Polanski solamente
abandona el escenario único de su nueva película, un piso, al comienzo y al
final de la misma, para mostrar la causa de la reunión paterna que da pie a sus
ajustadísimos setenta minutos posteriores, y las consecuencias del conflicto
después de asistir a un festival de humillaciones, acusaciones y disputas
provocadas (o no) por el alcohol entre cuatro adultos que regresan a su yo
primigenio, a ese dios salvaje del título, para solucionar la pelea entre sus
dos hijos. Paradójicamente, los niños muestran una mayor madurez y capacidad
para solventar una trifulca juvenil que sus progenitores, rebajados ya a esas
alturas de la función a un estado de irracional ferocidad infantil.
Durante su escaso
metraje –mejor así, que alargar las cosas no es bueno, aunque cuando acaba se
echan en falta más minutos para disfrutar de la propuesta-, Polanski
radiografía al ser humano en su estado más básico, más natural, y lo que
empieza siendo una amistosa reunión culmina en un juego de acusaciones que
lleva desde la guerra de sexos a las discusiones maritales, pasando por la
lucha de egos y la batalla de clases. Dos matrimonios, dos posiciones sociales,
y un choque tan previsible como irremediable son los ejes de esta divertida
comedia cargada de mucha malicia y humor negro, donde el director apuesta por
una puesta en escena teatral, con una cámara funcional colocada para conseguir
tal efecto, y un guión tan mordaz y directo que aprovecha los pocos minutos de
duración para poner toda la carne en el asador. Y aseguro que es mucha carne.
No en vano, la película
se basa en una obra teatral de éxito escrita por Yasmina Reza, que escribe el
guión junto al cineasta, y es precisamente este el punto débil que muchos
podrán verle. Se la puede acusar de ser excesivamente teatral, exagerada en
algunos tramos –aunque los justifique el alcohol- o de que su objetivo final
quede enmarañado entre tanto toma y daca dialéctico, pero no se puede negar que
cumple su propósito de entretener, divertir y, si escarbamos en su fondo, lanza
una moraleja brutal y descorazonadora sobre la miseria humana,
independientemente del precio de nuestra casa y nuestra ropa.
Por supuesto, el
resultado final no sería tan excelente sin el grandioso trabajo de su cuarteto
protagonista, tan acertado y comedido en ocasiones como desmadrado y deliberada
y felizmente sobreactuado en otros, donde se lleva la palma el siempre genial
Christoph Waltz y su dichoso móvil. Solamente un pero, y es que no estamos, ni
de lejos, ante el mejor film de su creador. Algo que no es precisamente un
defecto si tenemos en cuenta que ha parido joyas como “Chinatown”, “La semilla
del diablo”, “La muerte y la doncella”, “El pianista” o la reciente “El
escritor”. No va a darnos obras maestras todos los días, ¿no?
A favor: su cuarteto protagonista, el guión y el dichoso móvil de Christoph Waltz
En contra: algunos pueden acusarla de teatral, y que no estamos ante la mejor de su realizador (aunque esto no es del todo negativo)
Valoración: ****
No hay comentarios:
Publicar un comentario