Por los buenos modales
Una película que
empieza con el “Money For Nothing” de Dire Straits y prosigue con unos
soberbios títulos de crédito, cuya única pega es que duran muy poco, promete
quizá demasiado en un corto periodo de tiempo. A partir de aquí, existen dos
opciones. O se queda en esa promesa y no va a más, o lo mejor está por venir. Lo
nuevo de Matthew Vaughn, afortunadamente, sigue el segundo camino,
confirmándole como un excelente adaptador de cómics al celuloide –no he leído la
novela gráfica original, pero el resultado como film es brillante- tras
resucitar la saga mutante marvelita y
llevar a la gran pantalla con una sobredosis de ingenio otra obra icónica de
Mark Millar, bastante más freak y trash, como “Kick-Ass”.
“Kingsman: Servicio Secreto” es una versión carente
de complejos del espía de toda la vida, de los famosos J.B. que ha dado el cine
-con James Bond y Jason Bourne a la cabeza- o la pequeña pantalla -ese
reivindicable Jack Bauer-, con sus gadgets, sus misiones imposibles y su
licencia para matar de la manera más espectacular y rocambolesca imaginable.
Pero todo con una flema marcadamente british.
Porque este film destila esa pomposidad tan insoportable de los británicos,
defendiendo que los buenos modales, incluso con gotitas de incorrección
política cada vez más frecuentes y agradecibles, hacen al hombre. Y excavando
bajo su superficie encontramos incluso un discurso subversivo en el que los
poderosos merecen ver explotadas sus cabezas en un espectáculo de fuegos
artificiales de luces y colores.
Uno de sus grandes aciertos es su reparto, completamente entregado al despiporre. Han acertado
de lleno con la elección de Taron Egerton como joven protagonista repleto de
carisma, con Colin Firth como estandarte de la caballerosidad y la elegancia
británicas, con Samuel L. Jackson dando rienda suelta a sus ansias megalómanas,
con Mark Strong en un rol bondadoso al que no nos tiene acostumbrados, y con la
presencia siempre imponente de un Michael Caine que vuelve a rememorar sus
tiempos como Harry Palmer. Todo ello coronado por escenas para el recuerdo –en
la retina quedará grabada esa apocalíptica pelea a muerte en la iglesia-, un
sentido del ritmo que va in crescendo, un humor a medio caballo entre la
inteligencia y el absurdo, su propia concepción de las escenas de acción, y un
nulo sentido del ridículo.
Pese a no ser su mejor trabajo, sí es el más libre
de su director. Se nota que Fox le ha dado carta blanca, y lo aprovecha hasta
exprimirlo, pero sin agotarlo, haciendo suyas todas las referencias de las que
se vale. Su espíritu se resume en una sola escena, en la que un agente secreto
y el villano conversan sobre los tópicos del cine de espías, y ya entonces
dejan claro que lo que están viendo los espectadores no se parece a ninguna
otra cinta de su género, a pesar de que recoge esos mismos tópicos de los que
se mofa, y de que tiene cierto aroma a ya visto con anterioridad. “Kingsman”
ofrece 120 minutos de puro divertimento sin cortapisas y una parodia de las
películas de espionaje. Pero no una parodia cualquiera. Estos caballeros de la
mesa redonda aúnan lo viejo y lo nuevo como no se ha visto antes. Y con
respeto, transformando la parodia en homenaje. Que los modales importan.
A
favor: su inagotable derroche de ingenio para el
entretenimiento
En
contra: habrá quien la vea más como una parodia que como un
homenaje
Calificación ****
No se la pierda
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