Trash Space Odyssey
Quizá sea Luc
Besson el cineasta mainstream europeo
que mejor ha sabido hacerse un hueco en Hollywood, ya sea como productor, como
guionista o como director. De los que mejor han sabido mimetizarse con la
industria del entretenimiento venido del Nuevo Mundo, también sea dicho de
paso. Es difícil saber dónde empieza la maquinaria hollywoodiense y dónde acaba
la impronta europea en sus filmes, incluso en aquellos que cuentan con capital
del viejo continente. También podría decirse que Besson es un auténtico
sibarita de la imagen. Cuando se le da el capital suficiente no escatima en
medios para ofrecer experiencias audiovisuales difíciles de igualar, ni
siquiera para los más veteranos directores de la Meca del Cine.
“Valerian y la ciudad de los mil planetas” tiene mucho de ambas vertientes. Es un producto europeo,
local por así decirlo, pero con la impronta de un blockbuster norteamericano. Efectos especiales de infarto y un
trabajo de escenografía, maquillaje, dirección artística, vestuario, montaje y
sonido ejemplares. Todo su apartado técnico es tan fastuoso, tan atractivo y
está tan cuidado al detalle, que aquellos a los que sólo les importa la parte
visual de un producto la elevarán, y con razón, más allá del universo conocido.
Y es la enésima muestra de que el galo, más que experiencias
audiovisuales, propone viajes extrasensoriales, en este caso de odisea espacial
cargada de alucinógenos, de space opera
psicotrópica con poco miedo al ridículo. Ahí están las pasadas de vueltas
aportaciones de Ethan Hawke y Alain Chabat para atestiguarlo, compensadas con
el rictus actoral del otrora excelente actor Clive Owen.
Aunque quizá no demasiado psicotrópica. Porque Besson parece empeñado en
convertir su producto en algo cercano al gran público, tratando de ser cool a pinceladas. Los créditos iniciales
son guay, a ritmo del Bowie de “Space Oddity”, pero baja el listón con una
interminable escena en un planeta en el que da rienda suelta a sus ansias
visuales, y con la posterior presentación de personajes. No ayuda tampoco que
meta tramas secundarias aún más sosas que la principal –ay, esa Rihanna-, ni que
la pareja protagonista esté encarnada por Dane DeHaan y Cara Delevingne,
posiblemente el dúo con menos química del cine reciente. Él porque no cuela
como héroe intergaláctico, y ella porque debería aprender que actuar es algo
más que echar miradas. Hay momentos puntuales de puro entretenimiento, como la
escena de escape en el Big Market, y la excelente partitura de Alexandre
Desplat intenta incrementar la sensación de que todo es cool, pero las imágenes
y el guión a los que acompaña no ayudan.
Es como si Besson tratase de llegar a más espectadores convirtiendo su
nueva propuesta en “Guardianes de la galaxia”, o en su ya icónica “El quinto
elemento”, pero con miedo a las comparaciones. Y lo que resulta es un quiero y
no puedo constante entre una película que quiere ser guay, graciosa y la
quintaesencia del cine de entretenimiento, y una serie de situaciones y
personajes que no aportan su grano de arena a que ello ocurra. Eso sí, bien
merece la entrada por su apartado visual. Lo demás, directo a un agujero negro.
Pura Trash Space Odyssey. Y no es un cumplido.
A favor: el apartado audiovisual, sublime
En contra: su quiero y no puedo constante entre el film cool y divertido en que pretende
convertirse pero que no alcanza a ser
Calificación **
Se deja ver
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