La mujer y el monstruo
El narrador de esta
historia no sabe cómo empezar y terminar su relato. Todo lo que le viene a la
cabeza es un poema, uno sobre una princesa sin voz y sobre un monstruo que
trató de destruirlo todo. Pero al final, los hechos en sí no importan, como
tampoco son relevantes el momento y el lugar en los que transcurre, porque lo
que queda es una historia de amor, de ese amor sin forma definida, que como el
agua lo envuelve todo.
A Guillermo del Toro
tampoco le importa las formas al narrar la historia de amistad entre una humana
y un dios explotado e incomprendido por la avaricia humana, en una época –intuimos
que la Guerra Fría- en la que Estados Unidos y Rusia competía por ver quién los
tenía más grandes. Con todas sus capas, sin cortarse un pelo en ninguna de
ellas.
Porque si algo ha
demostrado el mexicano en su casi cuarto de siglo tras las cámaras es que para
él, diferenciar entre monstruos y humanos es irrelevante. Lo que importa en “La
forma del agua” es el corazón, no la edad, ni el sexo, ni la raza, temas estos
dos últimos que hoy en día siguen siendo tabú. Así, su último trabajo habla
sobre la intolerancia, el machismo, el miedo por aquello que no está hecho a
imagen y semejanza de nuestros particulares dioses.
Pero sobre todo, del
amor. Un amor que del Toro demuestra profesar por el fantástico en particular,
y por el cine en general, y que aquí alcanza cotas de expresión pocas veces
vistas antes en su filmografía. Un delicioso cuento que lleva a “La mujer y el
monstruo” a otro nivel, como si Jack Arnold hubiera preferido explotar la
relación entre su criatura y aquella inolvidable bañista interpretada por Julie
Adams en lugar de la serie B propia de los años 50. Y lo hace con una capacidad
poética inconmensurable, ayudado por la excepcional banda sonora, la envolvente
y etérea banda sonora de Alexandre Desplat, el trabajo de dirección artística y
maquillaje, y un reparto perfecto en el que destaca Sally Hawkins, que consigue
robar el corazón sin pronunciar ni una sola palabra.
“La forma del agua” es
otra maravilla que nos regala del Toro. Pero no una más, sino una de lo más
especial, hecha no por divertimento sino con alma, a la altura de obras maestras como “El laberinto del fauno”. La reafirmación
de que es un absoluto maestro del fantástico, un excelente contador de cuentos a medio camino entre la poesía y el horror. Pero no la confirmación. Eso no
lo necesita. Para eso ya están los premios. Los demás llevamos mucho tiempo
rindiéndonos a sus pies, como si de un dios se tratase.
A
favor: Sally Hawkins, su halo poético, y que reafirma a
del Toro como un maestro del fantástico
En
contra: nada
Calificación *****
Imprescindible
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