Con las botas puestas
En 1984, el SIDA aún
estaba en pañales para la opinión pública norteamericana. Estaba ahí y se
hablaba del cáncer gay, de una enfermedad que sólo afectaba a las personas con
tendencias homosexuales. Hasta que llegó Rock Hudson e hizo caer el velo a
todos. Tuvo que caer infectada una personalidad pública para que la enfermedad
adquiriera otra dimensión. La gente seguía sin saber cuáles eran las verdaderas
vías de contagio, pero ya no era algo aislado que le ocurría a personas
anónimas. Un galán, un símbolo de la masculinidad cinematográfica, un vaquero
que siempre tuvo las botas puestas, estaba infectado. Le podía tocar a
cualquiera.
Le tocó a Ron Woodrof,
todo un machote de Dallas aficionado a los rodeos. Un truhán, un mujeriego que
se declaraba abiertamente homófobo, adicto al sexo sin protección y las drogas
administradas por vía intravenosa. Pero también un superviviente nato, una
persona que se resistió a sucumbir al mes que le diagnosticaron de vida y logró
aguantar ocho largos años más, aunque por el camino tuviese que sacar tajada de
su enfermedad y de la desesperación de otros por curarse. Sin saberlo, la
cruzada de Woodrof por sacar adelante su negocio se convirtió en la lucha
contra el sistema sanitario estadounidense y los intereses de las grandes
corporaciones, más interesadas en hacer negocio con sustancias “aprobadas” que
en sanar personas. Algo que, desgraciadamente, sigue ocurriendo hoy en día.
“Dallas Buyers Club” tiene
muchos aciertos. No hay una biografía oficial del personaje, y eso hace que lo
que en ella se cuenta no tenga por qué ser del todo fiel a lo que ocurrió
realmente. Bucea en los últimos años del personaje protagonista sin caer en la
sensiblería barata de la que hacen gala otras producciones, y finalmente se
convierte en un alegato contra el mismo sistema al que tantas veces tuvo en
jaque Woodrof. Todo sin encumbrar ni juzgar a su protagonista, de una manera
sincera y ágil por parte de su director, el canadiense Jean Marc Vallée, que ha
sabido combinar sabiamente drama, humor y mensaje panfletario, pero sin caer en
el sermón.
Y sin embargo, no deja
de ser, pese a su ágil sentido del ritmo y su acertada fusión de géneros sin
moralina, una película normal. No hay en ella nada que destaque, no hay lugar
para la sorpresa, no se te queda esa sensación de “Guau. Vaya peliculón
inolvidable se han cascado”. Se limita a gustar sin transgredir. Un film
correcto que, eso sí, cuenta con dos interpretaciones masculinas de infarto. El
cambio que experimentan Matthew McConaughey y Jared Leto es brutal a nivel
físico e interpretativo. El primero lleva ya una temporada acumulando grandes
interpretaciones, y éste es el broche de oro a un cambio de rumbo soberbio en
su carrera, y el segundo sorprende en su recreación de la transgénero enferma
amiga del protagonista. Los dos están de Oscar. Son puro carisma y simpatizan
con el espectador. Sin ellos no sería lo mismo esta historia que derrocha
vitalidad y optimismo. La historia de un hombre que, literalmente, vivió y
murió con las botas puestas.
A
favor: Matthew McConaughey y Jared Leto
En
contra: es una película correcta, sin más
Calificación ***1/2
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