¿Y los monstruos?
¿Existen realmente los
monstruos? Ésta es la pregunta que, avanzado el metraje, formula la niña a su
padre en “Extinction”. “Así es, pero ya no quedan más. Todos murieron a causa
del frío”. Ésa es la carta de presentación de la nueva cinta de Miguel Ángel
Vivas, un mundo congelado en el que sus personajes creen ser los únicos sobre
el planeta, después de que una infección se cobrase millones de vidas. Las
bajas temperaturas se encargaron del resto, infectados o no.
La nueva película del
director de la magistral “Secuestrados” viene a ser una especie de versión
moderna del “Soy leyenda” de Richard Matheson, perro incluido, en la que esa
pregunta que lanza la niña cobra otra dimensión a lo largo del metraje. Porque
define a la perfección lo que no hay en este film, monstruos. No hay amenaza,
no hay tensión. Es justo lo opuesto de lo que fue la anterior propuesta del
cineasta, incluso es la antítesis de su cuento de “Los tres cerditos”
televisivo.
“Extinction” juega más
en la liga del drama que en la del terror, como la reciente “Maggie”. Pero
donde ésta podía acertar en ese toque independiente y en una segunda mitad
bastante llamativa, el film de Vivas se estanca con una trama de telefilm que
no llega nunca a avanzar. Sus personajes no poseen la complejidad suficiente
para sostener el drama que plantea, ni el secreto que cargan a sus espaldas es
lo bastante infeccioso como para llevarse al espectador a su terreno. El
resultado es aburrido y tedioso, y no ayudan torpezas del guión como esos dos
protagonistas que no saben si quieren perdonarse u odiarse eternamente,
básicamente porque su conflicto no es nada potente, a pesar de que el trabajo
de sus actores sea solvente pero nada destacable. Ni que de repente uno de los
personajes recuerde un detalle importante que podría haber acabado con la
historia mucho antes, y de paso ahorrarnos mucho sufrimiento. Ni unos efectos
digitales que echan por tierra el formidable maquillaje del que sí puede
presumir.
Sólo durante su última
media hora, especialmente cuando quedan veinte minutos de metraje, la película
tiene el ritmo del que carecía durante los ochenta minutos previos. Incluso se
permite algún momento gamberro y sangriento. Pero en general es un trabajo en
el que su realizador se ve obligado a abusar de la banda sonora para poder
insuflarle algo de vida al producto. Una banda sonora machacona que trata de
potenciar un dramatismo que no tiene y cuyo uso termina por resultar ridículo.
Para muestra, la bochornosa escena de la cena. Ignoro si las páginas de la
novela de Juan de Dios Garduño incitan tanto al bostezo, pero sí que es
evidente que en su traslación cinematográfica se habría agradecido más
monstruos y menos drama.
A
favor: el maquillaje y los veinte minutos finales
En
contra: demasiado drama y muy pocos monstruos
Calificación *
Ni se moleste
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