Arde
Hollywood
Hollywood merece ser
purificado. Ya sea ardiendo en llamas o ahogándose en sus propios excesos, pero
merece ser purificado. Eso es lo que parece dar a entender David Cronenberg con
su nuevo trabajo, un aséptico retrato de los bajos fondos y las miserias que
envuelven las vidas de ese enorme nido de ratas incestuoso que es la Meca del
Cine, un territorio hostil que necesita urgentemente ser fumigado y en el que
conviven divas venidas a menos, estrellas malogradas, juguetes rotos, sueños
convertidos en pesadillas y pirómanos sentimentales y funcionales deseosos de
flambear los fantasmas de su pasado.
Tal y como hiciera en
su trilogía de la violencia, el canadiense parece dar continuidad a una nueva
antología de títulos que se iniciara con “Cosmópolis”, más allá de que aparezca
Robert Pattinson, que parece haber encontrado en Cronenberg a su padre
cinematográfico, a bordo de una limusina. Si aquélla se erigía como un relato
cerebral y frío sobre
la
alienación individual en un mundo regido por un capitalismo en vías de
extinción, la que nos ocupa pone el dedo en la llada y se divierte hurgando en
ella para firmar una crónica negra sobre un universo interiormente dominado por
la fama y el reconocimiento. Eso sí, sin la agonía autoconsciente que caracterizaba
a su anterior película, sin ese nihilismo generalizado que puede llevar al
hastío.
Porque “Maps to the
stars” es, aunque su esterilizado envoltorio pueda hacer pensar lo contrario,
un divertimento personal de un cineasta que lleva años metido en la industria.
Es, y esto es lo más sorprendente, una de las propuestas más siniestras y
oscuras de su hacedor, un cuento infectado revestido de aparente normalidad que
esconde bajo sus muchas capas de esterilización una insondable dosis de mala
leche.
Todo en ella desprende
maldad. Sus personajes, interpretados con convicción por un reparto que va
desde un recuperado John Cusack hasta una soberbia Julianne Moore que se
convierte en lo mejor del conjunto, pasando por alguna decisión de casting
discutible pero que no desentona –ay, Wasikowska-. Esa forma tan particular de
concebir unos planos que no necesitan de exceso sangre, violencia ni sexo –que
hay de todo esto también, ojo- para resultar enfermizos. Su malicioso guión,
repleto de sublecturas hacia la industria del entretenimiento y los animales
que le dan vida. Y su final, ése en el que la purificación fratricida es la
clave de la desratización. Un inteligente ejercicio de gélida narrativa pero
cicatrices inflamables en el que, eso sí, se sigue echando de menos al
Cronenberg infectado, el mismo que antaño no confundía la carne cinematográfica
con la verborrea existencialista.
A
favor: Julianne Moore, su visión de Hollywood y la mala
leche que encierra
En
contra: se sigue echando de menos al creador de la Nueva
Carne
Calificación
***1/2
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