De vencedores y perdedores
Si algo nos enseñó
“Wolf Creek” fue que había otro lugar aparte del espacio en el que nadie oirá
tus gritos. Y de oírlos, de nada servirá. Si te conviertes en la presa del
cazador Mick Taylor, tienes las de perder. Estás en su territorio. Y si
consigues escapar, el desierto hará el resto. Aquella ópera prima nos permitió
descubrir al carismático John Jarratt, y puso bajo nuestro foco de atención un
nombre, el del australiano Greg McLean, un cineasta al que seguir a partir de
entonces. Siete años han pasado desde la entretenida “Rogue”, un periodo de
tiempo en el que ha dado rienda suelta a su faceta de productor más que de
director. Paciente. Sin prisas. A la espera de un próximo proyecto. Como el
buen cazador que es.
Y tras años de espera,
es la secuela del título que le dio a conocer entre los amantes del género la que
nos trae. Una segunda parte que hereda muchas de las constantes de su
predecesora. La buena mano de su creador para generar atmósferas, la poca
importancia que se da a las víctimas frente al psicópata y el paso de
protagonismo de unas a otras, cierta dosis de mala baba en las palabras de su serial killer, y la vuelta a los parajes
desérticos australianos, una trampa mortal tan extensa como opresiva. La
película, de hecho, juega prácticamente con las mismas cartas marcadas que la
anterior, hasta el punto de que no hay avance en la saga más allá de una mayor
dosis de humor negro.
“Wolf Creek 2” no tiene
mucho que aportar, y sin el elemento sorpresa de la anterior, está perdida. O
al menos es así durante su primera mitad. Después se produce un curioso y
agradecible giro que comienza justo en el momento en que ese chico con cierto parecido
a Nicolas Cage entra en escena. La propuesta comienza a mezclar con bastante
acierto el western, el torture porn de “Hostel”, el slasher tipo “La matanza de
Texas” y una persecución al más puro estilo “El diablo sobre ruedas”, con
abundantes golpes de ingenio –el macabro juego de las preguntas históricas, el
momento canguro, la escena en la casa de los ancianos- y una más abundante aún
ración de casquería.
Pero ni esta segunda
mitad consigue quitar esa sensación de que estamos ante más de lo mismo.
Meternos en la guarida de la bestia y contemplar sus horrores no es suficiente.
De no haberse entretenido tanto durante su convencional primer acto, igual la
cinta habría tenido un mayor interés. Y eso que durante esa segunda mitad
descubrimos que Mick Taylor no es más que el reflejo de la Australia profunda,
ésa que vive con un enraizado sentimiento de anti-colonización. De eso va
realmente “Wolf Creek 2”. De vencedores y perdedores. De británicos y
australianos. De cientos de años de resentimiento.
A
favor: la segunda mitad, y su final anti-colonización
En
contra: su primer acto, y que no aporta demasiado a su
predecesora
Calificación **
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