Año
de festejos cinematográficos. De bodas de más, de grandes bodas españolas, de
aquelarres vascos. El cine español ha tratado de vivir con los ojos cerrados
brindando grandes comedias, pero la realidad es otra. El cine ha vivido a la par que la sociedad española, asfixiada una situación económica insostenible. Ha sido un año nefasto
para la producción nacional, sin títulos que hayan calado entre el gran
público, ni tampoco entre la crítica especializada. Ni Almodóvar ha enganchado
con sus amantes pasajeros. Y claro, eso se nota en las nominaciones a los Goya.
Unas nominaciones descafeinadas para un año descafeinado. No hay emociones,
pero sí sorpresas, contradicciones y decisiones cuestionables.
La más llamativa, la de
prescindir de “Las brujas de Zugarramurdi”
en las categorías principales, amén de una mención merecidísima a la
gran Terele Pávez, que de no llevárselo este año podría hacer arder los
cimientos de la Academia. Aunque todo es posible, no olvidemos que ella no le
tiene miedo a las brujas, sino a los hijos de puta. De eso parece estar plagada
la Academia, que ha impuesto un severo castigo a Álex de la Iglesia. 11
candidaturas, y diez de ellas técnicas. Merecidas, sí, pero técnicas. Eso sí,
que a nadie le sorprenda, pues el bilbaíno siempre ha sido un paria en los
Goya. Con filmes como “La comunidad” o “Balada triste de trompeta”, que partían
en sus respectivas ediciones como favoritas en lo que a total e nominaciones se
refiere, salió perdiendo ante propuestas bastante más modestas, y de las que
nadie esperaba una victoria.
En su lugar, la
Academia ha optado por la vía del cine autoral, del cine minoritario, del que
no arrastra a las grandes masas, confirmando que ha sido un año sin reservas de
energía para nuestro cine. Cinco candidatas a mejor película –aún intento
entender el por qué-, y solamente una fue un gran éxito de público y crítica, “La
gran familia española”. Dos de ellas, “15 años y un día” y “Caníbal”, incluso recibieron
más de una patada de la prensa especializada. “Vivir con los ojos cerrados”
convenció a más de uno, pero no tanto como “La herida”, la tapada de la
categoría, que ha conseguido colarse porque son cinco candidatas, y no cuatro.
En interpretación, como
siempre, es donde empezamos a tener serios dolores de cabeza. El duelo Marian
Álvarez-Inma Cuesta, Antonio de la Torre a por su primer Goya –tiene doble
nominación, ojo-, Terele dispuesta a no dejar títere con cabeza… Pero también las
presencias de Berto Romero y Javier Pereira como actores revelación, un patinazo
imperdonable. El primero porque yo jamás nominaría a una persona que hace de sí
misma sin aportar ningún matiz a su personaje, y el segundo porque aquí nadie
parece haber visto “Heroína” o “No tengas miedo”. Sé que las categorías las
proponen las productoras, pero es decisión final de la Academia vetar las
propuestas.
Y, con todo, echo de
menos algunos nombres. “La gran familia española” merecía más nominaciones en
el apartado interpretativo, así como “Todas las mujeres”, a la vez que echo en
falta nombres como elBelén Rueda o Mario Casas, que este año ha dado el do de
pecho y del que no se puede decir que haya dado malas interpretaciones.
Pero lo olvidaba, que
esto es la gran bobada española, ésa que justifica la presencia de “La gran
familia española” en el apartado de efectos especiales, o la de “Zipi y Zape”
en la de guión adaptado, o que casi se haya relegado al olvido a “Grand Piano”,
“Hijo de Caín” o “Los últimos días”. Una muestra de un año soso para nuestro
cine. Ya sólo faltaría que ganase alguna de las cintas menores, y que la
Academia no reconociese el enorme talento que esconde Daniel Sánchez Arévalo.
Yo, personalmente, me quedo con los premios Feroz.
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