Siempre he pensado que las listas cinéfilas son para los valientes, especialmente si van numeradas en un ranking. Yahoo se ha tirado a la piscina y ha publicado una selecta lista con las 100 películas que marcaron un antes y un después en la historia del séptimo arte. O como ellos mismos la han llamado, "100 películas que debes ver antes de morir". Con semejante título y dada la importancia del tema que trata, me quito el sombrero ante el blog de cine. Eso sí, como el cine es cuestión de gustos, por supuesto que faltan y sobran algunos filmes. Pero mejor hablo de eso otro día.
Doce hombres sin piedad (1957) - Sidney Lumet
2001, odisea del espacio (1968) - Stanley Kubrick
Los cuatrocientos golpes (1959) - Francois Truffaut
Ocho y medio (1963) - Federico Fellini
La reina de Africa (1951) - John Huston
Alien, el octavo pasajero (1979) - Ridley Scott
Eva al desnudo (1950) - Joseph L. Mankiewicz
Annie Hall (1977) - Woody Allen
Apocalypse Now (1979) - Francis Coppola
La batalla de Algiers (1967) - Gillo Pontecorvo
Ladrón de bicicletas (1948) - Vittorio De Sica
Blade Runner (1982) - Ridley Scott
Sillas de montar calientes (1974) - Mel Brooks
Blow Up, deseo de una mañana de verano (1966) - Michelangelo Antonioni
Terciopelo azul (1986) - David Lynch
Bonnie And Clyde (1967) - Arthur Penn
Breathless (1960) - Jean-Luc Godard
El puente sobre el río Kwai (1957) - David Lean
La fiera de mi niña (1938) - Howard Hawks
Dos hombres y un destino (1969) - George Roy Hill
Casablanca (1942) - Michael Curtiz
Chinatown (1974) - Roman Polanski
Ciudadano Kane (1941) - Orson Welles
Tigre y dragón (2000) - Ang Lee
La jungla de cristal (1988) - John McTiernan
Haz lo que debas (1989) - Spike Lee
Perdición (1944) - Billy Wilder
¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964) - Stanley Kubrick
Sopa de ganso (1933) - Leo McCarey
E.T. El Extraterrestre (1982) - Steven Spielberg
Operación Dragón (1973) - Robert Clouse
El exorcista (1973) - William Friedkin
Aquel excitante curso (1982) - Amy Heckerling
French connection: contra el imperio de la droga (1971) - William Friedkin
El Padrino (1972) - Francis Ford Coppola
El padrino, segunda parte (1974) - Francis Ford Coppola
James Bond contra Goldfinger (1964) - Guy Hamilton
El Bueno, el Feo y el Malo (1966) - Sergio Leone
Uno de los nuestros (1990) - Martin Scorsese
El graduado (1967) - Mike Nichols
La bestia humana (1938) - Jean Renoir
Atrapado en el tiempo (1993) - Harold Ramis
¡Qué noche la de aquel día! (1964) - Richard Lester
Deseando amar (2000) - Wong Kar-wai
Sucedió una noche (1934) - Frank Capra
¡Qué bello es vivir! (1946) - Frank Capra
Tiburón (1975) - Steven Spielberg
King Kong (1933) - Ernest B. Schoedsack, E. Schoedsack, Merian C. Cooper
Las tres noches de Eva (1941) - Preston Sturges
Lawrence de Arabia (1962) - David Lean
El señor de los anillos: La comunidad del anillo (2001) - Peter Jackson
M, el Vampiro de Dusseldorf (1931) - Fritz Lang
M.A.S.H (1970) - Robert Altman
El halcón maltés (1941) - John Huston
Matrix (1999) - Andy Wachowski, Larry Wachowski
Tiempos modernos (1936) - Charles Chaplin
Los caballeros de la mesa cuadrada (1975) - Terry Jones, Terry Gilliam
Desmadre a la americana (1978) - John Landis
Network, un mundo implacable (1976) - Sidney Lumet
Nosferatu (1922) - Friedrich Wilhelm Murnau
Un tranvía llamado deseo (1951) - Elia Kazan
Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) - Milos Forman
Senderos de gloria (1957) - Stanley Kubrick
La princesa Mononoke (1997) - Hayao Miyazaki
Psicosis (1960) - Alfred Hitchcock
Pulp fiction (1994) - Quentin Tarantino
Toro salvaje (1980) - Martin Scorsese
En busca del arca perdida (1981) - Steven Spielberg
La linterna roja (1992) - Zhang Yimou
Rashomon - Akira Kurosawa
La ventana indiscreta (1954) - Alfred Hitchcock
Rebelde sin causa (1955) - Nicholas Ray
Rocky (1976) - John G. Avildsen
Vacaciones en Roma (1953) - William Wyler
Salvar al soldado Ryan (1998) - Steven Spielberg
La lista de Schindler (1993) - Steven Spielberg
Centauros del desierto (1956) - John Ford
Los siete samuráis (1954) - Akira Kurosawa
Cadena perpetua (1994) - Frank Darabont
El silencio de los corderos (1991) - Jonathan Demme
Cantando bajo la lluvia (1952) - Gene Kelly, Stanley Donen
Blancanieves y los Siete Enanitos (1937) - David Hand
Con faldas y a lo loco (1959) - Billy Wilder
Sonrisas y lágrimas (1965) - Robert Wise
La guerra de las galaxias (1977) - George Lucas
El crepúsculo de los dioses (1950) - Billy Wilder
Terminator 2: el juicio final (1991) - James Cameron
El tercer hombre (1949) - Carol Reed
This Is Spinal Tap (1984) - Rob Reiner
Titanic (1997) - James Cameron
Matar un ruiseñor (1962) - Robert Mulligan
Toy Story (1996) - John Lasseter
Sospechosos habituales (1995) - Bryan Singer
Vértigo (De entre los muertos) (1958) - Alfred Hitchcock
Cuando Harry encontró a Sally (1989) - Rob Reiner
Fresas salvajes (1957) - Ingmar Bergman
El cielo sobre Berlín (1987) - Wim Wenders
El Mago de Oz (1939) - Victor Fleming
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) - Pedro Almodóvar
El mundo de Apu (1959) - Satyajit Ray
martes, 24 de marzo de 2009
jueves, 19 de marzo de 2009
LA CRÍTICA
Los abrazos rotos ****
Lo que viene antes es un auténtico dramón salpicado de las constantes melodramáticas del cineasta. Asistimos a la mentira personal que se auto inflinge el mismo Mateo cuando se exilia del mundo y del cine absorbido por su propio pseudónimo, Harry Caine, para tratar de no tener que recomponer las fotos de una vida que lo ligaban a un amor imposible y obsesivo, el que sintió por Lena, una bellísima actriz no muy buena como intérprete, pero que a sus ojos se volvía la mismísima Audrey Hepburn. Una ceguera personal que afectaba a todo su trabajo y que culminó en una ceguera física que le obligó a vivir como escritor y guionista. A través de flashbacks, Almodóvar nos cuenta los orígenes de esa relación, la imposibilidad del amor con Lena por culpa de la pareja de ésta, el productor Martel, y varias tramas secundarias que es mejor no desvelar. Todo intercalado con el rodaje de esas “Chicas y maletas” que supone un soplo de aire fresco de una película necesariamente amarga, una vuelta a los orígenes del director.
Almodóvar juega inteligentemente con el montaje en su última película, y en definitiva juega con el mismo cine. “Los abrazos rotos” mezcla el cine negro, la intriga hitchcockiana, el melodrama de Douglas Sirk –eso sí, pasado por su filtro particular- y finalmente inserta el liberador toque de humor y la estética almodovarianos. Incluso se pueden entrever ciertas reminiscencias a David Lynch en esa forma de presentar parte del pasado de Penélope Cruz haciendo uso de un teléfono solitario sobre una mesa y una enigmática conversación con la recuperada Kiti Manver.
Una de las constantes del cine de Almodóvar, sus actores y actrices, vuelve a sobresalir con fuerza en la película. Lluís Homar y Penélope Cruz soportan con muy buena mano el peso de la narración, secundados por los siempre soberbios José Luis Gómez y Blanca Portillo. A ellos se unen las habituales Rossy de Palma y Chus Lampreave, y una aparición de lujo, la de una Carmen Machi cuyo desternillante papel prosigue en el recomendable cortometraje “La concejala antropófaga”. Solo chirría en el conjunto Rubén Ochandiano, cuya caracterización –y peinado- es bastante irrisoria. De las apariciones estelares de Kira Miró y Daniel Martín mejor no hablar. Solo agradecer su corta presencia en pantalla.
“Los abrazos rotos” no deja de ser una película de Almodóvar más, con todo lo bueno y malo que ello implica. Entre lo bueno están los actores, el guión, la puesta en escena y el universo personal de su director. Entre lo malo, principalmente, esa tendencia a la grandilocuencia final, que pone en boca de un personaje la aclaración de todos los misterios y que se hace un tanto repetitivo y sobrante para quien esto escribe. Y la sensación de que al ser una película más dentro de su filmografía no esté a la altura de sus obras más redondas. No obstante, este dramón de amantes que nunca se fundieron en un abrazo eterno pero sí en un beso final es puro cine del manchego, y eso es ya de por sí garantía de cine con mayúsculas.
“Chicas y maletas” iba a ser una obra cumbre en la carrera del director Mateo Blanco. Salvajemente mutilada para hundir la carrera del realizador, el montaje que se presentó al gran público contenía solamente las peores tomas. Era la gran mentira que el resentido productor, Ernesto Martel, estrenaba con un gran revuelo en los cines de todo el país. El montaje bueno nos lo brinda Almodóvar en sus abrazos rotos. En él, la comedia desenfadada que lucía el manchego en la década de los 80 inunda la pantalla durante los últimos minutos de película. Se trata del único buen sabor de boca de una historia salpicada de celos, remordimientos, recuerdos malsanos y la autoimposición del olvido.
Lo que viene antes es un auténtico dramón salpicado de las constantes melodramáticas del cineasta. Asistimos a la mentira personal que se auto inflinge el mismo Mateo cuando se exilia del mundo y del cine absorbido por su propio pseudónimo, Harry Caine, para tratar de no tener que recomponer las fotos de una vida que lo ligaban a un amor imposible y obsesivo, el que sintió por Lena, una bellísima actriz no muy buena como intérprete, pero que a sus ojos se volvía la mismísima Audrey Hepburn. Una ceguera personal que afectaba a todo su trabajo y que culminó en una ceguera física que le obligó a vivir como escritor y guionista. A través de flashbacks, Almodóvar nos cuenta los orígenes de esa relación, la imposibilidad del amor con Lena por culpa de la pareja de ésta, el productor Martel, y varias tramas secundarias que es mejor no desvelar. Todo intercalado con el rodaje de esas “Chicas y maletas” que supone un soplo de aire fresco de una película necesariamente amarga, una vuelta a los orígenes del director.
Almodóvar juega inteligentemente con el montaje en su última película, y en definitiva juega con el mismo cine. “Los abrazos rotos” mezcla el cine negro, la intriga hitchcockiana, el melodrama de Douglas Sirk –eso sí, pasado por su filtro particular- y finalmente inserta el liberador toque de humor y la estética almodovarianos. Incluso se pueden entrever ciertas reminiscencias a David Lynch en esa forma de presentar parte del pasado de Penélope Cruz haciendo uso de un teléfono solitario sobre una mesa y una enigmática conversación con la recuperada Kiti Manver.
Una de las constantes del cine de Almodóvar, sus actores y actrices, vuelve a sobresalir con fuerza en la película. Lluís Homar y Penélope Cruz soportan con muy buena mano el peso de la narración, secundados por los siempre soberbios José Luis Gómez y Blanca Portillo. A ellos se unen las habituales Rossy de Palma y Chus Lampreave, y una aparición de lujo, la de una Carmen Machi cuyo desternillante papel prosigue en el recomendable cortometraje “La concejala antropófaga”. Solo chirría en el conjunto Rubén Ochandiano, cuya caracterización –y peinado- es bastante irrisoria. De las apariciones estelares de Kira Miró y Daniel Martín mejor no hablar. Solo agradecer su corta presencia en pantalla.
“Los abrazos rotos” no deja de ser una película de Almodóvar más, con todo lo bueno y malo que ello implica. Entre lo bueno están los actores, el guión, la puesta en escena y el universo personal de su director. Entre lo malo, principalmente, esa tendencia a la grandilocuencia final, que pone en boca de un personaje la aclaración de todos los misterios y que se hace un tanto repetitivo y sobrante para quien esto escribe. Y la sensación de que al ser una película más dentro de su filmografía no esté a la altura de sus obras más redondas. No obstante, este dramón de amantes que nunca se fundieron en un abrazo eterno pero sí en un beso final es puro cine del manchego, y eso es ya de por sí garantía de cine con mayúsculas.
A favor: sencillamente, que es una película Almodóvar
En contra: la manía del director de los finales melodramáticos sobre-explicados
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domingo, 15 de marzo de 2009
LA CRÍTICA
A ciegas ***1/2
(Blindness)
En el reino de los ciegos
El “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago es un trabajo sumamente complicado de adaptar. Cualquier cineasta quedaría cegado por sus múltiples metáforas y esa prosa de frases largas y estructura distópica que le han valido ser una de las grandes, que no mejores, novelas de su autor.
La versión cinematográfica, titulada convenientemente “A ciegas (Blindness)”, parte de de un comienzo absolutamente prodigioso, aquel en el que un conductor queda ciego de repente paralizando el tráfico. Posteriormente, los sucesos se repiten y los casos de ceguera repentina se multiplican, conformando un futuro a sabiendas apocalíptico, un reino de ciegos en el que solo una mujer –la como de costumbre convincente Julianne Moore- puede ver el caos que la rodea fingiendo ser ciega para estar con su marido -genial y comedido Mark Ruffalo-, siendo el de ella el personaje que precisamente más sufre por su condición vidente.
Consciente de la delicadeza del material que tiene entre manos, el director brasileño Fernando Meirelles construye en “A ciegas”, una vez planteado el sobresaliente comienzo, todo un díptico poco complaciente con el espectador que hurga en las miserias humanas, desde el afán de liderazgo que lleva al abuso de poder a la toma de las medidas extremas necesarias para sobrevivir. Es capaz de mostrar, sin ahorrar detalles escabrosos –sobrecogedora la secuencia del intercambio de mujeres por comida-, a lo que es capaz de llegar el ser humano cuando se le priva de algo más que de la vista, de la libertad, en un microcosmos multicultural vigilado por las armas de un gobierno que prefiere contener lo que considera una epidemia a costa de vidas humanas.
No le faltan las lecturas políticas al género de la ciencia-ficción post apocalíptica, en el que posiblemente mejor encaje, pero en esencia se trata de una película tan inclasificable como el material que le sirve de referencia. Lecturas, eso sí, que se ven frenadas por un cierto exceso de grandilocuencia por parte de la voz en off de un Danny Glover tan estupendo en actuación como redundante en sus líneas de diálogo excesivamente explícitas para una historia cuyos matices deben ser fáciles de leer por el público inteligente por debajo de esa cegadora luz blanca que acompaña toda la cinta.
Meirelles no se conforma con plasmar con bastante fortuna el desasosiego narrativo de la obra de Saramago, el de una sociedad que no lo ve todo negro, sino blanco como la leche. Porque de un realizador como él se espera una obra de arte visual. Y eso es lo que más sobresale en su particular forma de entender la novela. El cineasta baña toda la cinta de un blanco lácteo sólo ennegrecido por las secuencias nocturnas y los desvanes oscuros, en un intento por trasladar con éxito al espectador a la condición invidente de sus personajes. Es más, hace un uso inteligente de los sonidos y de la banda sonora para potenciar ese mismo empeño, muy acertado, de lograr una película perceptible más por el oído que por la vista.
Como era de esperar, eso sí, el resultado es irregular si se compara con la novela, pero absolutamente prodigioso como película poseedora de una imaginería audiovisual apabullante, ayudada por un relato suculento y que en su ambiente apocalíptico recuerda mucho a “Hijos de los hombres”, de Alfonso Cuarón. Todo un prodigio luminoso únicamente ensombrecido por la obra de Saramago acerca de la condición del ser humano, de su ceguera tanto actual como histórica ante sus propios errores, condenado a sucumbir al reino de los ciegos. Un reino en el que ni siquiera el que ve es el rey, sino una persona más.
La versión cinematográfica, titulada convenientemente “A ciegas (Blindness)”, parte de de un comienzo absolutamente prodigioso, aquel en el que un conductor queda ciego de repente paralizando el tráfico. Posteriormente, los sucesos se repiten y los casos de ceguera repentina se multiplican, conformando un futuro a sabiendas apocalíptico, un reino de ciegos en el que solo una mujer –la como de costumbre convincente Julianne Moore- puede ver el caos que la rodea fingiendo ser ciega para estar con su marido -genial y comedido Mark Ruffalo-, siendo el de ella el personaje que precisamente más sufre por su condición vidente.
Consciente de la delicadeza del material que tiene entre manos, el director brasileño Fernando Meirelles construye en “A ciegas”, una vez planteado el sobresaliente comienzo, todo un díptico poco complaciente con el espectador que hurga en las miserias humanas, desde el afán de liderazgo que lleva al abuso de poder a la toma de las medidas extremas necesarias para sobrevivir. Es capaz de mostrar, sin ahorrar detalles escabrosos –sobrecogedora la secuencia del intercambio de mujeres por comida-, a lo que es capaz de llegar el ser humano cuando se le priva de algo más que de la vista, de la libertad, en un microcosmos multicultural vigilado por las armas de un gobierno que prefiere contener lo que considera una epidemia a costa de vidas humanas.
No le faltan las lecturas políticas al género de la ciencia-ficción post apocalíptica, en el que posiblemente mejor encaje, pero en esencia se trata de una película tan inclasificable como el material que le sirve de referencia. Lecturas, eso sí, que se ven frenadas por un cierto exceso de grandilocuencia por parte de la voz en off de un Danny Glover tan estupendo en actuación como redundante en sus líneas de diálogo excesivamente explícitas para una historia cuyos matices deben ser fáciles de leer por el público inteligente por debajo de esa cegadora luz blanca que acompaña toda la cinta.
Meirelles no se conforma con plasmar con bastante fortuna el desasosiego narrativo de la obra de Saramago, el de una sociedad que no lo ve todo negro, sino blanco como la leche. Porque de un realizador como él se espera una obra de arte visual. Y eso es lo que más sobresale en su particular forma de entender la novela. El cineasta baña toda la cinta de un blanco lácteo sólo ennegrecido por las secuencias nocturnas y los desvanes oscuros, en un intento por trasladar con éxito al espectador a la condición invidente de sus personajes. Es más, hace un uso inteligente de los sonidos y de la banda sonora para potenciar ese mismo empeño, muy acertado, de lograr una película perceptible más por el oído que por la vista.
Como era de esperar, eso sí, el resultado es irregular si se compara con la novela, pero absolutamente prodigioso como película poseedora de una imaginería audiovisual apabullante, ayudada por un relato suculento y que en su ambiente apocalíptico recuerda mucho a “Hijos de los hombres”, de Alfonso Cuarón. Todo un prodigio luminoso únicamente ensombrecido por la obra de Saramago acerca de la condición del ser humano, de su ceguera tanto actual como histórica ante sus propios errores, condenado a sucumbir al reino de los ciegos. Un reino en el que ni siquiera el que ve es el rey, sino una persona más.
A favor: su poderío audiovisual
En contra: como era de esperar, es inferior a la novela
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Fernando Meirelles
viernes, 13 de marzo de 2009
"La concejala antropófaga", el prólogo almodovariano de "Los abrazos rotos"
Cinco días quedan para la última película de Almodóvar, que él mismo define como "Un drama, en el que participan otros géneros, pero un drama. Puro thriller con incursiones en el cine americano de los 50". Habrá que esperar al 18 de este mes para ver este cruce del cine almodovariano de dos épocas, el melodrama de "La flor de mi deseo" o "Hable con ella" y los felices 80 de "Mujeres al borde de un ataque de nervios". La primera parte la pone la historia de amor inconclusa del director invidente Mateo Blanco y y Lena, y la segunda la conforma el inacabado trabajo del ficticio cineasta, "Chicas y maletas", por el que dembulan intérpretes clásicos del universo del realizador manchego como Chus Lampreave y Rossy de Palma. Es precisamente en esta película dentro de la película en la que se enmarca el cortometraje "La concejala antropófaga", escrito, en la ficción, por Harry 'Huracán' Caine, el pseudónimo de Mateo, y dirigido por éste. Dicho corto, que se les presenta a continuación, supone la preparación para lo que veremos en cinco días, y destaca en él el monólogo de la soberbia Carmen Machi, a la que solo le falla no el estampado, sino ese horrible peinado.
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sábado, 7 de marzo de 2009
LA CRÍTICA
WATCHMEN ****
¿Quién vigila a los vigilantes?
Una gran novela no tiene por qué dar lugar a una gran película. Cada medio, ya sea literario o audiovisual, tiene su propio lenguaje. Los videojuegos poseen una manera única de contar sus historias, al igual que las novelas. Incluso el cortometraje tiene su particular universo propio. Esto se traduce en que no es posible realizar una traslación fidedigna de un medio al cine, pues las reglas del juego de éste son bien distintas. El cómic no es ajeno a este hecho. Posiblemente, si Bryan Singer hubiera optado por adaptar fielmente “La Patrulla X” habría hastiado al público con sus aires futuristas y sus tramas solo admisibles en las viñetas de un tebeo.
En ese sentido, la novela gráfica considerada como la gran “novela gráfica de todos los tiempos”, es la más difícil de adaptar de todas. No por su historia, sino por el tratamiento de la misma. Sus continuos flashbacks, sus detalles solo visibles en su relectura, las tramas paralelas… todo ello hacía de “Watchmen” la obra cumbre universal del arte gráfico, pero a su vez todo un reto para quien se atreviera a llevarla a la gran pantalla.
Tras varios intentos fallidos, podríamos decir que el trabajo de Zack Snyder, quien otrora lograra ensombrecer al gran clásico “Zombi” de Romero o llevar con máximo detalle la Batalla de las Termópilas según Frank Miller, se erige como la mejor adaptación que la obra de Alan Moore y Dave Gibbons podía tener. Más que esto, y pongo la mano en el fuego, es casi imposible. Si bien el director abusa de las secuencias a cámara lenta y de sus aportaciones sexuales y viscerales –admitámoslo, Snyder es un provocador en lo que a violencia y temas tabúes en el cine comercial se refiere, y a la vez un valiente- en un montaje un tanto exagerado, “Watchmen” ha caído finalmente en buenas manos.
La ambientación sigue a rajatabla los bocetos de Gibbons, se obvian pasajes de la historia original como “Los relatos del Navío Negro” –tranquilos, podremos disfrutarlos en una futura edición en DVD-, el monstruoso calamar gigante del final y su explicación, la isla con las mentes más brillantes –todo esperamos poder verlo en un futuro montaje del director- y un largo etcétera, pero podemos agradecer todo lo demás: un Rorschach perfectamente conseguido, tanto en su versión enmascarada como con el rostro que hay debajo, el del actor Jackie Earle Haley, que realiza un trabajo formidable; buen aroma a años 80; flashbacks muy bien insertados y lejos de romper la estructura narrativa, y en definitiva una adaptación muy lograda y bien contada.
Es llamativo ver cómo Snyder ha conseguido trasladar la historia en toda su crudeza, sin edulcorarla y sin perder el mensaje original en su desenlace, en el que debemos preguntarnos “¿Quién vigila a los vigilantes?”. Pero hay algo que en sus 163 minutos de duración, imprescindibles para tratar a esta novela gráfica como merece, hace que “Watchmen” no resulte tan redonda como el material en el que se inspira. Snyder ha realizado un tributo al cómic original bajo su sanguinario enfoque, pero más allá de las licencias que haya podido tomar en ese aspecto, de lo que languidece seriamente esta película es de ser precisamente demasiado fiel al cómic. Porque lo que es verosímil para el papel no tiene por qué serlo para la pantalla. El que sea fan acérrimo del original verá la película o bien como un insulto o bien como una gran película, pero el espectador ignoto podría sufrir la extenuación por culpa de un desarrollo con poca acción y mucha disección de personajes, mientras que para los fans todo pasará en un suspiro. Es un inconveniente que Snyder debió prever a tiempo antes de realizar un film tan fiel a su material de partida que en su versión cinematográfica puede resultar poco verosímil y a ratos ridícula, además de larga y pesada, para un sector del público que desconoce la fuente. Para nosotros los fans, en cambio, la mejor película de “Watchmen” posible, muy lejos, eso sí, de ser una obra maestra, por mucho que la novela gráfica sea de culto.
En ese sentido, la novela gráfica considerada como la gran “novela gráfica de todos los tiempos”, es la más difícil de adaptar de todas. No por su historia, sino por el tratamiento de la misma. Sus continuos flashbacks, sus detalles solo visibles en su relectura, las tramas paralelas… todo ello hacía de “Watchmen” la obra cumbre universal del arte gráfico, pero a su vez todo un reto para quien se atreviera a llevarla a la gran pantalla.
Tras varios intentos fallidos, podríamos decir que el trabajo de Zack Snyder, quien otrora lograra ensombrecer al gran clásico “Zombi” de Romero o llevar con máximo detalle la Batalla de las Termópilas según Frank Miller, se erige como la mejor adaptación que la obra de Alan Moore y Dave Gibbons podía tener. Más que esto, y pongo la mano en el fuego, es casi imposible. Si bien el director abusa de las secuencias a cámara lenta y de sus aportaciones sexuales y viscerales –admitámoslo, Snyder es un provocador en lo que a violencia y temas tabúes en el cine comercial se refiere, y a la vez un valiente- en un montaje un tanto exagerado, “Watchmen” ha caído finalmente en buenas manos.
La ambientación sigue a rajatabla los bocetos de Gibbons, se obvian pasajes de la historia original como “Los relatos del Navío Negro” –tranquilos, podremos disfrutarlos en una futura edición en DVD-, el monstruoso calamar gigante del final y su explicación, la isla con las mentes más brillantes –todo esperamos poder verlo en un futuro montaje del director- y un largo etcétera, pero podemos agradecer todo lo demás: un Rorschach perfectamente conseguido, tanto en su versión enmascarada como con el rostro que hay debajo, el del actor Jackie Earle Haley, que realiza un trabajo formidable; buen aroma a años 80; flashbacks muy bien insertados y lejos de romper la estructura narrativa, y en definitiva una adaptación muy lograda y bien contada.
Es llamativo ver cómo Snyder ha conseguido trasladar la historia en toda su crudeza, sin edulcorarla y sin perder el mensaje original en su desenlace, en el que debemos preguntarnos “¿Quién vigila a los vigilantes?”. Pero hay algo que en sus 163 minutos de duración, imprescindibles para tratar a esta novela gráfica como merece, hace que “Watchmen” no resulte tan redonda como el material en el que se inspira. Snyder ha realizado un tributo al cómic original bajo su sanguinario enfoque, pero más allá de las licencias que haya podido tomar en ese aspecto, de lo que languidece seriamente esta película es de ser precisamente demasiado fiel al cómic. Porque lo que es verosímil para el papel no tiene por qué serlo para la pantalla. El que sea fan acérrimo del original verá la película o bien como un insulto o bien como una gran película, pero el espectador ignoto podría sufrir la extenuación por culpa de un desarrollo con poca acción y mucha disección de personajes, mientras que para los fans todo pasará en un suspiro. Es un inconveniente que Snyder debió prever a tiempo antes de realizar un film tan fiel a su material de partida que en su versión cinematográfica puede resultar poco verosímil y a ratos ridícula, además de larga y pesada, para un sector del público que desconoce la fuente. Para nosotros los fans, en cambio, la mejor película de “Watchmen” posible, muy lejos, eso sí, de ser una obra maestra, por mucho que la novela gráfica sea de culto.
A favor: la valentía de Snyder, en todos los sentidos
En contra: que el cine es cine, y el cómic es cómic
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martes, 3 de marzo de 2009
Pepe Rubianes: el justo homenaje de Buenafuente
Este fin de semana nos dejaba, a los 61 años, y víctima de un cáncer de pulmón que jamás le arrebató la sonrisa, Pepe Rubianes, uno de nuestros grandes cómicos. Si no he escrito antes sobre él ha sido porque esperaba a las palabras de Andreu Buenafuente en su programa, porque estaba seguro que le haría un merecido homenaje. Anoche, Buenafuente realizó un emotivo pero humorístico recordatorio, como el maestro habría deseado. Como bien dijo, prefiere pensar que se ha ido a otro sitio, muy lejos, porque al cielo no le habrán dejado entrar. Y esté donde esté, seguro que se está riendo de todos nosotros que seguimos viviendo en este país de serios. Les dejo el monólogo de Buenafuente y un "Hasta luego, maestro".
Buenafuente - Homenaje a Pepe Rubianes
Buenafuente - Homenaje a Pepe Rubianes
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En paz descanse...
domingo, 1 de marzo de 2009
LA CRÍTICA
Valkiria ***1/2
(Valkyrie)
Contenido antes que envoltorio
(Valkyrie)
Contenido antes que envoltorio
Que Bryan Singer considera a los nazis como una importante fuente histórica a partir de la cual construir historias es un hecho. Incluso antes de mostrar los poderes de un infante Magneto en los campos de Auschwitz en la primera entrega de “X-Men”, el mismo actor, Ian McKellen, se convertía por obra del director en un nazi oculto en la injustamente olvidada “Verano de corrupción”. Es ahora, con la Operación Valkiria, destinada a asesinar a Hitler e instaurar un gobierno provisional usando como elemento de coacción a su propio ejército reserva, cuando Synger ha venido a realizar un film totalmente ambientado en la misma época que ha intentado esbozar en reiteradas ocasiones.
Podría esperarse de otro director que esta “Valkiria” se mostrara en pantalla en todo su esplendor, como una odisea épica de un grupo de hombres justos trufada de sensibilidad y honor, y con unos medios y un metraje generosos. El camino de Synger transcurre paralelamente a este planteamiento. Si bien no falta honor en la historia, y si lo que se nos cuenta es igualmente el intento de esos hombres justos por acabar con un régimen en decadencia como las ratas que abandonan un barco que se hunde, el planteamiento del director transcurre en su primera hora en reuniones de despacho, lo que la hace algo lenta en ese tramo, y sobre todo, y esto es lo más importante, con un tono cerrado, más bien discreto, en sus enérgicos últimos cuarenta minutos. Lo que Synger propone pues no es la típica historia épica, sino una trama de espionaje que una vez arranca, y a pesar de que el final de la historia sea conocido por muchos, absorbe al espectador en su butaca y no lo suelta hasta ese glorioso final en el que sentimos que la operación no tuviera éxito.
Este cambio de registro en la historia y su ajustado metraje es lo que hacen de “Valkiria” una película entretenida y amena, obra de un director que, como en “Sospechosos habituales”, prefiere sorprender con la puesta en escena y un guión milimétricamente elaborado antes que con la grandiosidad del conjunto. “Valkiria” hereda no sólo así el tono intimista de aquel segundo trabajo que le llevó a la fama, que también puede verse en el primer “X-Men”, sino la unión de nuevo con el guionista de aquella, Christopher McQuarrie, en una decisión que engrandece aún más esta película, y que devuelve a un director que, tras el batacazo de la resurrección de Superman, aún parece tener mucho que contar.
Poco importa que se omitan las ansias ocultistas de Claus von Stauffenberg, pues el objetivo de Synger es el de brindar una trama de intriga, en una película a la que le lastra el fantasma de la mala fama de Tom Cruise y su Iglesia de la Cienciología. Pero es la fama del actor lo que hace huir al público, y no el actor en sí mismo. Cruise realiza un trabajo sólido a las órdenes de Synger. Ni se trata de un vehículo de lucimiento actoral ni mucho menos de su última oportunidad de redimirse. El intérprete consigue transmitir veracidad a su personaje y lo que es más difícil, no ser la estrella del conjunto ni ser eclipsado por unos secundarios de lujo como Kenneth Branagh, Terence Stamp, Tom Wilkinson, Bill Nighy o Thomas Kretschmann, entre otros. No obstante, la película no consigue resultar majestuosa a pesar de su cuidada ambientación debido precisamente a ese tratamiento tan discreto. Pero un servidor prefiere el contenido y no el envoltorio.
Podría esperarse de otro director que esta “Valkiria” se mostrara en pantalla en todo su esplendor, como una odisea épica de un grupo de hombres justos trufada de sensibilidad y honor, y con unos medios y un metraje generosos. El camino de Synger transcurre paralelamente a este planteamiento. Si bien no falta honor en la historia, y si lo que se nos cuenta es igualmente el intento de esos hombres justos por acabar con un régimen en decadencia como las ratas que abandonan un barco que se hunde, el planteamiento del director transcurre en su primera hora en reuniones de despacho, lo que la hace algo lenta en ese tramo, y sobre todo, y esto es lo más importante, con un tono cerrado, más bien discreto, en sus enérgicos últimos cuarenta minutos. Lo que Synger propone pues no es la típica historia épica, sino una trama de espionaje que una vez arranca, y a pesar de que el final de la historia sea conocido por muchos, absorbe al espectador en su butaca y no lo suelta hasta ese glorioso final en el que sentimos que la operación no tuviera éxito.
Este cambio de registro en la historia y su ajustado metraje es lo que hacen de “Valkiria” una película entretenida y amena, obra de un director que, como en “Sospechosos habituales”, prefiere sorprender con la puesta en escena y un guión milimétricamente elaborado antes que con la grandiosidad del conjunto. “Valkiria” hereda no sólo así el tono intimista de aquel segundo trabajo que le llevó a la fama, que también puede verse en el primer “X-Men”, sino la unión de nuevo con el guionista de aquella, Christopher McQuarrie, en una decisión que engrandece aún más esta película, y que devuelve a un director que, tras el batacazo de la resurrección de Superman, aún parece tener mucho que contar.
Poco importa que se omitan las ansias ocultistas de Claus von Stauffenberg, pues el objetivo de Synger es el de brindar una trama de intriga, en una película a la que le lastra el fantasma de la mala fama de Tom Cruise y su Iglesia de la Cienciología. Pero es la fama del actor lo que hace huir al público, y no el actor en sí mismo. Cruise realiza un trabajo sólido a las órdenes de Synger. Ni se trata de un vehículo de lucimiento actoral ni mucho menos de su última oportunidad de redimirse. El intérprete consigue transmitir veracidad a su personaje y lo que es más difícil, no ser la estrella del conjunto ni ser eclipsado por unos secundarios de lujo como Kenneth Branagh, Terence Stamp, Tom Wilkinson, Bill Nighy o Thomas Kretschmann, entre otros. No obstante, la película no consigue resultar majestuosa a pesar de su cuidada ambientación debido precisamente a ese tratamiento tan discreto. Pero un servidor prefiere el contenido y no el envoltorio.
A favor: la recuperación de Synger en plena forma, contando la historia como un thriller
En contra: La lentitud de la primera hora
Etiquetas:
Bryan Singer,
histórico,
thriller,
Tom Cruise
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