Tan muerta como un zombi
Que no llame a engaño.
“Maggie” no es una película de zombis al uso. Ni siquiera puede decirse que sea
una propuesta sobre muertos vivientes. Es más, apenas aparecen unos pocos. No
hay que dejarse llevar por lo que nos hayan dicho de ella, por cómo nos la
hayan podido vender. Su objetivo es otro, mostrar cómo una infección de
Necroambulis, que es como se llama en la cinta al virus, dinamita una familia
rural estadounidense. Cómo un padre debe lidiar con el proceso de
descomposición física y moral de su hija, y cómo ésta debe afrontar su futuro
como devoradora de carne humana. Lentamente, que duela.
De hecho, el debut en
la dirección de Henry Hobson bien podría haberse centrado en cualquier otra
enfermedad terminal. En ese sentido, su trama es carne de telefilm. Sin
embargo, el cineasta logra dotar al conjunto de una realización efectiva, casi
poética, reforzada por una banda sonora que acentúa aún más ese lirismo que sus
imágenes tratan de transmitir. Gracias a esto, y a la premisa zombi, “Maggie”
no es un telefilm, ni tampoco una película de temática zombi, sino una
propuesta enormemente intimista.
Pero tampoco consigue
que ese halo poético abrume al espectador y le emocione, básicamente porque su
ritmo es tan lento y pausado como la propia infección que amenaza a la
protagonista. Apuesta por los silencios y acusa cierta falta de ritmo. O al
menos durante su primera mitad. El guión de John Scott 3 se empeña en dar mayor
protagonismo al personaje del padre, amén de algún agujero de guión en la
propia esencia de la historia –por ejemplo, conocen las reglas para no
infectarse, pero se las saltan a cada rato-, cuando lo realmente interesante es
lo que le está pasando a su hija. Es a partir que el guión se centra en ella y
cómo se siente cuando la película gana en interés.
El resultado es un trabajo
descompensado, que puede llegar a aburrir y hacer perder el interés del
espectador. Y es una verdadera pena, porque había potencia en el relato a pesar
de ser una especie de “Tanatomorphose” pasado por el filtro dramático y
emocional. Había potencia también en su factura técnica, en su ejecución y su
dramatismo entendido como cine new age. Y hay un trabajo convincente de interpretación. Arnold Schwarzenegger está
tremendamente comedido y creíble, da lo mejor de sí como actor y demuestra que
puede asumir roles más dramáticos y alejados de lo que nos tiene acostumbrados.
Pero se lo come crudo, nunca mejor dicho, Abigail Breslin, un torbellino de
chica que logra crear esa conexión con el público que al film le falta. Pero
poco pueden brillar sus excelentes interpretaciones ante la cámara cuando el
conjunto está tan muerto como los pocos zombis que deambulan por sus
fotogramas.
A
favor: Schwarzenegger y Breslin, y el halo poético de la
cinta
En
contra: su falta de ritmo, que hace que el conjunto no
consiga transmitir el dramatismo que persigue
Calificación **
Se deja ver
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