La naturalidad de un genio
Es sorprendente la
evolución que ha experimentado Daniel Sánchez Arévalo como cineasta y contador
de historias mundanas pero universales. “La gran familia española” es mucho más
que la comedia española futbolera que nos intentan vender. Si con “Primos” se producía
una evolución lógica y natural en su filmografía mediante el caluroso abrazo a la
comedia, en su nuevo trabajo va un paso más allá a la hora de mimar a sus
personajes y situaciones, dejando que la sensibilidad latente de sus anteriores
filmes se adueñe completamente del conjunto.
La final del mundial de
fútbol no es una mera excusa para situar la historia y de paso atraer a una
mayor cantidad de espectadores a las salas. Es el escenario idóneo para una
poco oportuna boda que no es más que el reflejo de esa España necesitada de un
rayo de esperanza, ese país repleto de vencedores y vencidos, de triunfadores y
fracasados, de juegos a tres bandas, de eternos chupadores de banquillo y
debutantes que no han metido ni un solo gol, y de suplentes a la sombra de los
titulares. El marco perfecto para que salgan a la las luz viejas rencillas
entre cinco hermanos criados siguiendo el sueño de una familia de película al
estilo “Siete novias para siete hermanos”, las mujeres que marcan sus vidas y
algunos secretos del pasado que pueden hacer añicos el sueño en un día en el
que el país entero está viviendo el suyo propio.
“La gran familia
española” recoge todos los aciertos del Sánchez Arévalo de
“AzulOscuroCasiNegro”, “Gordos” y “Primos”. Tiene un guión que sorprende por la
espontaneidad de sus diálogos y por lo bien hilvanado que está todo. Nada de lo
que en ella ocurre es arbitrario. Posee instantes dramáticos y cómicos, incluso
una secuencia musical, perfectamente compensados entre sí. Y, por supuesto, un
robusto reparto de actorazos que, incluso en forma de hilarante cameo de Raúl
Arévalo, ayuda a potenciar la naturalidad con la que transcurre la cinta.
Pero hay algo en ella
que la coloca por encima de anteriores trabajos de su realizador, y es esa
madurez narrativa a la hora de dejar respirar a sus personajes y permitirles
comunicar con el público. Todo en ella desprende una sensibilidad y un amor por
sus personajes que deja entrever que estamos ante una obra bien meditada y
reposada, y no ante un trabajo de confección meteórica. Y, aún así, Sánchez
Arévalo hace que todo resulte tan natural que puede llegar a parecer que ha
sido tejida con facilidad. Algo que sólo está al alcance de los grandes genios.
A
favor: la naturalidad y espontaneidad de la propuesta, pero
con capas y capas de profundidad
En
contra: venderla como una simple comedia
Calificación: ****
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