viernes, 27 de septiembre de 2013

LA CRÍTICA: Las brujas de Zugarramurdi

Abierto hasta el amanecer
Hace poco leí que el cine de Álex de la Iglesia era principalmente masculino. No estoy de acuerdo. Fue una mujer una de las primeras desavenencias entre Nino y Bruno, y fue una mujer la que desencadenaba la guignolesca rivalidad teñida de sangre entre el payaso triste y el payaso tonto. Fue la hija de un poderoso magnate la que acababa con el comando terrorista Acción Mutante. Y fue una dominatrix la que se hacía con el control de Yeyo’s a golpe de astucia. Sí, muchas de las cintas del realizador están protagonizadas por hombres, pero no se puede negar que la mujer cumple un papel fundamental en la mayoría de ellas.

“Las brujas de Zugarramurdi” es su particular “Abierto hasta el amanecer”, ambientado en la España más profunda, y es además la primera vez que de la Iglesia da un protagonismo especial a las mujeres. Ya desde unos fabulosos créditos iniciales que son un auto homenaje a su balada triste de trompeta, la mujer impera como ser cargado de poder, ya sea al frente de un aquelarre, siendo objeto de deseo en celuloide, o como dama que gobierna con puño de hierro toda una nación. La película es pues, bajo su apariencia de comedia cañí,  una mordaz batalla de sexos en la que los hombres, aunque nos pese, llevamos las de perder.


Pero también es un compendio de la obra del bilbaíno, con lo bueno y lo malo que ello conlleva, algo que ya se nota desde su mismo guión, escrito de nuevo a cuatro manos junto a Jorge Guerricaechevarría. En el aspecto positivo está ese humor negro de “Muertos de risa” o “Crimen Ferpecto”, el humor satánico de “El día de la bestia”, y por qué no, la locura generalizada de la incomprendida y reivindicable “Balada triste de trompeta”, pero aquí bastante más soportable por tratarse de una comedia. También un cast entregado al desenfreno, con unos Hugo Silva y Mario Casas con muy buena mano para la comedia, así como la presencia de sus actores de siempre, con las rotundas Carmen Maura y Terele Pávez a la cabeza. Hasta Carolina Bang está acertada. Y además, demuestra una evidente madurez en la realización que comenzara en “Los crímenes de Oxford” y que ha resultado en una mejor puesta en escena y confección de las escenas de acción, una pictórica fotografía de Kiko de la Rica, un montaje acelerado y enérgico que no da respiro, y una banda sonora macabra, pero a la española, de Joan Valent.


En el lado negativo, alguna que otra concesión al gag facilón, un tramo final que acaba sucumbiendo a las fuerzas del mal y que puede caer en el ridículo y la sobresaturación, y la sensación general de que, al igual que en su anterior trabajo, estamos ante un producto tan comercial –la elección de sus protagonistas da buena fe de ello- que a ratos no parece obra de su director. Sin embargo, ofrece un divertimento tan descerebrado, tan pasado de vueltas y poseído, que se agradece que el cineasta haya abandonado el discurso político directo de sus dos anteriores obras, ése que aquí está sutilmente enterrado bajo capas de humor grueso. Hasta ese forzado final feliz de vodevil que tanto molesta a Santiago Segura y Carlos Areces encierra una acertada doble lectura acerca de la relación de pareja. No hay nada para siempre. Sólo espero que este Álex haya venido para quedarse.



A favor: que recupera al Álex de la Iglesia de siempre, con sus aciertos y fallos, y que entretiene sin miramientos
En contra: cierta concesión a la comercialidad y al gag facilón, y un tramo final tan poseído que puede cansar

Calificación: ***1/2

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