Pulsiones de vida y muerte
Desde “Una historia de
violencia”, el evidente punto de inflexión formal en la carrera de David
Cronenberg, los detractores y seguidores han seguido caminos radicalmente
opuestos. Los hay firmes en sus convicciones, pero también los que hasta
entonces no congeniaban con el cine del cineasta canadiense y pasaron a recibirle
con los brazos abiertos, y los que le idolatraban y acabaron acusándole de
vendido al academicismo de manual. Y lo que demostraban unos y otros, sin
saberlo, es que su análisis era de lo más superficial, no siendo conscientes de
lo que unos creen haber descubierto y otros piensan que han perdido: que
Cronenberg es uno de los mejores directores de las últimas cuatro décadas.
Porque ya sea desde el
fantástico y el bioterror de filmes como “La mosca” o “Inseparables” al drama
con tintes clásicos, a medio camino entre el western y el cine de gangsters, de
sus dos últimos trabajos, lo que Cronenberg ha venido a contarnos es
prácticamente lo mismo: la conjunción, inevitablemente inseparable, entre
psique y sexo, entre mente y carne, y cómo tanto sexo como carne, intercambiables en su filmografía hasta límites enfermizos, modifican finalmente la esencia humana.
Esta coherencia
temática también está presente en su nueva película, quizá la más académica de
todas las realizadas hasta la fecha. La nueva etapa en su filmografía no
implica abandonar ese género en sí mismo que ha acuñado como la Nueva Carne, y
en esta ocasión lo hace yendo directo a la raíz de la mente humana: la relación
a tres bandas, ya sea carnal o intelectual, entre tres grandes nombres del
psicoanálisis, tres genios que revolucionaron a su manera este campo por entonces
en plena etapa neonatal.
Las disertaciones entre
sus tres protagonistas son lo mejor y más estimulante de un film que, aún así,
se queda corto en plasmar la metodología que por entonces, a comienzos del
siglo XX, se consideraba puntera en el psicoanálisis. No es su objetivo
principal, pues a través del discurrir dialéctico entre Freud –soberbio aunque
fugaz Viggo Mortensen-, Jung –Michael Fassbender, un hombre capaz de comerse la
cámara cada vez que aparece- y Spielrein –Keira Knightley, que lo hace lo mejor
que puede-, y la malsana relación existente entre estos dos últimos, asistimos a la
rivalidad de los dos primeros y a la transformación de los dos últimos de las
pulsiones de vida a las de muerte, y viceversa. Pulsiones y transformaciones guiadas
por el libertino Vincent Cassel que, una vez más, son el eje central de la
película de Cronenberg, y que acaba con una conclusión tan consecuente con la
carrera del cineasta como necesaria para el futuro del psicoanálisis: el sexo y
la muerte avanzan irremediablemente de la mano.
El tramo final es
posiblemente el más correcto de todo el conjunto y en consecuencia el más flojo
de una propuesta con un ritmo irregular, que se vuelve lenta en el avance de
los acontecimientos pero extraordinariamente ágil en los diálogos de sus
personajes, en su intercambio de ideas, y que aúna, con todo, al viejo
Cronenberg con el nuevo, el formal. Un director que, como le ocurre a sus
personajes, tardará en ser totalmente comprendido. Sólo esperemos que no tenga
que pasar cien años para que ocurra.
A favor: las disertaciones de su trío protagonista, y Viggo Mortensen
En contra: el correcto tramo final, y la irregularidad del conjunto
Valoración: ***1/2
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