Hijos de un dios menor
En un momento de
“X-Men: Apocalypse”, sus personajes salen del cine de ver “El retorno del Jedi”,
y todos coinciden en lo mismo: la primera entrega es necesaria para que existan
las demás, la segunda es una joya, y la tercera es la peor de todas. En forma
de chiste meta, Bryan Singer lanza un mensaje de advertencia a la audiencia.
Sabe que su nueva criatura está condenada a las comparaciones odiosas, a ser la
oveja negra de la familia, a ser la mutación aberrante dentro de la evolución
de la segunda trilogía de una franquicia que él mismo iniciase hace poco más de
un quindenio.
Y tiene razón. La comparación
no le hace ningún favor, pero ello no quiere decir que estemos ante una mala
película. Porque este nuevo capítulo es a este segundo tríptico lo que “El
Padrino III” o “The Dark Knight Rises” a sus respectivas trilogías: una entrega
que se torna floja si intenta mantener un tour
de force con sus predecesoras. Pero en absoluto es una tercera parte
deleznable.
Su principal problema
es que, sabiendo que no conseguirá superar a la anterior, Singer parece tirar
la toalla y hacer una película que simplemente cumple, sin esfuerzo alguno ni
cariño hacia lo que cuenta. Aunque lejos de la carga dramática y la complejidad
narrativa que supo imprimir en “Días del futuro pasado”, el cineasta parte
igualmente de una idea atractiva y de unos planteamientos de nuevo ambiciosos
que alejan a los mutantes de sus rivales disneyianos
–la discriminación, el temor a Dios o los movimientos sociales siguen pululando
con fuerza por sus fotogramas-, para luego poner el piloto automático y ofrecer
un desarrollo de ideas de lo más torpe y una falta de acción y exceso de
subtramas que pueden hacer que más de uno la tache de aburrida.
Son muchos los pecados
que Singer comete durante su abultado metraje. Falta de motivación y actos
incongruentes en algunos personajes -incluyendo un villano que sabemos que es
peligroso porque nos lo dicen, no por lo que vemos en pantalla-, alguna que
otra sensación de deja vu –sí,
Quicksilver se lleva la cinta, pero con una secuencia que no es más que una
versión amplificada de algo ya visto-, un peligroso look ochentero que puede
hacerla cruzar la línea del esperpento, y más de un efecto especial al que se
le ve el cartón.
Y pese a todo, pese a que su director prefiera hacer caja
antes que demostrar el mismo amor que antaño por sus personajes, a los que
vuelve a dejar a la deriva, seguimos sin estar ante una mala película.
Mejorable, sí. Floja, también. Pero bajo sus fotogramas sigue latiendo una fuerza
que ya quisieran para sí algunos de los cierres de muchas trilogías. Esa
intensidad que no rozan ni “X-Men: La decisión Final” ni “Mad Max: Más allá de
la Cúpula del Trueno”. Y por qué no, ni “Capitán América: Civil War”.
A
favor: la intensidad que sigue latiendo bajo su superficie,
pese a sus múltiples tropiezos
En
contra: lo consciente que es de ser un film menor, y lo
poco que se esfuerza Singer en salirse de esa idea
Calificación ***
Merece la pena
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