La
vida de Gabriel García Márquez bien podía ser la protagonista de sus novelas. Y
de hecho lo fue. Su niñez y vivencias, la forma en que sus padres sacaron
adelante su relación, la educación con su abuela, que le enseñaría cómo narrar
hechos extraordinarios envueltos en halos de cotidianidad, sin duda cuna del
realismo mágico del escritor,… En cada uno de los trabajos de García Márquez,
nuestro Gabo se servía de sus propios recuerdos para tejer sus imaginativas y
vitales historias. Hay un pedazo de GGM en cada libro suyo.
Pocos narradores había
tan cinematográficos como él, y a la vez tan difíciles de adaptar, tanto que
ahora mismo no recuerdo una sola película que captase en imágenes ese aura de
magia con que el escritor colombiano bañaba las páginas de sus libros, sin por
ello dar lugar a malas películas. Así, “La mala hora”, “Crónica de una muerte
anunciada”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “El amor en los tiempos del
cólera”, “Memoria de mis putas tristes” o incluso “Cien años de soledad” fueron
llevadas al cine no siempre con desigual fortuna.
Y eso que su trabajo no
podía ser más cinematográfico, pues García Márquez no comenzó en el cine viendo
una de sus obras vilmente adaptadas. En absoluto. Tras casi medio siglo de poemas y una trayectoria
como reportero, el autor dirigió su primer cortometraje un año antes de
publicar su primera novela, su primer y único trabajo como cineasta. El cine le
llamaba enormemente la atención, y en los años 50 llegó a estudiar cine en
Italia. El escritor acuñó muchos guiones pero sin mostrar su nombre, siempre
bajo un seudónimo, durante su estancia en México, algunas veces junto a su
amigo Arturo Ripstein.
Lo suyo era escribir, y
tanto antes como después de la aparición de su primer gran éxito, “Cien años de
soledad”, Gabo participó durante casi medio siglo en los guiones de, entre
otras, “Tiempo de morir”, “Presagio”, “María de mi corazón” o “Los niños
invisibles”, donde su inigualable mano para la prosa y confeccionar la
narración se dejaba notar. Por el guión de “El año de la peste” recibió elogios
en México, llegando a ganar el premio Ariel.
Gran fan de Woody Allen
y Akira Kurosawa, a quienes llegó a hacer visitas en Nueva York y Japón
expresamente para conocerles, Gabriel García Márquez se convirtió durante toda
su trayectoria en un referente de la literatura universal. Su Nobel de
Literatura y demás reconocimientos no son reflejo de lo que era su obra. A Gabo
le daban igual los galardones, el éxito, el qué dirán –en este sentido siempre
le importó un pimiento lo que pensaran de su amistad con Fidel Castro-. Lo suyo
era contar historias. Y ése es su mayor legado. Su realismo mágico no ha muerto
con él. Es eterno. Descanse en paz, maestro.
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