viernes, 23 de octubre de 2015

LA CRÍTICA. Mi gran noche

Escándalo en el plató
España es un chiste. Uno sin gracia, con el que te ríes por no llorar. Álex de la Iglesia lo sabe. Es una constante en su filmografía, ya sea a través de la rivalidad de dos estrellas de la comedia cuya sonrisa ha quedado desfigurada por culpa de la memoria histórica, o de ese patio de vecinos sumido en la codicia más absoluta que se sacan los ojos entre sí por unos pocos trozos de papel que les hagan salir de la miseria.

“Mi gran noche” obedece a ese discurso entre líneas. La nueva comedia negra del bilbaíno retrata la España de las Mamachicho, las chonis, la cultura de la telebasura –las referencias a cierto canal privado serán gratuitas y facilonas, pero obvias y necesarias-, el ego de los famosos y los divos, el incomprensible éxito de la música machacona a ritmo de electro latino, los hijos repudiados por la patria y los ciudadanos indignados mientras otros más bribones amasan dinero a su costa. Es, en resumen, la desdibujada pero realista radiografía del país de la sonrisa forzada, la que tienen que fingir una y otra vez los figurantes de ese especial de Nochevieja que lleva una semana grabándose sin posibilidad de salir al exterior, mientras fuera, en el país de los ERE, los recortes y la desigualdad social, reina el caos.


Rodada con el pulso de un autor que cada vez demuestra tener mayor y mejor oficio tras la cámara –aquí se luce en los números musicales-, esta especie de “El ángel exterminador” pasado por la costumbrista comedia berlanganiana salida de madre es, quizá, una de las propuestas recientes más equilibradas del director. De la Iglesia apuesta por la comedia coral de un reparto en estado de gracia, comandado por un Raphael que aparece menos de lo esperado pero que está igualmente omnipresente durante todo el metraje. Todo y todos giran en torno a él, a su imponente figura y presencia. Desde Mario Casas hasta Carlos Areces, pasando por Pepón Nieto y Blanca Suárez, y haciendo mención a un Jaime Ordóñez convertido en improvisado imitador del cantante. Los actores están en su salsa, al menos los principales, pero todos bailan al son del maestro y le rinden pleitesía como el dios que es.


Y pese a este equilibrio durante su desarrollo, a de la Iglesia se le vuelve a ir la cinta de las manos. Su carácter coral y el frenesí que la acompañan no la abandonan en ningún momento. Hay que saber entrar en su desmadre a la española desde el principio. Esto juega en su contra, y tanto el guión como el ritmo acaban atropellándose a sí mismos. Menos que otras veces, pero ocurre. Puede incluso dejar la sensación de que hay tramos y personajes no del todo desaprovechados, y no es difícil perderse con ella. Un defecto, el de la pérdida de rumbo, ya marca indiscutible de la casa, que aún así no acaba por enterrar una comedia de lo más divertida, con tantas risas cómplices –el momento cicatrices, o ese “tienes algo en el ojo”- como incómodas. El desenfreno es absoluto. Es una noche especial. El escándalo en el plató está garantizado. El entretenimiento, mucho más.


A favor: el reparto, sobresaliendo Raphael, el retrato de España que dibuja, y que no pierde tanto el rumbo como otras propuestas del director
En contra: pierde el rumbo conforme avanza el metraje

Calificación ****
                                                                         No se la pierda

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