Millas de libertad
Estrecho de Gibraltar.
Coladero por el que entra la droga a Europa. Millas y millas de agua separan
las costas entre dos mundos, regidos por sus leyes y sus creencias, pero donde
el dinero es el idioma universal. Dos jóvenes, el Niño y el Compi, en busca de
un futuro, del sueño de una vida mejor. Un poli, Jesús, obsesivo y metódico,
enfrascado en una búsqueda sin cuartel de un misterioso inglés trajeado y esnob.
Los caminos del Niño y Jesús no tardarán en cruzarse, en medio de esas aguas
que prometen millas de libertad para quien consiga llegar al otro lado.
Dos personajes
antagónicos, pero a la vez dos caras de una misma moneda. Corrupción, droga,
robos, dinero y mucha acción. Podrían ser perfectamente las cartas con las que
jugaría un film de Michael Mann, y de hecho “El Niño” tiene algo, aunque sea en
su historia, de “Corrupción en Miami” y de la magistral “Heat”. A nivel
artístico, el estilo de Daniel Monzón se asemeja más al de Paul Greengrass. Rigor
casi documental y sobredosis de adrenalina, aunque la escena en cuestión no sea
de acción, y cierta preocupación por no poner en pantalla personajes de cartón.
Pero cualquier
comparación sería injusta, porque ya en “Celda 211”, Monzón empezaba a pulir su
propio estilo a la hora de rodar y se convertía en un maestro en esto del
thriller de acción con fondo. Es como el Urbizu de nuestro tiempo, un cineasta
que ha ayudado a definir un thriller cañí, con denominación de origen, muchas
millas alejado del que nos viene del otro lado del charco. Eso sí, con la
esperanza de que no se repita a sí mismo y que explore otros géneros como ya
hiciera en sus primeros trabajos.
Monzón acierta en las
escenas de acción –en concreto, LA ESCENA del helicóptero, de una ejecución soberbia-,
en su manera de concebir el suspense y el thriller policiaco, pero se pierde al
otro lado del estrecho, en el poco carisma y la falta de expresividad de Jesús
Castro, acentuada por tener cerca a auténticas vacas sagradas como Luis Tosar,
Eduard Fernández o Sergi López, y en una historia central amorosa que apela a
la cara más comercial de la propuesta. Porque lo que más interesa quizá sea la
parte policial, al menos tal y como Monzón la plasma, la relación de Tosar con
la estupenda Bárbara Lennie, un poco más de desarrollo en toda esta trama y no
en lo que ocurre entre dos jóvenes que dan rienda suelta a su amor en una
playa.
Una descompensación que
el director solventa con grandes dosis de dinamismo en la intriga y el avance
de la historia, por mucho que ésta se encalle en su parte central. En manos de
otro, este film estaría condenado a parecer una ampliación de la serie “El
príncipe”. Sobra metraje, pero al menos lo que queda es entretenimiento y
solvencia tras la cámara. Una obra menor si repasamos una filmografía siempre
dirigida a hacer cine por y para el público, pero de calidad. Porque no todos
son capaces de acabar una película como ésta con un plano que bien podría haber
salido de esa base en la que reposaba el arca de Spielberg, y que nos recuerda que
hay otros muchos niños buscando cruzar el estrecho en busca de algo mejor.
A
favor: la dirección de Monzón, su concepción del thriller
y la acción
En
contra: Jesús Castro y la subtrama amorosa que protagoniza
Calificación ***
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