Chico pierde chica
Decía Rodrigo Fresán
que Gillian Flynn debía ser algo así como la hija bastarda de Jerry Seinfeld y
Patricia Highsmith, una comedianta capaz de hacernos reír de manera nerviosa
mientras juguetea con un afilado cuchillo de cocina. No le faltaba puntería al escritor
argentino, dada la capacidad de la novelista y periodista para diseccionar lo
cotidiano y hacernos ver de una manera diferente aquello que ya dábamos por
supuesto, lanzando frases ingeniosas y agudas y demostrando que nada es
completamente lo que parece. En ese sentido, “Perdida” hablaba del amor como un
arma de doble filo, como una ratonera para los que lo padecen, un cáncer
terminal que infecta todo lo que le rodea y por el que nunca llegas a conocer
del todo a la persona con la que convives, una persona perdidamente enamorada
de la idea de ti mismo que sabe perfectamente cómo presionar cada uno de los
botones que rigen tu personalidad. La persona que mejor te conoce es
precisamente la que puede acabar contigo.
En su traslación
cinematográfica, Flynn, que se hace cargo de su guión, no ha perdido ni un
ápice de acidez en una reflexión sangrante sobre el matrimonio y el desamor que
se mantiene vigente en cada uno de sus fotogramas. Y mucho menos ese lenguaje
directo y ordinario que la autora ponía en boca de sus personajes. Aunque, eso
sí, sacrifique muchos aspectos fundamentales de la novela –la relación de ella
con la madre de él, la investigación que él emprende sobre su esposa, y más
importante, cómo una desaparición conduce poco a poco al reencuentro del amor
perdido - y pase de puntillas por otros que merecían un mayor desarrollo para
entender a sus personajes –el miedo del protagonista a convertirse en su propio
padre, el interés de las vecinas carroñeras hacia él, el rencor de ella hacia
unos padres que han creado una hija que es un producto-, en pos de dar más
rienda suelta al thriller de suspense.
Porque lo que ofrece “Perdida”,
ante todo, es un sobrio thriller psicopático sobre el poder destructivo del
amor incondicional, una versión simplificada y concisa, a veces demasiado, del
material original, dada la cantidad de detalles y subcapas argumentales que
éste atesora y que podrían haber alargado hasta el cansancio a la película, que
ya con lo que tiene dura dos generosas horas y media.
Eso sí, un extenso
metraje que se pasa en un suspiro gracias a la genial mano para el montaje de
David Fincher, que aquí no alardea de proezas audiovisuales porque el material
de partida ya es lo suficientemente potente para impactar, y que elude
cualquier atisbo de telefilm al uso en el que podría haberse convertido el
producto y logrado un thriller adictivo y corrosivo, con un correcto Ben
Affleck y una magistral y magnética Rosamund Pike, con la siempre sugerente
banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, y alguna decisión de casting
arriesgada y discutible –especialmente las de Tyler Perry y Neil Patrick
Harris, el primero por la fama que se ha labrado en el cine y el segundo por
ese aspecto de niño cuarentón eterno-, que sólo pierde enteros si has leído la
novela en que se basa. Sin este detalle, estamos ante un genial ejercicio de
estilo perfectamente calibrado y engrasado, no de las mejores de su director,
pero absolutamente recomendable.
A
favor: Rosamund Pike, magnética, su discurso sobre los
peligros del amor, y la genial mano de Fincher para no convertir el conjunto en
un telefilm al uso
En
contra: haber leído la novela original
Calificación ****
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