Cómo resistirse al paso de la vida
Todos tenemos un tío
Albert en la familia, entre nuestros conocidos. En realidad, tenemos más de
uno. Personas que, llegado un momento de sus vidas, no tienen otra cosa mejor
que hacer que sentarse ante la carretera para ver los coches pasar. O embutirse
en un mullido sillón y ver la tele durante horas. Ver la vida pasar, así lo
llamo yo.
Nebraska es mucho más
que un estado. Es mucho más que el título de la nueva película de Alexander
Payne. Es una meta, un objetivo en la vida para el que se resiste a verla
pasar. Es la razón que impulsa al viejo Woody a salir de casa y recorrer
kilómetros de distancia a pie. Es un ideal, incomprensible para el resto pero
con enorme sentido para él. Es donde podrá cobrar un premio de un millón de
dólares que él está convencido que existen, pero que sus hijos y su esposa ven
como un timo para vender revistas. Es su forma de dejar algo a su descendencia,
aunque ese algo sea tan cotidiano como un compresor de aire o una nueva
camioneta.
“Nebraska” es, además,
la vuelta a sus raíces de un cineasta que ya no tiene nada que demostrar, pero
que lleva un tiempo jugando en la liga de los grandes premios de la Academia.
Eso suele cambiar a más de un autor, pero no a Alexander Payne. Como los Coen,
Payne parece huir de los títulos que la Academia podría esperar de una figura
como él y hace lo que quiere con su nueva película. En lugar de la grandeza de
su anterior trabajo –“Los descendientes” es una muy buena película, pero era
evidente que era un producto para una mayor variedad de audiencias-, opta por
la sencillez y la independencia de una historia que destila la sabia e
inteligente combinación entre humor y drama de la que hace gala Payne en cada
trabajo, pero con un tono mucho más intimista, y en un lustroso blanco y negro.
Una road movie centrada en las
difíciles relaciones paterno filiales,
uno de los epicentros de la obra del realizador, pequeña y grande a la vez.
En un principio, la
opción monocromática puede suponer un desafío para más de un espectador. Pero
los que se queden disfrutarán de la cotidianeidad con que Payne narra sus
historias, con ese Bruce Dern que llevaba décadas mereciendo un papel
protagonista a la altura de su leyenda cinematográfica, con un guión hilarante
y tierno a la par, con esa banda sonora fronteriza y rural, y con esa galería
de secundarios carismáticos que tienen a la entrañable June Squibb a la cabeza.
Con todo esto, con las mismas herramientas de siempre, Payne lo ha vuelto a
hacer. Encandilar desde la sencillez. Resistirse a ver la vida pasar. Y, de
paso, pese a lo modesto de la propuesta, conseguir nominación al Oscar. Qué
grande.
A
favor: Bruce Dern y la vuelta de Payne a un cine más
intimista, pero igualmente fresco
En
contra: la opción del color y lo modesto de la propuesta
puede tirar para atrás a más de uno
Calificación ****
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