La cruz del penitente
Vamos a reconocerlo. “Kill
Bill: Volumen 1” descolocó a más de un espectador que recordara los tres
primeros trabajos de Tarantino tras las cámaras. Y eso que no era más que un
nuevo compendio de la cinefilia de su creador, que es en lo que se basa toda su
filmografía. Parte de la crítica, y del público fan del cineasta, no
entendieron el supuesto cambio de registro del director. Había que esperar a
ver el cuadro completo, cuya representación culminaría en un fabuloso segundo
volumen en el que Leone, Fulci y Ford se darían la mano como hermanos del
lejano oeste. Que la segunda fue mejor que la primera es un hecho casi
incuestionable, pero no olvidemos que entre los estrenos de ambas, pese a
rodarse a la vez, pasaron varios meses, y Tarantino pudo reflexionar cómo
acabar su obra.
Con “Nymphomaniac: Volumen
II” ocurre prácticamente lo mismo. Es, a todas luces, muy superior a su
predecesora. Mejor a nivel cinematográfico, con un Lars Von Trier que parece
querer recitar poesía en imágenes a la vez que da algunas de sus habituales e
incómodas reprimendas visuales al espectador, buscando la provocación
constante, y se permite un auto homenaje que da mucho juego como herramienta de
suspense. Mejor a nivel interpretativo, aunque cante el cambio entre la
deliciosa Stacy Martin y la morbosa y dura Charlotte Gainsbourg, actriz que
maneja los latigazos, físicos y sentimentales, como pocas.
Y mejor a nivel de
guión y desarrollo. Por fin tiene algo de dimensión el personaje de Stellan
Skarsgard más allá de ser una Wikipedia ambulante, sus aportes son menos
forzados y una vez descubrimos su pasado la compenetración con el personaje de
Joe es casi perfecta –el fundido en negro final ayuda a derrumbar esta idea en
cuanto el deseo fulmina la complicidad-. Los diálogos entre ambos son mucho más
fluidos y naturales, no hay tanta traca intelectual, a pesar de que el punto de
partida inverosímil de la anterior entrega sigue presente. Al fin puede haber cierto
acercamiento entre el espectador y esa mujer que, una vez descubre que ya no
puede sentir nada, intenta recuperarlo a toda costa y debe cargar con su
adicción a cuestas, aunque eso la lleve a extremos sadomasoquistas. Sublime en
ese sentido es toda la (incómoda) intervención de Jamie Bell y el estrafalario
trabajo posterior de Joe. El sexo aquí es más sucio, más duro, más carnal y más
amoral… y está mucho más justificado.
“Nymphomaniac: Volumen
II” es, en esencia, un compendio de toda la obra anterior de Von Trier. El gran
danés vuelve a cargar contra la sociedad hipócrita y traidora en la que vivimos
poniéndonos en el otro extremo de la balanza, ese en el que no queremos estar, ese
en el que seremos juzgados por este mundo depredador en el que nos movemos. Convierte
a Joe en algo más que una adicta, en una penitente que carga una pesada cruz, y
se atreve incluso a ligarlo con el espinoso tema de la pedofilia en una de las
reflexiones más lúcidas que se han podido ver en los últimos tiempos acerca del
estigma del que tiene un vicio y agoniza en su interior por vivir con una
sexualidad reprimida.
Y, con todo, es
tremendamente complicado valorarla como film independiente. Esto no es “Kill
Bill”. Von Trier no ha tenido tiempo para meditar lo que hizo mal en la
anterior. Estamos ante un film partido en dos, y no necesariamente supervisado
por él mismo. Este segundo volumen no puede evitar verse lastrado por el
aséptico primer episodio, pese a sus muchas virtudes. Y eso hace su valoración
final tan sumamente compleja. A esperar a la versión íntegra.
A
favor: que es, en todo, muy superior a su predecesora; los
escarceos morales con la pedofilia y físicos con el sadomasoquismo
En
contra: que existe la primera
Calificación ***
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