El viento que nos une
“Diez
años de vida creativa para artistas y diseñadores es suficiente”.
Con estas palabras, Hayao Miyazaki pone en boca del diseñador de aeronaves Earl
Caproni una frase que en realidad habla de la carrera de un maestro con
mayúsculas que ahora se retira, no sin antes regalarnos una de esas pequeñas
grandes joyas dispuestas a dejar volar la imaginación de los soñadores.
Como despedida,
Miyazaki ha escogido la historia de un visionario, el ingeniero Jiro Horikoshi,
y lo ha unido a la frase de Paul Lavéry que da título a la cinta. Todo un canto
a la vida, la ilusión, la templanza, el amor, la naturaleza, el progreso y la
inevitable mano del hombre como constructor de sueños, pero también de
horribles pesadillas. Y también una declaración de intenciones, un manifiesto
del director acerca del artista y el artesano, de sus musas, sus sueños e
ilusiones, y también sus frustraciones y obsesiones. Una especie de radiografía
de sí mismo que sirve alternando con su habitual poesía visual los pasajes
oníricos, quizá los más agradecidos de la función, con los más duros y
realistas, esos que plasman de manera impactante retazos de la historia de su
país como la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, los efectos de la
tuberculosis, la revolución industrial y tecnológica de la que nacerían
pioneros, o el gran terremoto de Kanto en 1923. Unos fragmentos históricos con
los que Miyazaki habla a su vez de todos esos males que azotan las sociedades
actuales.
“El viento se levanta”
recoge lo mejor de toda su filmografía, aquello que la ha definido y le ha
convertido en un imprescindible de la cinematografía japonesa y mundial. Pero
en esta ocasión, además, Miyazaki dibuja la que posiblemente sea su película
más amarga, no sólo por ser de las más adultas de su carrera. Es amarga por lo
que implica tener que decir adiós a uno de los mayores genios cinematográficos
de los últimos tiempos, un auténtico rey Midas –con permiso de Spielberg, con
cuya “El imperio del Sol” se pueden establecer algunos paralelismos durante la
primera media hora de metraje- que nos regala un testamento cinematográfico
cargado de lirismo.
No es la mejor de su
filmografía, tiene altibajos en su ritmo, especialmente durante su segunda
mitad, pero se le perdona porque pocas veces asistimos a la despedida de un
maestro de este calibre. Es ver su utilización de la fotografía en los dibujos,
cómo comunican las imágenes con la música, cómo imprime cariño a todos sus
personajes realizar juicios morales, y se me olvidan todos sus defectos. Quizá
esto no sea del todo un adiós, sino un hasta la vista. Porque nunca sabremos lo
que traerá el viento de vuelta hacia nosotros. Mil gracias.
A
favor: que la poesía de Miyazaki nos envuelve y nos hace
olvidar cualquier defecto que tenga la cinta; sus momentos oníricos en
contraste con la dura realidad
En
contra: cierta lentitud en su segunda mitad
Calificación ****
No hay comentarios:
Publicar un comentario