El nacimiento de una nación
Es fascinante cómo la
saga de “El planeta de los simios” sirve como radiografía del ascenso y ocaso
histórico de toda civilización en pleno estado evolutivo. Sociedades regidas
por líderes carismáticos que o bien promueven el entendimiento y la paz entre
semejantes y entre especies, o bien se encuentran movidos por la ira y el miedo
al foráneo. Unos llevan a la evolución; otros, a la extinción.
Pero es la primera vez
en toda la franquicia, continuando con el formidable camino iniciado en “El
oriden del planeta de los simios”, que el discurso se pronuncia más desde el
punto de vista simio y su concepto de comunidad, que del mero conflicto
humano-simio. Ya en “La conquista del planeta de los simios”, con la que la que
nos ocupa mantiene ciertos paralelismos, se apuntaba que no había mucha
diferencia entre una especie y su oponente. Aquí, es el mismísimo César quien
advierte que humanos y simios no se encuentran muy alejados los unos de los
otros. La barbarie y la guerra no son solamente comunes a los primeros, sino a
toda especie sobre la que comienza a alumbrar la evolución.
Así, “El amanecer del
planeta de los simios” se convierte en una especie de “El nacimiento de una
nación”, pero en clave darwinista. Una suerte de espectáculo no exento de
pirotecnia visual –supera el mayor escollo de su predecesora, unos efectos
especiales poco verosímiles; en otras palabras, aquí la artificiosidad de los
simios no canta ni siquiera en el plano detalle-, inteligente y comedido,
tremendamente cerebral y pausado que no obstante se pasa en un suspiro. Es tan
intimista como la anterior, pero desde un punto de vista cinematográfico más
gigantesco.
Todo gracias en buena
parte a un gran artesano como Matt Reeves, capaz de hacer evolucionar todo
trabajo de encargo y ofrecer un producto de calidad, no con una impronta
personal definida, pero tremendamente inteligente en su ejecución de la acción –la
escena del tanque, ese comienzo de reminiscencias kubrickianas- y las escenas de personajes. Y eso que no parte de un
argumento demasiado complejo, y de que el guión acusa cierta previsibilidad –el
forzado final palomitero, la enfermedad de la mujer de César, la falta de un
instante que realmente impacte al espectador como en entregas anteriores-, además
de que su condición de hype hinchado
por culpa de una campaña que la ha vendido como el must see de prestigio del año puede jugarle una mala pasada, pero
Reeves es capaz de convertir estos defectos en virtudes, y de demostrar que es
posible hacer un blockbuster sesudo.
Y, cómo no, si algo
hace grande a este film es Andy Serkis, que consigue dar un paso más allá en su
encarnación de César y matizar digitalmente su interpretación. Que un personaje
generado por ordenador sea capaz de expresar de manera tan contundente es tan
acojonante que merece un Oscar. Tan bien definido están él y el resto de sus
compañeros simios, con mención especial también para Koba, que los humanos
palidecen a su lado. Incluso Gary Oldman está de paso a pesar de que hay un
intento por vislumbrar su doloroso pasado. Están de más, porque lo que llega al
corazón es la historia de estos simios tan humanos a los que sólo les ha
faltado decir “¡Ave, César!”.
A
favor: que centre su discurso y el espectáculo inteligente
en la comunidad simia, en un fantástico Andy Serkis y sus semejantes
En
contra: el peligroso hype que se ha generado en torno a
ella, y unos humanos no demasiado definidos
Calificación ****
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