Menos terrorífico que el juego de la oca
Más importante que el
hecho de que Michael Bay esté detrás de la producción de “Ouija”, cuya alargada
sombra estilística no asoma afortunadamente por ninguno de los fotogramas de la
película, es el que tras ella también esté implicado Jason Blum, un hombre que
ha hecho de la escasez de presupuesto y recursos una de las herramientas más
poderosas del cine de terror reciente. Vale, puede que los guiones y los resultados
finales de las distintas “Paranormal Activity”, “Sinister”, “Insidious” o “The
Purge” no estén del todo equilibrados entre sí, pero no se puede negar que en
cada una de estas producciones de Blum la economía de medios ha jugado a su
favor a la hora de tirar de ingenio para activar los resortes más básicos que
rigen el género.
No ocurre así con esta
nueva propuesta. “Ouija” trata de advertirnos de los peligros que el mítico
juego de mesa paranormal puede albergar, pero el debutante Stiles White ha
recurrido a la opción B a la hora de manejar su discreto presupuesto, que pasa
por explotar los tópicos del cine de terror hasta el extremo. Aquí lo que
tenemos es una excusa, el tablero propiamente dicho, para servirnos una especie
de slasher ochentero en el que un grupo de adolescentes cuyas vidas nos
importan más bien un comino van cayendo uno tras otro a manos de un ente
espiritual. Por supuesto, sin un ápice de tensión, sin ningún atisbo de originalidad
y rellenando el metraje con unos cuantos sustos bastante efectistas pero muy
poco efectivos.
Pero, lo peor de todo,
sin que se vislumbre en ella ni un solo atisbo de ganas por parte de sus
responsables. Lo que hay en “Ouija” es una absoluta indiferencia general, tanto
en la aséptica puesta en escena, incapaz de provocar desasosiego pese a la
práctica ausencia de luz durante su desarrollo, como en un guión tan lleno de
tópicos como agujeros, con resoluciones tan apresuradas –ay, ese anticlimático
final- y poco lucidas como las muertes de sus protagonistas.
Lo que queda es,
sencillamente, la adaptación de un juego de mesa como bien podría haber sido el
Hundir la Flota o el Monopoly, pero que dada su naturaleza es carne de terror.
En el caso que nos ocupa, un terror aterciopelado, repleto de los tics
habituales del género, sin sangre ni terror propiamente dicho. Ni la presencia sorpresa
–siento el spoiler, pero a estas alturas lo mismo me da reventar la sorpresa-
de Lin Shaye ayuda a que nos divirtamos un poco. Lo dicho, un juego para niños.
Pero uno aburrido y soso, al que no dan ganas de jugar. Más terrorífico habría
sido adaptar el juego de la oca.
A
favor: la inesperada presencia de Lin Shaye, aunque se
luzca más bien poco
En
contra: todo
Calificación *
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