Zombis a medio cocer
Los acertadísimos
créditos iniciales de “Guerra Mundial Z”, acompañados de la excelente tema
música de Muse, no solamente lanzan un mensaje de advertencia sobre lo cabrona
que es la madre naturaleza, como diría cierto virólogo que decide torpemente
echarse a correr pistola en mano ante la amenaza zombi, y cómo las especies
llevan devorándose las unas a las otras desde el inicio de los tiempos. También
suponen una sublime carta de presentación de género para una película que
pretende ser muchas cosas a la vez, y no acaba siendo ninguna de ellas en
realidad. Porque aunque dichos créditos y algunos instantes puntuales, como la
prodigiosa escena del laboratorio, puedan insinuar lo contrario, esto no es una
película de zombis.
Sí, hay apabullantes
hordas de caminantes devorándolo todo a su paso, hay algo de maquillaje en los
primeros planos de los infectados, pero sigue sin ser una peli de zombis. No
únicamente por no mostrar nada de casquería, configurando la que es la primera
peli de zombis para toda la familia, ésa que tiene miedo a la calificación R,
sino porque acaba derivando más en un thriller de acción político en el que
parece que ese omnipresente Brad Pitt, que más que un especialista de la ONU
parece un agente del MI6 capaz de sobrevivir a accidentes imposibles, está
buscando a Bin Laden.
En parte, funciona pese
a su indefinición. La búsqueda del paciente cero lleva al protagonista a una
amurallada Israel, a una Corea del Sur atemorizada por algo incluso más gordo
que la amenaza nuclear del norte, con un momento CSI incluido, y a una
paranoica Gales en la que es mejor no hacer demasiado ruido. Cada viaje aislado
es interesante, aporta información, y desarrolla su propia filosofía en torno a
los zombis. Cada pasaje está bien planteado, y sin embargo, está torpemente
resuelto. Pitt parece más un cáncer del que huir, un hombre que ciudad que
pisa, ciudad que se va a pique, y las distintas situaciones, aunque bien
presentadas, sufren un desenlace apresurado y atropellado, a veces ridículo.
Ya nos lo avisan desde
el comienzo. A los pocos minutos, sin presentación previa de personajes,
estamos inmersos en el caos. Y es que éste es el espíritu de la cinta, ir al
grano, condensar años de guerra en apenas unos días, dar al respetable un
entretenimiento digno, sin respiro, y eso lo consigue con creces. Da igual ya
lo poco o nada que haya de la novela original en ella, los mil y un problemas
de rodaje, lo mucho que lucha Marc Forster, o quien quiera que le haya
sustituido, por no perderse en las escenas de acción, que le sobre metraje en forma de innecesarios flashbacks o el hecho de que su
guión repleto de baches e incongruencias sea demasiadas veces tan estúpido y
tenga tantas pinceladas de genialidad desaprovechadas. Si vas al cine dispuesto
a entretenerte con esta propuesta a medio cocer, con este quiero y no puedo
constante, sin pedirle mucho más, consigues lo que quieres. Si le pides
imposibles, que sea la mejor película de zombis de la historia o la adaptación
de la novela que deseas, estás perdido. Siempre nos queda el consuelo de que, a
pesar de lo caótico de su gestación, el resultado final es más que digno.
Podría haber sido mucho peor.
A
favor: los créditos iniciales, la música de Muse, la
escena del laboratorio, instantes de genialidad puntuales, y que entretiene al
fin y al cabo.
En
contra: que su plano guión desaproveche sus grandes ideas,
y esperar de ella algo más de lo que acaba dando
Calificación: ***
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