La cuerda y la pelota
Desde la comedia negra familiar que
planteaba en su ópera prima hasta el cine marginal de los colegas de
extrarradio de "Barrio", pasando por los excluidos laborales con más
dinero en su bolsillo para cañas que para subsistir de "Los lunes al
sol", Fernando León de Aranoa ha dibujado un cine social muy particular,
amable en su superficie, casi edulcorado por un sentido del humor que hila muy
fino, pero cargado de denuncia y un trasfondo amargo que refleja de manera
honesta y brutal nuestro día a día.
Parecía que se le habían acabado los
recursos -así lo demostraba la menor, que no deleznable, "Princesas"-
en este tipo de propuestas, y que estaba condenado a repetir una y otra vez los
mismos tópicos sociales, las mismas frases hechas y los mismos mecanismos que
hasta ahora habían dado forma a su discurso. Tanto que había tenido que irse hasta las
antípodas de lo que había venido siendo su cine para regalarnos una de sus
obras más personales, “Amador”.
“Un día perfecto” viene a desmontar ese
presentimiento. Es la vuelta del cineasta a la denuncia, pero en este caso más
ambiciosa, cambiando nuestro país por los Balcanes de mediados de los 90. Una región
reflejada a modo de metáfora por ese cuerpo arrojado al pozo con una buena
dosis de mala leche, para evitar que los lugareños puedan beber de sus aguas. Sólo
un grupo de cooperantes parece interesarse por sacarlo antes de que el agua se
pudra. Pero para ello necesitarán buscar algo tan mundano como una soga, una
cuerda que aguante el peso del cadáver.
Pero que no engañe el leit motiv del que parte la película. La
soga no es más que una maniobra de distracción, una anécdota a modo de McGuffin
de la que se vale Aranoa para hablar del irritante sarcasmo que encierra en sí
la burocracia, de lo fácil que ven la contienda los que no tienen que
sobrevivir a ella diariamente, de las diferencias, algunas de ellas
humorísticas, entre compatriotas, y en general de todo aquel que se beneficia
de una guerra, y de los que la tienen que sufrir como objetivos, especialmente
los niños. Y cuenta su cruda historia, como ya hiciera antaño, desde la más
absoluta cotidianidad, con un sentido del humor de lo más natural y una galería
de personajes carismáticos y con los que el espectador puede simpatizar
fácilmente, encarnados por un reparto de lujo –todos magníficos, sin excepción-
y arropados por la madurez de un autor que maneja cada vez mejor la cámara.
Puede que su conjunción entre comedia,
drama y denuncia no siempre sea perfecta, que tenga vaivenes de ritmo y que se
abuse de la música –la escena en la casa del niño a ritmo del “Sweet Dreams” de
Marilyn Manson, por ejemplo-, pero el film se deja ver con una sonrisa en el
rostro y con comodidad, e incluso es importante en estos tiempos que corren. Para
que no miremos hacia otro lado. Porque aunque hayan pasado veinte años del fin del
conflicto, las cosas no han cambiado, y hasta los objetos más insignificantes
pueden marcar una gran diferencia para coronar un día perfecto en medio de la
miseria. Aunque sean una simple cuerda y una pelota.
A
favor: el reparto, la dirección, su retrato de la cruda realidad
desde la cotidianidad
En
contra: el abuso de la música y algún bajón de ritmo
Calificación ***1/2
Merece mucho la pena
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