Randal
Kleiser usaba, en uno de los más célebres números musicales de su ya
imperecedera “Grease”, la animación como herramienta de mensaje subliminal, en
forma de salchicha que se introducía con gusto en un trozo de pan de perrito
caliente, mientras John Travolta clamaba por el amor de su amada Sandy. En “La
fiesta de las salchichas”, Greg Tiernan y Conrad Vernon en la dirección y los
corrosivos Seth Rogen, Jonah Hill y Evan Goldberg en el guión parecen haber
recogido este testigo, y el resultado es una versión distorsionada y grotesca de
“Toy Story”, cambiando a los juguetes por unas viandas que bien podrían haber
salido de la cabeza de Will Vinton.
21
años han pasado desde que Pixar nos maravillara con su primer largo de
animación 3D, y no han parado de crecerle los enanos desde la competencia. Y
aunque hemos tenido filmes enfocados tanto para adultos como para niños,
estamos ante el primer producto digital enteramente dedicado a los más grandes
de la casa. Este grupo de gamberros, que ya perpetraron anteriormente las
magníficas “This is the end” o “Pineapple Express”, subvierten los códigos de
la animación digital moderna, empezando por un feliz número musical de apertura
que es toda una declaración de principios del nivel de incorrección política
que puede llegar a alcanzar, a la vez que da una patada en los mismísimos a
Disney y sucedáneos del cartoon más ñoño.
Así, que nadie se asuste ni alarme si, en cierto punto de su metraje, “La
fiesta de las salchichas” abraza sin tapujos el “Saló” de Pasolini, o juguetea
con el metacine valiéndose de la mismísima “Stargate”.
Sin
embargo, más allá de sus chistes soeces, de su irreverencia, de su alto
contenido sexual, de sus coñas culturales -atención al momento Meat Loaf,y a
las referencias cinematográficas y literarias, que van desde “Terminator 2”
hasta “Los viajes de Gulliver”-, sociales y políticas, lo que sirve esta
macarra sátira es una lúcida reflexión sobre la religión y las falsas deidades,
sobre su capacidad de manipulación para las masas, y sobre su poder de
alienación, erigiendo su particular versión del mercerismo.
Y
no es por ello por lo que es una película arriesgada. Porque no es la primera
vez que el cine se muestra como incómodo azote de sectarismos varios. Es
arriesgada porque, dos décadas después de que Woody y Buzz entrasen en nuestros
corazones, alguien tiene lo que hay que tener para entrar por otro sitio, por
donde no da la luz del Sol, para usar la animación por ordenador como arma
arrojadiza, para hacer verdadera leña del árbol caído. En ese sentido, esta
particular “Rebelión en el súper” es a su subgénero lo que la catódica “South
Park” fue a los dibujos animados de toda la vida. Y por ello no sólo es arriesgada,
sino hasta cierto punto peligrosa,
aunque sólo para todos esos espectadores que se acerquen a ella con sus
familias desde la ignorancia y la inconsciencia, dejándose llevar por un envoltorio
de lo más encantador y suculento. Cuidado, mucho cuidado.
A favor: su
ingente carga de incorrección política y ateísmo, todo bajo un envoltorio de lo
más suculento
En contra: que
haya algún padre de familia que se acerque a ella desde la ignorancia
Calificación
****
No
se la pierda
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