La simiente, la espera y la cosecha
El nombre de Fernando
Merinero debería figurar como sinónimo del término “independiente” tal y como
es aplicado al séptimo arte. Un cineasta outsider, a contracorriente, que
siempre escoge los caminos más difíciles a la hora de sembrar, cosechar y
distribuir su cine, una personalidad combativa que no sigue las modas ni
tendencias cinematográficas actuales. Ya sea por alguna mano negra presente en
nuestro cine, ésa que ha impedido que otros compañeros de profesión aspiren a
ligas mayores por no pasar por el aro de la complacencia, o por decisión
personal –en tal caso, sus motivos tendrá-, Merinero se ha mantenido siempre a
un lado del sistema, y eso debería permitir que sus canosos rizos y su semblante
de voyeur erudito acompañasen al concepto que tenemos de cine independiente en
España. Él es la independencia, aunque seguramente se niegue a ser líder de
ninguna causa.
“Haz de tu vida una
obra de arte” es precisamente eso, una película que reboza independencia
creativa en cada plano. En su realización, en su guión, en su montaje, en su
uso de la música. Es hija indiscutible de su creador, ni más ni menos, y los
hijos acaban pagando por el modo de vida de sus padres. Porque tal grado de independencia y carácter experimental puede jugar en su contra para los que estén acostumbrados o busquen obras con
un acabado de mayor envergadura.
Ellos se lo pierden. Lo
nuevo de Merinero, si algo exhala por cada poro, es frescura y saber hacer.
Frescura en su historia, en ese castillo toledano en el que se encierran ocho
personajes, en ese seminario de superación personal que apenas tiene lugar porque,
en realidad, poco importa su desarrollo en beneficio de la interactividad entre
unos protagonistas entre los que el lío está servido. Frescura porque entre sus
paredes se encierra una parte de nuestro país. El gañán, el materialista, la
bohemia, la reprimida… todos en busca de una felicidad que está en el rincón de
la habitación opuesto al que están mirando. Frescura por un guión repleto de
situaciones divertidas, comprometidas y chispeantes, de diálogos agudos,
normalmente entre parejas de personajes, que funcionan mucho mejor cuando se
convierten en monólogos directos a cámara.
Y frescura por un
reparto en estado de gracia, dirigido como si de una obra de teatro se tratase,
una farsa surrealista y extravagante en la que Merinero deja respirar a sus
intérpretes, a sus amigos, con total libertad, destacando el trabajo de Isabelle
Stoffel, Valle Hidalgo, Luis Hostalot y Sandra Marchena, pero sin desmerecer a
sus compañeros de fatigas. Una libertad conseguida a base de esperar a que la
simiente produzca la cosecha. Y una cosecha que no será del gusto de todos
precisamente por la libertad con que fue sembrada.
A
favor: sus actores, el guión y los monólogos a cámara
En
contra: su grado de independencia y libertad
Calificación ***
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