¿Dónde está la comedia francesa?
Es indiscutible. Si
hubiera que asociar un país y un género cinematográfico concreto, sin duda la
comedia sería a Francia lo que el cine de artes marciales a la cinematografía
oriental. Al contrario que la localista comedia española, que es de altísimo nivel
pero funciona mucho mejor dentro de nuestras fronteras, nuestros vecinos los
galos son expertos en una comedia blanca, entendiendo el término en el sentido
de que puede ser entendida en prácticamente cualquier país. Una suerte de
vodevil que mezcla sabiamente el humor absurdo con la comedia negra e
inteligente, y casi siempre para denunciar entre líneas un aspecto de esa
sociedad que lo mismo critica a su Sarkozy que a su Hollande. Sin tapujos, sin
vergüenza al qué dirán.
Por eso, que una
comedia francesa se alce en una edición de sus prestigiosos César con dos
premios grandes, actriz y guión, y que además atesore otras nominaciones gordas
a película, actor y director, debería ser una garantía de calidad tanto como el
éxito que ha cosechado en el país vecino y cómo se ha volcado buena parte del
público y la crítica con ella. Otra garantía de calidad es su máximo
responsable, el cómico Albert Dupontel, ese que tan buenas sensaciones me
produjo con la ya lejana “Bernie”. Eso y un argumento que asegura el lío: una
juez bastante estirada y antisocial que de la noche a la mañana descubre que ha
quedado embarazada de un asesino “globófago” enfrentado a una importante causa
judicial.
Pero qué frustrante es
comprobar que o bien el humor francés ha cambiado tanto que ya no reconozco sus
señas de identidad, esas que sí están presentes en las comedias de Francis
Veber o Dany Boon, o que no tengo el sentido del humor ajustado para captar los
gags o la gracia que muchos le han visto a esta cinta. Y no son pocos. Una comedia
demasiado ligera, de resolución demasiado rápida, que no aprovecha ni explota
su premisa inicial y que no hace justicia a lo que representa realmente la
comedia francesa.
“Nueve meses de
condena” juega tantas cartas que finalmente no acaba por acertar con ninguna. A
ratos juega a ser una comedia políticamente incorrecta, pero se pasa de grosera
y acaba siendo grotesca –se supone que deben tener gracia sus escarceos con el
slapstick y el gore-. En otros momentos hace uso de líos basados en juegos de
palabras, quizá los más logrados de la propuesta. En otros, por supuesto, echa
mano de gags visuales de lo más ridículos. Y en última instancia coquetea con
la comedia romántica, sin tener en cuenta un importante punto: la pareja
protagonista carece de todo tipo de química, y su relación en pantalla es tan
fugaz como su escueto metraje de apenas ochenta minutos le permite.
Paradójico que ganase
el César a mejor guión, pues éste tiene no pocas lagunas y es lo más flojo de la función, pero sí estoy de
acuerdo con que su reparto, y en especial Sandrine Kiberlain, realiza bien su
cometido. Aunque me pregunto si no era mejor el trabajo de sus contrincantes,
como Léa Seydoux o Emmanuelle Seigner, como para otorgárselo a ella. Y más me
pregunto qué le ha visto tanta gente. Al menos siempre nos quedarán los
inesperados cameos de personajes como Gaspar Noé, Jean Dujardin –este último
bastante hilarante y muy en la línea de Martes y 13- y un tercero que es mejor
no desvelar. Aunque no dice nada bueno de ella que lo mejor sea precisamente
eso, los cameos.
A
favor: los pocos cameos que atesora
En
contra: falla en lo más importante, que no tiene gracia
Calificación *1/2
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