Pesadilla en Elm Street ****
(A nightmare on Elm Street)
Todo el mundo conoce a Freddy
1-2 Freddy viene a por ti
3-4 cierra la puerta
5-6 coge tu crucifijo
7-8 permanece despierto
9-10 nunca más dormirás
La carrera de Wes Craven, a mi juicio, es una de las que mayores y más preocupantes altibajos (con permiso de Tobe Hooper) presenta dentro del género de terror. Revolucionó la década de los 70 con dos películas que, a día de hoy, han perdido totalmente la capacidad de sorpresa y resultan incluso ridículas, “Las colinas tienen ojos” y “La última casa a la izquierda”. Se ha metido, con desigual fortuna, en el drama con “Música del corazón”, pero ha tenido grandes momentos con “La serpiente y el arcoíris”, que sí que ha resistido bien el paso del tiempo. Y flirteó con el thriller en la tensa “Vuelo nocturno (Red Eye)”. Pero a la vez, Craven es un realizador capaz de reinventarse a sí mismo, resurgiendo cual Ave Fénix de sus cenizas. Así lo demostró en los 90, una década desastrosa en su filmografía, salvada gracias al nacimiento de la inteligente saga, al menos en sus dos primeras entregas, “Scream”.
Sin embargo, si por algo debo reverenciar a este señor es por haber creado a todo un icono del género de terror, Freddy Krueger, que supondría su primera salvación personal del olvido cinematográfico tras unos comienzos prometedores para crítica y público. Su estela se apagaba, y la hizo brillar otra vez la idea de este asesino sobrenatural que mata en las pesadillas, surgida de una noticia de finales de los 70 en la cual un grupo de jóvenes murieron mientras dormían en extrañas circunstancias. Otras fuentes aseguran que fue la historia de un chico camboyano lo que inspiró el filme. El adolescente dijo que sus pesadillas eran anormalmente reales y horribles, y falleció entre gritos de dolor cuando dormía sin esclarecerse la causa de la muerte. La leyenda dice también que Craven vio a un hombre robando su casa, con el rostro quemado y el mismo jersey a rayas del personaje, y le causó tanto impacto que le sirvió de inspiración. Otros aseguran que el personaje surge como una mezcla de un niño, de nombre Freddy Krueger, que le hacía la vida imposible de pequeño y de un hombre de aspecto siniestro que al parecer sólo él podía ver y que disfrutaba acechándole en la oscuridad y asustándole.
Tras el éxito de “La noche de Halloween” y “Viernes 13” comenzaron a surgir productos slasher con más o menos acierto. De todos ellos, el más original dada su componente sobrenatural y onírica fue precisamente “Pesadilla en Elm Street”, que vino justo cuando el género comenzaba a decaer en la serie Z más espantosa. Paradójicamente, fue el mismo Craven, con ayuda de un alumno aventajado y extremadamente cinéfago llamado Kevin Williamson, quien revitalizó el género con fuerza con la saga “Scream”, que daría lugar a una larga lista de productos similares. Pero antes de que Freddy se adueñara de nuestras pesadillas había que vender la idea a las productoras, como suele ser costumbre. Y como suele ser todavía más habitual, todas rechazaron la propuesta, acusándola de pertenecer a un género con los días contados, salvo New Line Cinema, que en aquellos años se dedicaba a la distribución más que a la producción de cine independiente y que se encontraba en quiebra. Y fue precisamente el productor Robert Shaye quien vio potencial en el producto que Craven traía bajo el brazo. Inicialmente, el presupuesto que Shaye ofrecía era de 100.000 dólares, una cantidad imposible para plasmar en imágenes aquel guión. El productor se las ingenió para encontrar inversión externa y finalmente la película costó 1.8 millones de dólares, de los cuales solamente 50.000 dólares irían destinados a los efectos especiales.
Llega aquí uno de los puntos fuertes de la cinta, el maquillaje y los efectos especiales. Recrear las pesadillas en las que Freddy acaba con sus víctimas exigía un trabajo artístico y técnico notable y David B. Miller y Louis Lazzara debían estar a la altura de las circunstancias. Gracias a ellos se lograron secuencias tan impactantes como la de la bañera (se construyó un tanque bajo ella), la sangre emanando de la cama (se rodó con el decorado boca abajo y la cámara puesta al revés, de manera que se vertía la sangre desde el techo, donde estaba situada la cama) o la lengua en el teléfono, cuyo secreto es aún desconocido, pues Craven se niega a desvelarlo. Eso sí, asegura que le costó solamente 5 dólares. Y es que “Pesadilla en Elm Street” queda grabada en la retina del espectador por sus originales muertes, justificadas gracias al universo onírico que presenta y en el cual todo es posible.
Pero por supuesto, si algo permanece imborrable en todo aquel que la ve es ese rostro del psychokiller, cuyas facciones han causado terror a generaciones de espectadores desde entonces. Unas facciones que, por cierto, deberían resultar familiares a todos, pues fueron inspiradas gracias a una pizza que Miller comía en un local. Y a pesar de que no le vemos del todo la cara en esta primera película, continúa siendo igual de amenazante y aterrador. Ese juego de sombras sobre el personaje que impide que su cara no se muestre en todo su esplendor hasta las secuelas posteriores, donde el maquillaje estaba mejor conseguido, fue idea del mismo actor que lo interpreta, Robert Englund, que hizo suyo el rol desde antes de ser elegido para el papel. De hecho, fue gracias a su caracterización, a medio camino entre macabra y sarcástica, dotada de un humor muy negro, que Craven le escogió tras estar considerando a otro actor que se presentó a la prueba. Podemos concluir pues que Freddy Krueger es un 50% maquillaje y un 50% la interpretación de Englund, sin el cual el personaje no poseería vida. Krueger se convertiría en lo más importante de su carrera, y eso que un año antes se había hecho célebre gracias a la exitosa serie de televisión “V”.
Para el resto del reparto, el director lo tuvo más claro. Heather Langenkamp sería la protagonista Nancy, su particular reina del grito, escogida gracias a su aspecto de la vecina de al lado. Como secundario ilustre encontramos a John Saxon, un clásico del terror y la ciencia-ficción y de la televisión que interpretaría al sheriff de Springwood, donde se desarrolla la historia, y padre de Nancy. Y en su primer papel en cine tenemos a un jovencísimo Johnny Depp, que acudió al casting para acompañar a su amigo Jackie Earle Haley, quien curiosamente es el nuevo Freddy Krueger del remake producido por Michael Bay que acaba de estrenarse en España.
El rodaje debía durar un mes, pero se atrasó debido a la presión del productor. Dos semanas antes de comenzar el rodaje, el acuerdo financiero se fue al traste, pero Shaye prometió que buscaría otro y pidió a todos que no abandonaran el rodaje a pesar de que habría retrasos en los pagos de los sueldos. Días después consiguió fondos económicos de otras fuentes en unas condiciones sobrecogedoramente precarias, lo cual llevó a ejercer una fuerte presión sobre Wes Craven para que finalizara lo antes posible la película. Para ello, Craven acudió a su amigo Sean S. Cunningham, realizador de “Viernes 13”, para que le ayudara en la filmación, habiendo hasta cinco unidades simultáneas durante el rodaje. El mismo Shaye pidió al cineasta que modificara el desenlace que figuraba en el guión por considerarlo excesivamente feliz. Quería uno más desconcertante, más intrigante y, por supuesto, más abierto para dar pie a una franquicia. Fue entonces cuando Craven tuvo la brillante idea de continuar con la pesadilla incluso hasta el final, teñirlo de un aroma a sueño que no tardaría en torcerse, en el que el malo gana y que funde la realidad y el sueño, hasta el punto de no saber en qué momento la protagonista se ha quedado dormida. Y es entonces cuando vemos a esas niñas cerrar la película del mismo modo que la abrían: con esa escalofriante canción infantil que salpica toda la acertada banda sonora de Charles Bernstein.
Cuánto se equivocaban los directivos de New Line Cinema a quienes Shaye y Craven presentaron su trabajo. Dijeron de ella que no daba miedo, algo que cambió cuando la presentaron ante el público en un pase privado. El mismo realizador John Waters, que se encontraba entre los asistentes, alabó el filme. Éste sería el primer trabajo de distribución comercial de la compañía, y les salió más que redondo. “Pesadilla en Elm Street” recaudó 25 millones de dólares solo en Estados Unidos, salvando así a la productora de la bancarrota. La crítica se rindió a sus pies, ganando entre otros el Critics Award para Wes Craven y el de mejor actuación para su actriz protagonista en el Avoriaz Film Festival.
Shaye vio una lucrativa franquicia y comenzó la realización de una serie de televisión, “Las pesadillas de Freddy”, y de secuelas que cambiaron el enfoque de la primera entrega, haciéndola más cercana al slapstick, como Sam Raimi en su “Evil Dead II”, cuya primera parte por cierto aparece en la televisión y en un póster a lo largo del filme, en una especie de intento de Craven de devolverle el homenaje que el mismo Raimi le hizo al colocar en “Posesión infernal” un cartel de “Las colinas tienen ojos”. Pero se había perdido el espíritu de la original, una película que su creador concibió como una sola película. De hecho, solamente trabajó en el guión de la tercera entrega -la más acertada y coherente de la serie, aunque su libreto lo modificaron dos originales guionistas primerizos como Chuck Russell (“La máscara”) y Frank Darabont “(Cadena perpetua”)- y en “La nueva pesadilla de Wes Craven”, un entretenido ejercicio metalingüístico de cine dentro del cine con Freddy y Nancy, y sus actores respectivos, como protagonistas. Pero como ya dije, se perdió toda la frescura de la original, especialmente en una segunda parte totalmente olvidable que echaba por tierra la iconografía propia del personaje, en la cual se vieron referencias a La Bella y la Bestia en la relación de Freddy con Nancy o a la mitología griega, especialmente en los mitos de Teseo y el Minotauro con esa Nancy introduciéndose en el laberinto del monstruo para salvar a sus seres queridos y claramente en el mito de Morfeo, aunque también en el ateísmo y la muerte de Dios, reflejada por la negación de la existencia del que se considera a sí mismo como el Dios de su propio mundo. En 2003 se atrevieron incluso a enfrentar a Freddy con Jason Voorhees en “Freddy vs. Jason”, todo un acierto de película para mi gusto por respetar los particulares universos de ambos personajes y fundirlos de manera convincente.
Una película original, repleta de matices, que ha perdido con el tiempo menos que otras obras de Craven, y que nos dejará para siempre uno de los mejores psychokillers de la historia del cine, uno de los que más ha calado en el colectivo social. Porque Freddy es como el Hombre del Saco: los niños saben de su existencia, que habita en tus peores pesadillas.
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