No más revólveres en el valle
Hay quien aún está
convencido, de manera totalmente errónea, de que el cine de superhéroes no debe
ni puede ser tomado en serio, que siguen siendo productos destinados al consumo
familiar, al blockbuster de manual
para alimentar a los niños y a los geeks
de turno. Por mucho que los Nolan o Snyder demuestren reiteradamente lo
contrario.
“Logan” es un puñetazo
en la mesa para todos esos que menosprecian una vertiente moderna del séptimo
arte que ha acabado erigiéndose como género en sí mismo. Es un zarpazo con unas
garras de adamantium en la yugular de esa panda de eruditos insolentes que no
ven en este tipo de productos algo más que una manera de hacer caja. Algo que,
así y todo, siguen constituyendo.
James Mangold mima hasta
el extremo la realización y los propósitos narrativos de su nueva mutación,
como el excelente artesano que es, y lo que resulta es una cinta que viene a
desafiar de manera descarada todos los mecanismos que definen al cine de
superhéroes. No solamente por su ingente cantidad de violencia –aviso, esto no
es un film para ver en familia- física y verbal, sino por un tono que bascula
sin despeinarse y sin miedo al qué dirán entre el western post apocalíptico y
el drama intimista, en el que Mangold radiografía a su antihéroe y su universo
con la precisión del que conoce el material que tiene entre manos y a sus
personajes como si los hubiera parido él mismo. Sin dejar de lado el
espectáculo y la acción, por supuesto.
Por el camino se
resiente cierto exceso de metraje, pero también se agradece que no siga esa
molesta y dañina tendencia marvelita disneyiana de cercenar la capacidad
narrativa de sus cineastas en aras de un plan mayor que la película en sí
misma. “Logan” es dura, violenta, sangrienta, madura, crepuscular, personal… Es
mucho más que cine de superhéroes. Es el triunfo de este último y su
asentamiento definitivo dentro del cine de mayor calibre. Es lo que merecía el
ocaso de uno de los personajes más carismáticos y atractivos de la factoría,
encarnado magistralmente por un Hugh Jackman al que echaremos de menos a partir
de ahora si decide finalmente colgar las garras. Un
desenlace que se atreve incluso a cuestionar las bases de las aventuras
gráficas de los X-Men. Esto es el mundo real. Aquí las personas mueren. Ya no
hay sitio para los chistes facilones y las historias edulcoradas. Éste es el
final que merecía Lobezno. Ya no habrá más revólveres en el valle.
A
favor: su tono crepuscular, que prevalece sobre el espectáculo
y desafía los convencionalismos del cine de superhéroes
En
contra: cierto exceso de metraje
Calificación ****
No
se la pierda
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