo. Por otro lado, está lujosamente ambientada, los actores están
corrector y la fotografía, obra del maestro Andrew Lesnie, es soberbia. Pero se
queda en un intento de cine clásico irregular y falto de amor, de emociones. Los
fantasmas de Galípoli ya fueron homenajeados como merecían hace más de treinta
años, a través de la historia de los dos atletas australianos unidos en el
horror de la guerra.
A favor: la ambientación y la fotografía, y que se hace ligera
En contra: la torpe y nada pasional dirección de Crowe, los
tropezones de una trama a la que le sobran algunas líneas argumentales
Calificación **
Se deja ver
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