El poder del oro
Unas sesenta páginas,
con ilustraciones y una prosa que se lee tan ágilmente como un cuento de los
hermanos Grimm o Hans Christian Andersen. Ése es el segmento que Peter Jackson
reserva para el desenlace de su desmesurada adaptación de “El Hobbit”.
Desmesura es la palabra perfecta para describir su hazaña. Sesenta páginas
convertidas en poco menos de dos horas y media de entretenimiento palomitero.
Bastante fiel al original, pero palomitero.
Ya su predecesora lo
vaticinaba. Jackson abandonaba gradualmente por entonces el aura infantil y la montaña
familiar ochentera que suponía la primera entrega –imbatible a día de hoy como
fiel reflejo de lo que era una estupenda adaptación esta novela- para
entregarse a los excesos, a la seriedad y la épica. Y este último capítulo de
su trilogía viene a confirmarlo. “La batalla de los cinco ejércitos” pretende
ser el epílogo épico de una trilogía que jamás debió dividirse en tres partes, intenta
rubricarla como “El retorno del rey” consiguiera una década antes.
Pero esto no es “El
señor de los anillos”. Ni siquiera es ya “El Hobbit”. Dejó de serlo hace más de
una película. Es un blockbuster para
grandes masas, para consumir con palomitas y refresco. Tolkien merece siempre
algo mejor que eso. Es la visión de un hombre absorbido por su propia
concepción del espectáculo, de un director que tiende a confundir la grandeza
con el exceso de metraje y de relleno. Lo que queda es la ambición de un
cineasta cegado por el poder del anillo tanto como Gollum o Bilbo, o por el
influjo del oro tanto como el propio Thorin, de un obseso de lo digital –quizá
demasiado obseso, que el conjunto tiene una pinta demasiado artificial- y de la
acción de videojuego. Uno puede imaginarse a Jackson tomando las riendas del
universo tolkeniano y jugando con él
a su antojo. Ahora meto una cabriola de Legolas por aquí, una escena de Saruman
por acá, y dejo al público contento.
Y mucho ojo, que esta
tendencia a la desmesura estaba ya presente en su primera trilogía, incluso en
la posterior “King Kong”, pero en todas había algo que a ésta le falta en cada
fotograma, magia. No hay en “La batalla de los cinco ejércitos” nada de magia,
ni siquiera el ingenio del neozelandés, que pone el piloto automático
consciente de que la historia debe contarse con los recursos de siempre. No nos
deja, como ocurriera entonces, con la boca abierta. Al menos, eso sí, su
metraje se pasa en un abrir y cerrar de ojos, y al final, por fin, volvemos a
casa, de donde nunca debimos haber salido. Porque el hogar debería tener
siempre mayor poder que el oro. Aunque no para Peter Jackson.
A
favor: que se pasa en un abrir y cerrar de ojos, y que al
final volvemos a casa
En
contra: que Jackson vuelve a confundir la grandeza con la
desmesura
Calificación ***
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