El alma de un Macintosh
En una sociedad en la
que serás más recordado por tus logros y aportaciones que por tu vida personal
y tus actos, la pregunta es: ¿sabemos quién era realmente Steve Jobs? Para
muchos fue un genio, para otros un oportunista y un prestidigitador. Las dos
cosas, aunque puedan resultar contradictorias, pueden ir de la mano. Más que un
creador, fue un visionario, una persona dotada de una ambición y una
creatividad incomparables, un excelente orador y encantador de serpientes que
perseguía un sueño, y que lideraba a otros en busca de ese sueño. Un niño que
jugaba con juguetes caros al margen de las grandes compañías capitalistas.
Durante cuarenta
minutos, “Jobs” plasma casi a la perfección la personalidad que se escondía
tras las gafas, la barba y las zapatillas New Balance del mito. Le pinta como
un hedonista, una persona que más que crear veía potencial en otros y les
guiaba hacia un sueño. De hecho, así nació Apple Computer, como la potenciación
del talento de un antiguo compañero, Steve Wozniak, y unos cuantos agregados,
unidos bajo el ideal de mejorar el mundo.
Sin embargo, tras este
aceptable comienzo, se produce el primer momento tenso en la película, y la
atmósfera que se había creado hasta entonces se rompe. Te das cuenta de que
algo no funciona en ella desde el primer minuto, pero no se hace patente hasta
ese momento en que el protagonista renuncia a su hija. “Jobs” es una película
funcional, armada sobre los cimientos del biopic
clásico –la estética setentera, el uso de la música de la época… todo muy
lógico y tópico- con la pulcritud y la falta de personalidad del color blanco
alienante de un Macintosh. Te ha soltado anécdotas históricas –el nacimiento
del nombre de la compañía, la estancia en la India, la relación de Jobs con Los
Beatles-, y se limita a eso, a contar hechos sin ninguna conexión emocional con
su protagonista –la existencia de la hija repudiada, lo más desaprovechado sin
duda- con la gracia y la rapidez de un autómata, sin pararse en los recovecos
más íntimos del personaje.
Cuando llegan los
instantes de mayor intensidad dramática, la película patina porque está más
preocupada en transmitirte un ideal que no abandona casi en ningún segundo que
en ofrecerte la biografía que alguien como Steve Jobs merecía. Y de ahí no se
mueve. Sigues sin saber quién era más allá de sus logros y su sueño. Quizá sea
que alguien como Jobs no requería un biopic, pero de necesitarlo, debió ser de otra
manera. No basta con que Ashton Kutcher se parezca sorprendentemente a él, que
copie sus gestos y la posición de su boca, porque cuando llegan los pasajes
dramáticos da tan poco la talla como todo lo que le rodea. Por qué será que no
he podido dejar de pensar en “La red social”, la excelente radiografía de David
Fincher y Aaron Sorkin de la era de la desconexión. A eso debió parecerse este
biopic. Sólo deseo que Sorkin retome el proyecto perdido sobre Apple y haga
algo mejor que esto.
A
favor: el increíble parecido entre Kutcher y Jobs
En
contra: es un biopic al uso, con el carisma y el alma de un
viejo Macintosh
Calificación: **
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