Más allá del infinito
¿En qué momento dejamos
de mirar a las estrellas y nos obsesionamos con el suelo que pisamos? Es la
pregunta que se plantea a sí mismo el protagonista de “Interstellar”,
cuestionándose en qué momento el ser humano abandonó sus sueños de exploración
por una vida preocupándose por el cuidado de la tierra. La película presenta con
estas cuestiones un futuro inmediato al nuestro, o también una realidad
paralela a la que vivimos, en la que la comida escasea y el polvo lo cubre
todo, en la que la ciencia ya no es prioritaria para solventar los grandes
problemas de la Humanidad. Una especie que no está condenada a morir en este
planeta, aunque lleve millones de años pisándolo. Su única forma de sobrevivir
será abandonando no sólo la Tierra, sino a todos los que la habitan, en una
misión que puede no tener retorno.
Christopher Nolan
concilia la necesidad de la ciencia en un mundo que ha renegado completamente
de ella con las emociones humanas. “Interstellar” es su trabajo más emocional
hasta la fecha, y uno de los más logrados a nivel cinematográfico. Con ella, el
cineasta británico logra tres hitos que no suelen darse la mano al unísono en
su filmografía. Por un lado, los personajes más humanos de toda su carrera,
matizados por las interpretaciones de Matthew McConaughey y Anne Hathaway, a
los que sólo les bastan un par de primeros planos fijos para meterse al público
en el bolsillo. Por el otro, y es algo que ya despuntaba en sus dos trabajos
anteriores, las escenas de acción mejor resueltas y más tensas de su
trayectoria, salpicadas con fotogramas de una belleza universal incalculable. Y
por último, consigue calmar al Nolan expositivo, al que deja en boca de sus
personajes las complicadas logísticas de sus tramas, aunque en algunos
segmentos, como el de la NASA, se le vaya la mano en este asunto. Por suerte,
son pocos momentos y están bien insertados en la historia.
Pero a la vez, este viaje
más emotivo que interestelar sigue teniendo en la escasa capacidad de síntesis
del director –la misma que ralentizaba el comienzo de “El caballero oscuro”, el
desenlace de su trilogía del hombre murciélago, o la que alarga sus cintas
hasta el hartazgo- y en su manía por complicar una trama en cuya simpleza
radica su grandeza su gran piedra contra la que tropezar. Con “Interstellar”
asistimos a la que posiblemente sea la propuesta más asequible y lineal a nivel
estructural de la carrera de un entusiasta de los saltos temporales, los sueños
dentro de otros sueños y los laberintos mentales, un acierto que se ve lastrado
en el momento en que el Nolan se saca de la chistera una argucia para dar
cohesión completa a la historia, cuando ésta no necesitaba de arquitecturas
complejas para mantenerse por sí misma.
Por tanto, esta larga,
que no pesada, lucha con rabia contra la agonía de una luz que va difuminándose
en lo más hondo del espacio combina lo peor de un ingeniero poco dado a la
síntesis y demasiado a lo cerebral con lo mejor de un realizador que prefiere
dejar que las emociones humanas hablen por sí solas. Y, afortunadamente, es
esta última vertiente la que sale triunfadora, plasmando los detalles humanos
más irrisorios como grandes constantes cósmicas, y enseñándonos que, más allá
del infinito, el amor es una fuerza tan relevante como la gravedad.
A
favor: su viaje más emocional que cerebral; McConaughey y
Hathaway
En
contra: la escasa capacidad de síntesis del director, y un
acto final algo cerebral en una propuesta que funcionaba mejor desde la
sencillez
Calificación ****
No hay comentarios:
Publicar un comentario