Fe en el caos
A modo de barroquismo pythoniano, Terry Gilliam ya buscaba en
sus orígenes como cineasta el sentido de la vida a la vez que su lugar dentro
del mundo cinematográfico, y definía, trabajo tras trabajo, sus manías y
rarezas como autor. Para un realizador tan personal como él cabe preguntarse si
ya ha encontrado el final de su propia carretera hacia la autoría absoluta, si
aún le queda algo interesante por contar o se ha convertido en un espejo de sí
mismo. Y aunque la respuesta sea afirmativa, el director británico sigue
levantando expectación con cada nuevo trabajo, dando buena cuenta de lo
imprescindible que ha sido para el séptimo arte. Sin embargo, podría decirse
que desde “Miedo y asco en Las Vegas”, la carrera de Gilliam se encuentra
malherida, y sus posteriores proyectos no han sido más que llagas supurantes de
lo que en su día fue, sin por ello haber estrenado en este periodo de tiempo
una obra que pueda considerarse olvidable. Pero mucho menos memorable.
“The Zero Theorem” es 100%
Terry Gilliam, para bien o para mal. Será bien recibida por todos sus
admiradores, con lanzas y antorchas por sus detractores, y con escepticismo por
quienes no se decantan ni por un bando ni por el otro. Recuperamos, eso sí, al
Gilliam artesanal, no al que lleva años sucumbiendo al CGI, pero por lo demás
todo suena a ya visto. Ese mundo otaku
orwelliano, a caballo entre lo retro y lo futurista, burocrático y frío, ya
se nos presentó en “Brazil”, aunque aquí vertiendo las tintas hacia la sociedad
de la sobreinformación y la globalización informática. La historia del triste
hombre encerrado en su propio mundo, y que vive aferrado a sus propias
fantasías en medio de un entorno aburrido y salido de una cadena de montaje, lo
hemos visto en la citada “Brazil”, en “Doce monos” o en “El rey pescador”. Y la
locura a la que sucumbe su protagonista en busca de su reducto de felicidad
personal puede aplicarse a cada uno de los seres que habitan su filmografía. Y
a nivel estético tenemos su particular uso de la música, una galería de
personajes estrafalarios –en este sentido funcionan mejor los secundarios que
el correcto Christoph Waltz- y su predilección por los encuadres cerrados, los
planos cenitales y el surrealismo visual.
Pero más allá de que
Gilliam se repita a sí mismo en sus pulsiones cinematográficas, que soportará
el espectador según su grado de tolerancia, lo que no encuentra desde hace años
es un guión férreo a la altura de su particular mirada. Y es aquí donde falla “The
Zero Theorem”. Pat Rushin firma un libreto que ha sido escrito sin ninguna
impronta personal, destinado al parecer para que Gilliam lo ejecute, creando un
futuro tan enrevesado y hermético que acaba perdiéndose en sus propias líneas
argumentales.
Y es una pena, porque la historia tiene
muchas sublecturas interesantes, desde la sátira sobre el materialismo, el
existencialismo como moneda de cambio, y sus disertaciones sobre la Nada y el Caos,
y la relación de éstas con la vida de un individuo con una profunda fe en el
caos. Un ser tan aferrado al ideal de una llamada telefónica que no llega y que
de sentido a su vida, que en su propia búsqueda del sentido de la vida ha
llevado una vida sin sentido. Gilliam parece hablar de sí mismo y de su cine,
de un universo en expansión
permanente que tiende hacia la nada. Todo lo que quedará al final es lo mismo
que había al principio. Un agujero negro súper denso. Pero hasta en el vacío
más absoluto puede existir una playa paradisiaca bañada por un Sol con el que
jugar, al ritmo del “Creep” de Karen Souza. Esperemos que así ocurra con su
carrera un día, y nos deleite con la gran película que todos esperamos, y que
sabemos que es capaz de hacer.
A favor: que es puro Gilliam, para bien o para mal
En contra: el guión y la sensación de que Gilliam se repite
Calificación **1/2
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