miércoles, 1 de marzo de 2017

LA CRÍTICA. John Wick: Pacto de sangre

Con los pies en el suelo
Cuando un título gusta y tiene éxito, es imperativo hacer una secuela. Es así como Hollywood, como máquina de hacer dinero, como negocio, funciona. Y parece que existe una tendencia predominante en muchas secuelas, la de hacerlas más grandes que sus predecesoras, buscando evitar la odiosa expresión que afirma que nunca segundas partes fueron buenas. Más presupuesto, más medios, más ruido. Pero a veces menos sustancia. Porque algunos acaban confundiendo grandeza con aparatosidad.

“John Wick” fue un éxito sorpresa. Una inteligente mezcla de acción, cómic, videojuego y comedia, que supuso la resurrección de un tipo tan majo e inmortal en pantalla como Keanu Reeves. Y como todo éxito que se precie, demandaba una continuación. Ya en su primera escena, deja claro que está dispuesta a seguir la máxima de que toda secuela debe ser más grande, especialmente en sus escenas de acción, mucho mejor construidas.

Pero es la forma de abrir esa escena lo que la desmarca de otras secuelas. Ese plano en el que la particular forma de concebir la acción de Chad Stahelski da sonido a una escena de cine mudo. Dos formas de entender el cine de acción separadas en el tiempo. Es ahí donde este segundo capítulo de la ya inevitable saga –a las cifras en taquilla, una vez más, y al suculento desenlace debemos remitirnos- confirma que no es una propuesta más dentro de la propensión hollywoodiense a explotar todo lo que toca.


“John Wick: Pacto de sangre” es un film honesto, grande por contar con un mayor presupuesto, pero también tiene los pies en el suelo. A sus responsables les basta con impregnar su metraje con esos pequeños detalles que hacían de la anterior un producto singular. Esos detalles que daban forma a un universo de lo más peculiar, que en esta nueva aventura se encuentra en expansión. Pero sin perder el rumbo y sin dejar en ningún momento el sello que distinguía a la primera, tirando de un humor tan básico, efectivo y didáctico como el empleo de un lápiz como letal arma blanca.


Lo demás, más de lo mismo. Porque pese a que sigue pudiendo presumir de singularidad, el conjunto ya ha perdido la capacidad de sorpresa de aquella cinta que nos dejara atónitos hace tres años. Pero lo que queda es un divertimento de dos horas que sigue siendo más sincero y más modesto que la mayoría de esas continuaciones que nos llegan del otro lado del charco, las que piensan que más es sinónimo de mejor. Sí, segundas partes pueden ser buenas. Y si siguen esta senda, terceras también.

A favor: que mantenga los pies en el suelo
En contra: no tiene la capacidad de sorpresa de su predecesora

Calificación ****
No se la pierda

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