El quimérico conserje
Ya han pasado doce años
desde que Jaume Balagueró debutara con “Los sin nombre”, y analizando cómo ha
ido su carrera desde entonces, es innegable que ha madurado. Con “Mientras
duermes” firma la que quizá sea su composición mejor orquestada, que no la
mejor, con la seguridad y la confianza que da toda una vida dedicada a un
género. Mucho se ha dicho acerca de que ésta es su película más madura. Yo no
iría tan lejos teniendo en cuenta que hablamos de un realizador que con su
debut, “Darkness” y “Frágiles”, pese a sus limitaciones, rozó la categoría de
autor serio más que de artesano encorsetado en los parámetros del terror. Lo
que sí es cierto es que demuestra que es capaz de hacer suyo un guión ajeno,
aunando las facetas de artesano y autor, y que éste es precisamente su trabajo
más juguetón, el más cargado de maldad –mucho más que las dos desbocadas
entregas de “[·REC]”-.
Lo que ofrece “Mientras
duermes” es un malévolo cuento de horror sobre la felicidad. Su protagonista es
César, el portero de un viejo edificio que cada día se levanta a las cinco,
como un reloj, y recibe con una sonrisa a sus vecinos. Todo es amabilidad y
aparente felicidad, hasta que César muestra su verdadera cara. Tras su
apariencia de buen y servicial conserje esconde un ser incapaz de ser feliz,
tanto que solamente logra una pizca de felicidad consiguiendo que sus
inquilinos no lo sean.
César es como el quimérico
inquilino polanskiano, pero esta vez
obsesionado con las vidas de todos sus vecinos. Con la obra del maestro
mantiene en común también ese pintoresco microcosmos que se mueve alrededor del
protagonista y cómo se relaciona éste con él. Con la anciana solitaria y sus
perros, con los de la limpieza, con la listilla niña del edificio, y sobre todo
con Clara, su gran reto, una persona llena de un inquebrantable optimismo a la
que hay que hundir. César es, en definitiva, el eje central de la historia, uno
de los villanos mejor trazados de la historia del cine reciente, al que
Balagueró sabe dotar del suficiente carisma y complejidad como para que
simpaticemos con él y nos convirtamos en testigos juguetones de sus crueles
travesuras.
Ayuda, sobra casi
decirlo, un gran actor como Luis Tosar, el único intérprete capaz de dotar de
cierta “humanidad” al protagonista, uno de esos actores que parece que nunca
dejará de sorprendernos. Junto a él un acertadísimo cast con la deliciosa Marta
Etura, un fugaz pero más que convincente Alberto San Juan, la pequeña y
repelente Iris Almeida, y secundarios como Pep Tosar o Carlos Lasarte a los que
un servidor echaba de menos en el cine del director.
Balagueró imprime la
atmósfera correcta en cada plano para pasar del afable relato inicial, tan
cotidiano y alegre que casi se nos puede atragantar, al oscuro retrato in crescendo que nos sirve a continuación,
una nueva muestra de su madurez tras la cámara. Una historia para nada libre de
malicia que debería ponernos alerta. Tras las cómodas paredes que nos rodean en
nuestros hogares, nunca podremos estar seguros de que no haya alguien vigilando.
Alguien que conoce todo sobre nuestras vidas, y que está dispuesto a utilizarlo
en nuestra contra. Alguien que incluso nos vigila mientras dormimos.
Estremecedor, ¿verdad?
A favor: Luis Tosar, y su escondida dosis de malicia juguetona
En contra: no ver precisamente su parte juguetona, y esperar de ella un thriller de suspense al uso, incluso una de terror
Valoración: ****
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