El nuevo género de Wirkola
En un momento de esta
secuela del éxito de 2009, un geek reconoce que se encuentra perdido en medio
del Holocausto Zombinazi, que nunca había visto algo así en el cine, y que el
protagonista ha creado su propio género cinematográfico. Tommy Wirkola pone en
palabras de este personaje lo que “Dead Snow 2: Red vs. Dead” –seguramente en
España la traducirán como “Zombis Nazis 2”- debería suponer para el espectador
afín: un producto imprevisible, que aprovecha la premisa de la primera para engendrar
algo nunca visto antes en el séptimo arte.
Porque era fácil
repetirse. Aunque comience justo donde lo dejó la anterior, y tras un breve
prólogo que sirve de puente entre ésta y la que nos ocupa –un recurso muy raiminiano que vuelve a vuelve a enlazar
a esta saga con “Evil Dead”-, Wirkola se desmarca de ella y tira la casa por la
ventana, regalando una trama ridícula y absurda en la que los escollos de guión
están de más –esa escena post créditos que viene a estirar el chicle más de la
cuenta- y en la que todo es posible. Miembros amputados malditos –de nuevo
Raimi-, una familia zombi ampliada –a destacar el médico y su particular manera
de “sanar” a los heridos o el pobre podrido que muere y resucita una y otra
vez-, mayor dosis de vísceras y humor cafre, intestinos que sirven para reponer
combustible… Un batiburrillo de animaladas divertidísimas en una película que
se toma aún menos en serio que la primera parte.
Tras un periplo
americano en el que el cineasta noruego sufrió las imposiciones hollywoodienses
de la calificación por edades, vuelve a su país de origen para ajustar cuentas
con el oeste a la vez que permite una segunda oportunidad para despertar viejas
rencillas bélicas entre rojos y fascistas, y ofrece una propuesta brutal y
repleta de humor negro, que no obstante carece de la frescura y el efecto
sorpresa de su predecesora, además de verse resentida por el bajón de ritmo de
algunas escenas de diálogos que bien podrían haberse quedado en la sala de
montaje, como muchas de las protagonizadas por el bochornoso cuerpo de policía.
Pero lo que importa es
que es cine para echarse unas risas, una guerra sin cuartel en la que bebés,
niños, ancianos o discapacitados caen ante la cámara de un director sin
complejos a la hora incluso de reciclar a su actor fetiche en un nuevo personaje
secundario igualmente destinado a ser devorado por los muertos vivientes. Y,
además, la incontestable moraleja de que el destino del mundo está en manos de
los freaks –americanos, para más señas-, y de que en una cinta de estas
características también hay sitio para el romanticismo en un final que es puro
amor salvaje. Lo dicho, lo nunca visto.
A
favor: que no repite los esquemas de su predecesora, y la
vuelta de Wirkola con una propuesta que tira la casa por la ventana en todos
los aspectos
En
contra: su falta de frescura con respecto a aquélla y
ciertas carencias de ritmo
Calificación ***1/2
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