Un día de furia
En “Malditos
bastardos”, Tarantino culminaba cada historia con un estallido de violencia,
después de hacer cargar a sus personajes con minutos y minutos de tensión
verbal. En Relatos salvajes”, Damián Szifron hace lo propio sometiendo a sus
personajes a una presión insostenible en esa Argentina tan extrapolable repleta
de corrupción, traiciones, infidelidades, injusticias sociales y luchas de
clases. El resultado es el mismo, la bomba de relojería que es el ser humano
termina por hacer explosión, y la onda expansiva acaba alcanzando a propios y
extraños. Porque alguien tiene que librarnos de los malnacidos que gobiernan a
golpe de talonario, de los que siempre se van de rositas mientras otros
pringan, o de manera genérica de todo aquel que nos haga la vida imposible.
Szifron estructura la
cinta en seis episodios donde la indignación ante las injusticias o el que se
rían en tu propia cara son motivos suficientes para que se desate esa violencia
contenida que busca desesperadamente una válvula de escape. Ya en su primer
relato salvaje, un ejemplo perfecto de síntesis a la hora de presentar,
desarrollar y finalizar una historia, el cineasta deja claras sus intenciones,
la de no dejar títere con cabeza ni dar puntada sin hilo, la de tirar de mala
baba y humor negro para justificar sus decisiones artísticas, por muy
inverosímil que resulte lo que ocurre en cada trama. Su nueva película es una
patada en la boca del estómago, una propuesta que se debe entender como un colosal
chiste sobre ese despreciable ente que es el ser humano, aunque el chiste en sí
mismo arranque más de una risa incómoda.
Un guión bien
hilvanado, repleto de malicia y mala leche, una dirección impactante y directa,
y un reparto espléndido –a destacar el fenomenal trabajo de Ricardo Darín,
Leonardo Sbaraglia, Rita Cortese y Érica Rivas- coronan uno de los productos
argentinos más mordaces y ácidos que nos han llegado en los últimos años. Eso
sí, bastante irregular en lo que a potencia de sus historias independientes se
refiere, quedando para el recuerdo especialmente ese peculiar “El diablo sobre
ruedas” que es “El más fuerte”, y dejando en el aire si no habría sido mejor
finalizar algunas de ellas de una manera más convincente –el final con tintes
sociales y políticos de “Bombita” chirría bastante-, pero un fiel reflejo de lo
que es capaz una persona ante situaciones límite. Al fin y al cabo, todos
tenemos derecho a perder el control, a nuestro particular día de furia.
A
favor: la contundencia de algunas de sus historias,
especialmente “El más fuerte”; la mala leche que encierra cada frase y
fotograma
En
contra: no todas las historias son igual de potentes
Calificación ****
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