Épica sin épica
A pesar de su título,
ésta no es una película épica. Su subtítulo español, “El mundo secreto”, es
mucho más humilde y justo. Pero quiere ser épica. Se nota en el tratamiento de
su mitología, en su concepción de la magia, en su sentido de la aventura. Tiene
ese aura a cine mágico de fantasía de los años 80 con pinceladas del cine de
Hayao Miyazaki por su defensa de la naturaleza. Y ni con eso consigue ser
épica.
En realidad, “Epic” es
en sí misma la definición de blockbuster
de anti-entretenimiento. No porque no sea entretenida, que lo es, sino porque
no se preocupa en satisfacer al público que acude a las salas a ver este tipo de
películas. De hecho, sus pocas concesiones a la animación familiar mainstream de toda la vida –las dos
babosas chistosas, el pasado de sus personajes, los contados puntos de humor,
con la fugaz vida de una mosca a la cabeza- llevan al sonrojo y están de más.
No, “Epic” se preocupa más por maravillarse a sí misma en la mitología de la
que bebe, la obra de William Joyce, que ser un film para grandes y pequeños
compacto y consistente.
Sus personajes son, por
tanto, lo de menos, carecen de carisma e interés, y eso jamás debe ocurrir en
una película de esta índole. Quizá el punto más interesante en ellos es esa
relación entre padres que se resisten a dejar marchar del nido a sus hijos e
hijos que creen sabérselas todas y que pueden valerse por sí mismos. Pero esto
se desarrolla en medio de una débil subtrama de pérdida de un ser querido y de
otra subtrama amorosa que no te das cuenta de que existe hasta que llega el
previsible beso final. Incluso no se entiende por qué la protagonista quiere
quedarse en ese mundo de fantasía, no da tiempo a asimilarlo en hora y media y
que te llegue, que te emocione. Es muy difícil sentir su empatía por defender
ese minúsculo y verde mundo condenado a marchitarse y morir. No hay tiempo para
eso, para detenerse en los aspectos dramáticos y el desarrollo de personajes,
sino que prefiere ir al grano en lo que realmente le importa, plasmar un
universo llamativo aderezado de tantos flecos de guión –escrito a demasiadas
manos, quizá ahí esté la clave- para nada aprovechados, por estar distraída en
otras cosas para ella más importantes.
Ahora bien, en su afán
por la grandilocuencia temática y visual consigue un nivel de animación
excepcional. Chris Wedge maneja la cámara como un pájaro, como llevado por una
brisa, y el nivel de detalle de sus píxeles es de lo más destacable de la
cinta. Eso y una secuencia de agradecer en la que la cámara lenta está más
justificada que nunca como forma de visualizar la velocidad a la que transcurre
la vida de los más diminutos, dentro de una propuesta entretenida, que sin
embargo parece no preocuparse en resultarlo.
A
favor: el nivel de su animación, y la escena a cámara
lenta en la casa del pisoteador
En
contra: su preocupación por ser grande antes que por
simplemente ser un film familiar
Calificación: **1/2
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