El ocaso del mercenario
En una de las imágenes
más icónicas de “Sabotage”, Schwarzenegger se sienta a una mesa ataviado como
un vaquero, toma un trago, enciende un puro y esboza esa media sonrisa suya tan
característica que llevaba hasta entonces conteniendo, justo después de
protagonizar una escena al más puro estilo del mariachi Robert Rodríguez. Es el
toque de atención del astro austriaco a todos sus fans. Más que vivir el ocaso
de su propia filmografía, está más en forma que nunca. Esto no es el fin, sino
el punto y seguido que precede a todo lo que está por venir.
Concebida precisamente
durante todo su metraje como si del retrato del ocaso del mercenario se
tratase, lo nuevo de David Ayer destila sobriedad en lo que al tratamiento de
sus personajes se refiere, un equipo de la DEA a cual más bárbaro, aunque las
escenas de acción salvajes y no aptas para todos los públicos del realizador,
un especialista en filmar como si de un continuo combate cuerpo a cuerpo se
tratase, puedan transmitir justo lo contrario.
Así, “Sabotage” es una acertada
radiografía del punto en el que se encuentra la carrera de su estrella
protagonista. Aunque también atesora otros aciertos, como no convertir al actor
en el amo de la función, sino dejar a sus compañeros de reparto, todos ellos
magníficamente caracterizados y metidos en sus papeles como si llevasen años
preparándose para entrar en “Sons of Anarchy”, respirar entre tanto músculo y
testosterona.
Eso sí, a costa,
desgraciadamente, de una realización que en ocasiones se torna demasiado
telefílmica, y de algunos pasajes exagerados y efectistas, como la persecución
una vez se descubre el pastel que trae de cabeza a sus protagonistas, o esos flashbacks familiares metidos con calzador. Pero,
sobre todo, lo que más se resiente en ella es su flojo guión, que acierta más
en retratar a sus personajes que en inmiscuirles en una historia atractiva y de
desarrollo verosímil. Su trama va perdiendo fuelle conforme avanza, yendo de un
comienzo más que potable a un tramo final con no pocos lastres, que viene a
remontar el vuelo gracias a una escena final de esas de quitarse el sombrero
dado el tipo de producto que es.
Y en medio de tanto
tiro, tanto tatuaje y tipo duro, está Schwarzenegger, que da la que podemos
considerar como su mejor interpretación en años, en un papel que le viene como anillo al dedo. Dentro de sus limitaciones
interpretativas, claro está. Comedido, serio, cuasi crepuscular. Una estrella
que está lejos de vivir su ocaso en el celuloide. Que siga así muchos años más.
A
favor: un Schwarzenegger cuasi crepuscular, y la escena
final
En
contra: su guión, que va perdiendo fuelle minuto tras
minuto
Calificación **
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