Decía
de sí mismo que había nacido 15 años tarde, por aquello de debutar ya con un
pie en los 40 años. Vicente Aranda fue un innovador del cine español de finales
de los 60, cuando fue uno de los padres fundadores de la Escuela de Barcelona,
nacida para retratar a la ciudad condal más moderna y sórdida.
Cuando la dictadura
franquista tocaba a su fin pero su sombra seguía cerniéndose sobre la libertad
de expresión, a comienzos de los 70, nos trajo joyas como “Las crueles” o “La
novia ensangrentada”. Y ya en plena liberación, tras 1975, fue cuando
desarrolló una interesante filmografía en la que el crimen y el sexo se daban
la mano continuamente. Así nacerían propuestas tan contundentes como “Cambio de
sexo”, “La muchacha de las bragas de oro”, “Asesinato en el comité Central” –en
las tres trabajó junto a su gran musa, Victoria Abril- y, sobre todo, “Fanny
Pelopaja”, un título mítico de los 80 nacido de una coproducción entre Francia
y España.
A finales de los 80
siguió formando una carrera repleta de personajes infelices íntimamente ligados
al sexo como catarsis y liberación personal, pero dio también su propia visión
de esa España de posguerra que le tocó vivir de lleno. De esta manera nacieron
otras obras cumbre del cine español como “Tiempo de silencio”, “El Lute (Camina
o revienta)”, su secuela “El Lute II: Mañana seré libre” o “Si te dicen que
caí, filmes en los que, además de contar de nuevo con Victoria Abril, uniría a
su lista de actores fetiche a Antonio Valero, Imanol Arias o Jorge Sanz.
Y uniendo ese cine
psicosexual que le haría hacerse un lugar en el cine patrio junto a esa
radiografía de los fantasmas de la Guerra Civil Española nacería la que a día
de hoy sigue siendo la cumbre de su carrera, la espléndida “Amantes”, la cinta
más laureada de todas cuantas dirigió. Con ella fue nominado en el Festival de
Berlín –Victoria Abril sí se hizo con el Oso de Plata-, con premios en el
Festival Internacional de Chicago, el Fotogramas de Plata, el Ondas, el Sant
Jordi, el Turia y finalmente el Goya, convirtiéndose en la triunfadora de la
edición de 1992, aunque solamente se hiciera con los galardones de mejor
película y dirección.
Su filmografía en los
90 siguió temáticas similares en las recomendables “El amante bilingüe”, “La
pasión turca”, “Celos” y, especialmente, en “Libertarias”, y por muchas de ellas
volvería a ser aspirante al premio de la Academia de Cine Española. EL nuevo
milenio trajo otra cinta importante, “Juana La Loca”, seguida de otra de
temática similar e injustamente vilipendiada, “Carmen”. Sin embargo, a partir
de aquí, sus tres últimos trabajos no gozaron del apoyo ni de la crítica ni del
público.
“Tirante el Blanco”, “Canciones
de amor en el Lolita’s Club” y “Luna Caliente”, su última película en 2009, se
convirtieron en un triste espejismo de lo que en su día fue uno de los grandes
del cine español. Su tipo de cine ya quedaba anticuado, a pesar de que en medio
tuvo loables incursiones en las corales “Lumière y compañía” o “¡Hay motivo!”,
y en televisión en “La huella del crimen” y “Los jinetes del alba”. Pero esta
amarga recta final no empaña la figura de un incansable que, aunque llevaba ya
seis años inactivo, decía tener la vitalidad suficiente para viajar, conocer
mundo y, sobre todo, verse de dos a tres películas por día. Un ejemplo de
pasión por el cine y una trayectoria apegado a una manera de concebir el
séptimo arte. Hasta el final. Un maestro y un autor que nos ha abandonado hoy a
los 88 años. Descanse en paz.
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